Esquiar mejor (capítulo IX de Fluir en el esquí)
Hoy esquiamos mejor que el día que empezamos. Es un hecho, por muy descontentos que estemos con nuestro nivel actual. Solemos olvidarlo, pero, si volvemos a las pistas donde dimos los primeros pasos y recordamos la fundadísima desconfianza que sentíamos aquel primer día, podremos valorar con objetividad si hoy pasamos, o no, por allí con total control y confianza. Siempre es posible progresar, aunque a veces nos sintamos estancados o parezca que encontremos obstáculos insalvables. Hay muchos factores que afectan al rendimiento. Si por alguna razón no puedo superar una barrera técnica, es posible que pueda fortalecer la condición física o mental, cambiar de estrategias o, incluso, renovar el material. Seguramente, cualquier mejora en alguno de estos aspectos compensará algunas carencias en otros y redundará en una mejora global de nuestro nivel de esquí.
También sabemos que el rendimiento es, por supuesto, individual. No podemos compararnos con otras personas objetivamente diferentes por infinidad de razones de edad, sexo, cualidades o recursos disponibles. Pero si pulimos con afición esos factores que tengamos en nuestras manos, exploraremos esto tan sugerente y, a la vez, relativamente accesible como nuestro nivel efectivo; quizás para descubrir que, no solo ha mejorado, sino que es ya semejante al de otras personas que hasta entonces son servían de referencia. Las comparaciones, lejos de odiosas, pueden ser muy útiles si se usan para medir, de forma más o menos objetiva, lo que vamos avanzado.
No obstante, sobre todo esto suelen formularse algunas preguntas razonables ¿Merece la pena mejorar? ¿Es imprescindible esquiar mejor para disfrutar más? No necesariamente; pero se sabe que aceptar el desafío de aprender y perfeccionar nos mantiene absortos en actividades estimulantes, con el riesgo inmediato de pasarlo fenomenal en el momento, e incluso a posteriori. Como decíamos al principio, los estados de fluencia se producen cuando existe un equilibrio entre la dificultad de la actividad que llevamos a cabo y nuestra capacidad de lidiar con ella. Si nos estancamos en un nivel de esquí sin aceptar pequeños desafíos en alguno de los sutiles aspectos del rendimiento, tarde o temprano vamos a terminar aburridos sin encontrar ocasiones de disfrutar esos estados de fluidez y, a la larga, desaprovecharemos la oportunidad de alimentarnos anímicamente mediante algo tan sencillo como divertirse buscando nuestro particular, accesible y, quién sabe si generoso potencial.
Hasta el próximo capítulo ¡Buenas huellas!
Carolo, diciembre de 2018