Enfrascados en llevar a cabo nuestro plan, comprobamos que a veces nos ponemos nerviosos y todos esos focos y mensajes eficaces parecen no presentarse donde hacen falta. Necesitamos entonces aprender a regular nuestro nivel de activación. Cada persona requiere uno distinto para rendir mejor; unas necesitan estar más relajadas y otras más excitadas. Conocer este nivel, ser capaces de alcanzarlo y mantenerlo, es otra de las habilidades relacionadas con la fluencia que resulta relativamente fácil de aprender.
Este nivel de excitación se ve afectado por agentes muy variados, externos e internos. No podemos controlar los externos, pero sí podemos decidir cómo los percibimos y cómo los manejamos. Como ya hemos insinuado anteriormente, no se trata de ignorar lo negativo, sino de aceptarlo y lidiar con ello en la medida de nuestras posibilidades. Con la práctica bien plantificada adquirimos bastante poder sobre ambas variables: dirigir las causas internas que modulan la ansiedad, y mantener a raya las externas para que no nos afecten más allá de lo necesario. En realidad, resulta más fácil hacerlo que explicarlo, y consiste fundamentalmente en sustituir los pensamientos negativos por otros positivos, a la vez que regulamos la tensión con trucos sencillos como la respiración.
Esos factores que podemos controlar son, como hemos dicho, la propia práctica bien planificada que incluye el descanso, la hidratación, la nutrición, y esos mensajes que nos decimos para dirigir la atención hacia las cosas relevantes, es decir, la tarea que deseamos llevar a cabo en el momento preciso. Además, para controlar la excitación podemos aprender técnicas de respiración y relajación. Sabemos desde tiempo inmemorial, pero también por abundante literatura deportiva de la segunda mitad del siglo XX, que respirar profundamente relaja, ya que contribuye a contener la espiral fisiológica de adrenalina y cortisol provocada por el estrés. Los métodos para mejorar esa cualidad son variados y relativamente sencillos, de modo que no nos entretendremos en describirlos. Ante una situación desafiante respiramos como hemos aprendido, sentimos la tensión abandonar gradualmente el cuerpo mientras nos repetimos internamente el foco que vamos a perseguir durante la bajada. El hecho de centrarnos en una tarea sencilla y concreta hace pasar los pensamientos negativos al segundo plano, y la relación circular entre la respiración y la retirada paulatina de pensamientos disruptores nos prepara para rendir mejor.
La respiración, además, se coordina muy bien con los movimientos de flexión y extensión al esquiar, de modo que, el acto de expulsar el aire, puede que contribuya a mantener durante la bajada el nivel de relajación, al tiempo que permanecemos centrados en un acto sencillo que se realimenta positivamente a medida que comprobamos su efecto a cada curva. En esa cuerda floja por la que avanzamos, pues, cuando aceptamos un desafío que pone a prueba nuestras habilidades, centrarnos a la vez en el presente y en la respiración, puede abrir una de esas puertas por las que entramos inadvertidamente y nos encontramos, de repente, sin ruido, sin estrés, disfrutando de la fluencia.
Hasta el siguiente capítulo
¡Buenas huellas!
Carolo, enero de 2019