Hasta aquí hemos hablado brevemente de equilibrio, de análisis, de focos, de sentir distintos estímulos y de la manera de dirigir el pensamiento para poner en práctica todo lo anterior. Estos truquitos sencillos, al surtir efecto, suelen mejorar nuestra autoconfianza, pero, ¿y si aun así no funciona? Hemos llegado al momento en el que hay que hacer un plan con todo lo que ya sabemos.
Se tiende a pensar que se nace o no se nace con autoconfianza, pero la confianza al practicar deportes es una habilidad mental que se puede aprender, como casi cualquier otra. Saber que somos capaces de acometer desafíos con cierta seguridad es una cuestión de práctica. Seguramente, por experiencia propia, sabemos ya que la mejor manera de alcanzar este estado de auto percepción es estableciendo pequeñas metas y cumpliéndolas. Averiguando de qué somos capaces. Existe un consenso amplio en la literatura deportiva sobre que estas metas debieran ser realistas y accesibles, pero no excesivamente fáciles. Tienen que ser metas mensurables y debemos organizarlas de forma metódica en pequeños pasos a corto, medio y largo plazo.
Por ejemplo, no sirve de gran cosa decir “un día voy a esquiar muy bien” porque resulta muy ambiguo, difícilmente medible y no contiene los pasos que pretendo seguir. Con la debida perspectiva, según nuestras ambiciones, necesitamos un objetivo concreto, necesitamos un programa, necesitamos un plazo y necesitamos poder computar más o menos objetivamente nuestros progresos. En el desarrollo de ese proceso, y en la superación de los pequeños pasos por mínimos que sean –aprender un pequeño truco, mejorar algo físicamente, cambiar un pensamiento negativo persistente por otro positivo…- encontraremos numerosas fuentes de motivación y probablemente tanta satisfacción como en la culminación del propósito final; pero, sobre todo, nos situaremos objetivamente en la realidad en la que estamos, apartando prejuicios, conociendo mejor nuestro nivel actual y el potencial de mejora al que podemos aspirar. La confianza no es otra cosa que vernos subjetivamente ser capaces de algo, y una de las vías más eficaces para mejorarla es, como hemos repetido al hablar de habilidades y desafíos, ir explorando poco a poco nuestros límites.
Hecho nuestro plan y fijados los objetivos sucesivos, es importante que los fines sean metas de las que se llaman en el mundo deportivo “de proceso” o “de desempeño”, y no las consecuencias o los resultados de esas metas. Si soy capaz de bajar por un trazado más rápido gracias entrenamiento, eso es una meta de desempeño: rebajar mi tiempo personal siguiendo un plan. Si, como resultado de ello, bajo más rápido que mis contrincantes y les gano en una carrera, eso es una consecuencia de meta. Se suelen confundir, pero a los efectos de la confianza no es lo mismo el proceso que sus consecuencias, ya que puedo controlar lo que depende de mí, pero no puedo controlar el resto de las muchas circunstancias externas, lo que hacen los demás ni los recursos de que disponen. Del mismo modo, la suerte o el azar pueden hacernos alcanzar un buen resultado, así que tampoco debemos confundir este éxito engañosamente favorable con la conquista de una meta.
Los objetivos debieran centrase, entonces, en lo que esté en nuestras manos hacer y en observar imparcialmente si realmente lo hemos cumplido, al margen de sus resultados. Si se enfocan en cuestiones que no dependen de nosotros correremos el riesgo de no alcanzarlos y minaremos nuestra confianza. Si los centramos en aquello que, razonable pero ambiciosamente podemos alcanzar, no pasarán desapercibidos los logros que vayamos alcanzando y, como ya hemos dicho, por pequeños que sean, la percepción sobre nuestra propia capacidad será mucho más objetiva y se irá incrementando a medida que avanza el plan. Resulta útil, por tanto, valorar el éxito y el fracaso en función del propio desempeño, los procesos y cómo ejecutamos tareas concretas, y no en función de los resultados. Relacionado con ello, normalmente la satisfacción no depende tanto de haber alcanzado el éxito, como de la sensación íntima de haber o no haberlo hecho todo por conseguir honradamente lo que nos habíamos propuesto.
La confianza al esquiar, pues, mejorará razonablemente trabajando para saber de qué somos capaces, sin confundir nuestra competencia con lo que escapa a nuestro control. Todo el que se haya afanado alguna vez bajo estas premisas sabe que mejorar su propia auto confianza no es siempre fácil ni se convierte en un estado permanente. De cualquier modo, los pequeños avances que hagamos subiendo los escalones de ese plan de objetivos crecientes, además de una fuente de satisfacción casi inagotable, dan una perspectiva, un estado del ánimo, una visión más amplia y objetiva que favorece esquiar mucho mejor.
Hasta el próximo capítulo ¡Buenas huellas!
Carolo, diciembre de 2018