Un artículo del compañero Sam pone de relieve dos temas: valorar económicamente más a las personas con una titulación superior y, como idea secundaria, la necesidad de una entidad que garantice las competencias de estos profesionales. Estoy de acuerdo con el fondo del artículo (no puede ser de otra forma) y, reflexionando, me recuerda la famosa frase atribuida a Mark Twain: “no dejes que la escuela interfiera en tu educación”. Dicho en otras palabras, la competencia profesional de una persona va mucho más allá de la formación reglada e, incluso, esta educación oficial puede contaminar extraordinariamente la creatividad por su propia naturaleza formal y estandarizada.
No se me malinterprete; la formación es necesaria (me dedico a eso), el asociacionismo está muy bien y el establecimiento de estándares proporciona seguridad, pero por si solas no explican todo el cuadro, no garantizan nada y, sobre todo, confiar en ellas como factor de supervivencia en cualquier oficio es un error fatal. Para tratar la cuestión menos sesgadamente vamos a hacer ingeniería inversa e imaginar cómo lo vería un alumno. Ese alumno que, en última instancia, seamos dios o el demonio, decide si le interesa o no el servicio que le estamos ofreciendo.
El alumno percibe un valor de forma subjetiva. No sabe en realidad qué son los títulos o la formación que tienes, solo ve cosas evidentes como si hablas su idioma, si le transmites mensajes eficaces, si le caes bien, si estás siendo puntual, comprometido, entusiasta, etc. Estas razones por si solas, y la eficacia con la que hayas trabajado, le van a hacer valorar el servicio ya prestado al margen de toda cuestión institucional que te respalde. Si acaso, se preocupará mucho antes de si tienes un buen seguro, que de si tu titulación es esta o aquella o de si estás asociado al supercolegio profesional del ramo porque, seguramente, esta persona, en su vida normal también ha sacado sus títulos, pertenece a otra organización profesional similar y, para bien y para mal conoce qué prácticas colusivas pueden llegar a establecer este tipo de instituciones, no siempre en beneficio de los usuarios.
Por otra parte, en cuanto la idoneidad con la que uno imparte sus clases, la formación es solo uno de los ejes. Aparte de ese factor está la experiencia real (no los años acumulados con los que suele confundirse) y las habilidades que uno tiene (idiomas, disciplinas que domina, tecnologías que emplea…). Una mayor titulación, experiencia o habilidades puede contribuir a impartir una clase más eficaz. O no. La intersección de estos tres ejes con los elementos subjetivos que hemos citado más arriba es tremendamente compleja de encontrar, y es solo el alumno el que puede decidir dónde está. Puede que toda la parafernalia corporativa en forma de escudos y chapas le influya, y es comprensible, pero también puede que no.
Y aquí volvemos al primer párrafo. Se nos olvida que impartir clases de esquí es una cuestión de cooperación voluntaria y pacífica entre dos personas. La escuela, los sindicatos y todo lo demás pueden estar por ahí sobrevolando, facilitando, dificultando, garantizando o manipulando cosas pero, en última instancia, es el alumno el que subjetiva y legítimamente valora lo que recibe a cambio de un precio. Con la excepción del principiante absoluto, todo intento de alterar esto sin saber qué buscan los alumnos está abocado al fracaso a largo plazo (de ahí lo pertinente de la pregunta final que hace Sam en su artículo) y, tal vez, todos aquellos que se lamentan del descenso continuado de ventas de clases de intermedios y expertos, deberían pararse a observar quienes sí están prestando esos servicios, precisamente al margen de escuelas, clubes y casi cualquier tipo de respaldo institucional.
Si nos fijamos son justo aquellos que han puesto el foco en resolver las necesidades de los alumnos antes que las suyas propias y, como consecuencia de ello, han conseguido satisfacer ambas felizmente. Quizás se trate de personas, juas, ahí lo dejo, que no dejaron que la institucionalización, la burocracia, la formación reglada, necesaria, pero no suficiente, contaminase su educación profesional.
¡Buenas huellas!
Carolo, octubre de 2021