La mayoría de los profesores de esquí ignoran dos inmensas ventajas que tienen. Una es que pueden trabajar en casi cualquier lugar del mundo, ya, ahora mismo. Incluso con mínima titulación. La segunda es el idioma, y es que el castellano es una de las competencias más demandadas en gran parte del globo para encontrar trabajo, y especialmente para cualquier trabajo en la nieve.
Hace once años escribí en plena crisis un artículo que se llamaba Hora de viajar. Me cayó la del pulpo, juas. Simplemente decía, desde mi experiencia, que marcharse de aquí no era ningún drama, muy al contrario. Pero la prensa venenosa había creado un estado de opinión bastante tóxico, con anuncios lacrimógenos y las manipulaciones habituales, y me costó malentendidos, varias peleas y algún bloqueo. Supongo que aquellas personas enfadadas, ya digerido el sensacionalismo periodístico y viendo que, bastante lejos de lo que se afirmaba, España era entonces el país de Europa con menos expatriados (o que ahora tiene casi un 50% más que entonces y nadie dice nada) habrán reflexionado y hoy tendrán una visión algo menos exaltada y más favorable a emigrar. Igual es mucho suponer, juas, juas.
Es una decisión compleja y muy personal, la verdad, pero la cosa es que, para un profesor de esquí joven, salvo excepciones, quedarse en su estación sin salir es un desperdicio. Un crimen vital. Que te den pañuelo sin tener narices. Tenemos demasiado apego al terruño, a la ciudad donde nacimos, incluso al barrio, y es comprensible porque España es un país extraordinario, estratégicamente situado, con un clima envidiable al menos algunos días al año (juas), prácticamente libre de catástrofes naturales (quien haya vivido en Florida o en Tokio que nos cuente lo que gasta en seguros), con personas razonablemente amables, generosas y con el poso ese socarrón, entre cínico y estoico, que han dejado media docena de civilizaciones mediterráneas y atlánticas, a lo que se suman una gastronomía y unas costumbres excepcionalmente ricas y sofisticadas que cambian cada escasos 25 kilómetros, cosas todas juntas que la inmensa mayoría de los países no pueden imaginar ni en sus mejores sueños chauvinistas.
Con todo, hay que largarse. Hay que viajar, no como turistas, sino como currantes. Y aprender, ver, copiar, importar ideas y buenas prácticas. Si mis clientes, Nevasport entre ellos, están contentos con el servicio que les presto -o lo estuvieron alguna vez, jaja- que no se crean que soy un genio: simplemente, lo aprendí por ahí. Me lo enseñaron; lo copié. Tátóinventáo, como diría mi colega japonés. Eso sí, cuando estéis hartos de viajar y hayáis trabajado en un par de decenas de estaciones en media docena de países (bueno, no hay que exagerar tanto, con unas cuantas bastará), volved y contadlo. Sumadlo. Compartidlo.
Y es que -aquí viene la anécdota de la semana- cuando vivía en Austria, siempre me preguntaban lo mismo. Allí, la mayoría adora España (o lo que de momento se sigue llamando así), y es raro el que no está deseando que termine el duro y carísimo invierno para salir pitando. Muchos, incluso, tienen aquí casas y cuentan los días para jubilarse al sol tras haberse matado de trabajar. Así, cada temporada, al final, ya entrada la primavera, esos graves señores rubios cansados de sabañones, de conducir de lado por carreteras heladas, de descongelar tuberías y de palear nieve con el frío metido en los huesos, al morenillo risueño permanente le tiraban la misma pregunta: “Carlos, el invierno que viene ¿vuelves?”. Y yo, “pues claro ¡cómo no voy a volver!”. A lo que siempre me contestaban: “Y… siendo de Málaga... ¿POR QUÉ?”.
Nunca supe bien qué contestar. Para eso soy lento. Pero ahora, pensando, creo que porque no hay peor cosa que tener una fortuna y no ser capaces de emplearla. Si te quedas en casa, los árboles te tapan el bosque -o hierves poco a poco como la rana, como prefieras- terminas por no apreciar lo que tienes y se deteriora. Es difícil disfrutar ni mejorar lo que no se ve. Si sales y vuelves, ves mejor tanto lo propio como lo extraño; aumentas tu fortuna. Y de algún modo la de todos.
¡Buenas huellas!
Carolo, abril de 2024