En algunas corrientes de la psicología actual se maneja un concepto antes reservado a la mística o a las religiones: la esperanza. Como el resto de las emociones, forma parte del complejo entramado de factores que afectan al comportamiento humano y, en consecuencia, al resultado de sus acciones.
La esperanza es la expectativa de alcanzar una meta o solucionar un conflicto y, obviamente, está muy ligada a la autoconfianza. O sea, a la capacidad percibida para acometer desafíos y superarlos. Sin cierto grado de ella nadie se aventuraría a exponerse a riesgo alguno. Por ello la esperanza es una más de esas emociones positivas que influyen en el rendimiento deportivo y de las que venimos hablando en anteriores artículos: entusiasmo, orgullo, alegría, fluidez, etc. que combinan con el planteamiento de objetivos y los modos de alcanzarlos.
La esperanza no es exactamente lo mismo que el mero pensamiento positivo o el optimismo, aunque tienen nexos en común: hace visualizar sucesos positivos ocurriendo, es motivadora y suele darse en situaciones difíciles o en entornos de gran incertidumbre. Pero, según la ven algunos psicólogos actuales, el “combustible extra” de la esperanza cuenta con un ingrediente más: la determinación para seguir contra toda dificultad una ruta y alcanzar los planes que nos hayamos propuesto, incluso en situaciones al límite, donde no hay solución o salida aparente.
Obviamente las distracciones, la inacción, el derrotismo, la búsqueda de culpables o esperar que otros solucionen nuestros problemas son estorbos para la esperanza y para el trabajo constructivo que ésta estimula a acometer. Por desgracia, todas estas actitudes neuróticas abundan y, encima, resultan una fuente jugosa de beneficios para una parte de la sociedad, que vive de alentar conflictos en vez de arreglarlos.
Nadie va a solucionar mis propios problemas y tampoco nadie debería minar nuestra confianza en solucionarlos. Seguramente nos basta con usar un poco la memoria para descubrir decenas de ocasiones en las que hemos salido airosos las situaciones complicadas más diversas. Pensando en esto, y en la relación entre la antigua acepción espiritual de la esperanza y su nueva definición psicológica, me viene a la cabeza lo que decía jocosamente el genial Mohamed Alí, entonces todavía Cassius Clay: “…Para ganar combates hay que tener una fe sólida, y yo tengo una gran fe: yo creo mucho en mí mismo”.
Juas
¡Buenas huellas!
Carolo © 2012
*N. del A.: La esperanza y la felicidad han sido concebidas tradicionalmente como conceptos demasiado "blandos" en psicología y en las corrientes que de esta emplea la ciencia deportiva. Hoy, sin embargo, son tímidamente reconocidas como campo de investigación. Véase, por ejemplo, aparte de los enlaces señalados arriba y en anteriores artículos, Inglehart, R. (1990); Myers, D. y Diener, E. (1995); Parduci, A. (1995); Veenhoven, R. ( 1998 ); Seligman, M.E.P. y Gillham, J.E.(2000); Seligman, M. E. P., Steen, T., Park, N. y Peterson, C. (2005). Sin ser un experto en la materia, me intereso por aquello que tiene aplicación práctica en la enseñanza del deporte y en su rendimiento ya que, tradicionalmente, los instructores hemos empleado demanera intuitiva herramientas de este campo que, normalmente, han dado buenos resultados, mostrando su utilidad.
**N. del A.: Esta serie de entradas del blog está escrita en el contexto de la crisis de la primera década del 2000. No pretendían ser artículos de autoyuda ni lecciones morales similares. Iban dirigidos a las personas del entorno en el que me he movido en esa época. Los conceptos sobre los que se reflexiona en estos artículos no son soluciones infalibles a problemas vitales de ningún tipo, sino simples recetas prácticas que suelen tener buenos resultados en el rendimiento deportivo.