Hoy, la anécdota semanal intenta explicar por qué suelen ser tan competentes los profes de carácter mediterráneo. Como el término es muy amplio, que cada lector lo llame como quiera, ibérico, hispánico, incluso, juas, ese imperialista término “latino” difundido por Napoleón para apropiarse de lo que no era suyo, el muy malandrín. Me refiero a esa naturaleza alegre y templada, sensible para unas cosas y dura para otras que podrían habernos dejado unos miles de años de civilizaciones atlánticas, mediterráneas e incluso del Pacífico, unas invadidas y otras invadiendo, cuya suma ha dado tan ricos atributos buenos y malos. Pero no nos pongamos pedantes que estamos hablando de esquí.
Era mi primer año en Austria, mi amigo Franz Josef, con el que todavía esquío cada año, me había fichado en una escuelita del Tirol. Ya sabéis, estos españoles no esquían tan bien, pero enseñan fenomenal, ¿qué “las” das? y todo eso. Con frecuencia nos preguntaban ¿cómo son vuestros manuales de metodología? ¿dónde dice cómo tratar a la gente? Lo cierto es que no lo pone en ningún lado. Nos sale, sin más. Casualmente, hace poco le he oído decir exactamente lo mismo a un jefazo militar sobre su experiencia en misiones internacionales ¿Por qué a vosotros os aprecia enseguida la población? ¿qué o quién os enseña? -Nadie. Para bien o para mal es nuestra forma de ser, de actuar, que es lo que cuenta.
Pues llevaba meses trabajando en Tirol y todavía no había dado una sola clase de principiantes porque, juas, juas, tenía encandilado al director con esas curvas cortas con los pies juntitos que eran mi especialidad, y el novamás de la época, 1995. Llegó el día y me pusieron un grupo de siete u ocho amigos y familiares holandeses de distintas edades, que nunca habían esquiado. Allí, el plan de cursillo era esquiar de diez a doce, parar una hora para comer y volver a la una para terminar a las tres. Lo de comer cuando esquío no va conmigo, de modo que en la hora del almuerzo me quedé con los más lentos, les dije cuatro cosas y, a la vuelta, pudieron incorporarse al grupo, tomando por fin el remonte y facilitando así que todos siguieran progresando juntos .

A las cinco de la tarde el director me llama a su oficina. Es raro. Ya la he cagado, pienso, y llamo a la puerta acojonado, ensayando esas palabras en alemán que aún hoy no domino, imaginad entonces. Hola, Carlos, te observaba esta mañana... Veo que todo tu grupo ha conseguido esquiar sin separarse en más y menos hábiles ¿qué ha pasado? No entiendo muy bien lo de separar más y menos hábiles. Le explico que no fui a comer y todo eso, y me contesta ¡Ah, ¡qué interesante! Aquí, juas, a los que no han sido capaces de subir al remonte a las doce, les devolvemos el dinero y les decimos ¡que se dediquen al tenis!
Obviamente era broma, solo su manera de expresar que no había que implicarse tanto, que había alternativas. Me dejó pensando años. Se dice que en España tenemos un inmenso doble defecto, y es que desconfiamos del éxito y también tenemos pavor al fracaso. Toda generalización identitaria es tramposa, pero lo vemos continuamente. Al que consigue cosas se le intenta erosionar, quitándole mérito y, al que se equivoca, peor, se le machaca. Por eso lo normal es que se le tema al fracaso, al error, al riesgo y a todo lo que esté relacionado. Juraría que en otros lugares lo corriente es verlo con más perspectiva: el éxito tiene mérito deseable y el fracaso es algo natural, incluso una oportunidad, y ya.
No obstante, ese gran defecto del temor al fracaso podría tener una ventaja, y es que nos hace preocuparnos más por el menos hábil. La empatía hace que no queramos que se equivoquen, que se queden atrás, que se frustren. No nos lo permitimos, juas. Hay más razones que arman un buen docente, pero esta, la implicación que deriva de la comprensión es, de ser cierta mi idea, una de las que diferencia a unos de otros y hace a los buenos, mejores. Así, ves a gente que llega la primera y se va la última, observa, actúa y mantienen a lo largo del día y de las semanas ese nivel de comunión para que los alumnos sigan avanzando. Son personas que, como dice el gran Alejo (le robo la frase que le escuché el otro día) simplemente, “están”. Están presentes en el sentido ancho y largo de la palabra.
Y antes de que algún lector me llame chovinista, adelantaré que todos hemos conocido personas así de todas las nacionalidades en los cuatro chaflanes del mundo. Y a la inversa, juas. No niego que en más de una ocasión yo mismo haya estado tentado de mandar a alguien a jugar al tenis. Bromas aparte ya, la conclusión que saqué al cabo de los años del chiste de aquél excelente director, es que en la enseñanza del deporte hay muchos factores, el conocimiento, el método y toda la pesca, pero hay una cualidad que sobrevuela sobre todas y sin la que las otras pierden sentido, que es el compromiso. Estar a lo largo y a lo ancho. Por eso, en tantas escuelas, en tantos trabajos, prefieren a las personas implicadas antes que a las muy cualificadas. Y, si son las dos cosas, claro, mejor, juas, juas.
¡Buenas huellas!
Carolo, abril de 2024