Leo a menudo que los profesores nuevos no saben esquiar bien o que no son lo suficientemente profesionales. No estoy del todo de acuerdo. Es un clásico eso de idealizar el pasado y recordar solo lo bueno. Es posible que la formación actual tenga sus sombras o que la evolución del mundo de la nieve haya creado algunos problemas, sobre todo de masificación, pero no creo que los profesores actuales sean muy distintos de como fuimos nosotros, al menos desde que yo me dediqué a esto en los años 80.
Todos empezamos a dar clases sin tener mucha idea de cómo era el trabajo y todos hemos metido patas sin fin. Unos se lo tomaban en serio y otros tenían claro que estaban allí de paso. Tal vez lo que sí haya cambiado sea que, hace años, la escuela nos controlaba, nos vigilaba y, a base de broncas y entrenamientos en las horas muertas, nos daba de manera, más o menos informal, eso que hoy se llamaría “formación continua”. Eran tiempos más baratos, de menor masificación y menos acelerados, de modo que todo era más sencillo y asequible. Seguramente por los costes y la falta de tiempo, además de cierta cultura de la improvisación, hoy la mayoría de las escuelas hayan renunciado a formar a sus empleados. Hay excepciones muy meritorias, claro.
Otro de los problemas puede ser una formación reglada demasiado completa. Una de esas paradojas modernas debidas a la legislación: la educación de técnicos deportivos es, con la mejor intención, tan ambiciosa que sobrepasa, con mucho, la carga de trabajo de la de cualquier otro país con mayor tradición que el nuestro. Hoy, cuando una persona termina el TD1 ha metido tantísimas horas lectivas de teoría y pista que, probablemente, sufre de "parálisis por sobre-información". La gente llega nueva a las escuelas con la sensación de haber estado un año preparándose para algo grande – tan grande como lo es el tiempo necesario para completar esos cursos – y cuando, finalmente, se dan cuenta de que el trabajo consiste sobre todo en palear nieve, limpiar mocos y levantar a personas del suelo con mucho cariño, se quedan confundidos, cuando no con la sensación de haber sido estafados con tantísimas horas de teoría sobre temas que jamás necesitarán en sus primeros años de trabajo. Sirva para comparar el ejemplo de Austria, lugar poco sospechoso de impartir una mala formación, donde un profesor nuevo estará dando sus primeras clases reales a las escasas dos semanas de haber empezado su curso de Nivel 1... Para entonces, un aspirante español todavía estará tramitando en algún centro su certificado de haber pasado la prueba de acceso o, mucho peor, estará haciendo uno de los cientos de caros cursillos previos para pasar dicha prueba que, probablemente, como en otros países, debería de estar prevista para pasar al Segundo Nivel, y no para el de ingreso. Nuestras leyes han dispuesto una magnífica formación para los técnicos deportivos pero, tan prolija y larga en sus primeros pasos, que recuerda eso de que "la perfección es enemiga de lo bueno".
Pero dejemos para otro día la formación de instructores y centrémonos en el ejercicio real del trabajo. Ya que no podemos cambiar las leyes fácilmente, podemos adaptarnos a lo que hay y formar a los profesores nuevos en la filosofía de la escuela; si es que la tiene, claro. Hay decenas de ellas que lo hacen, invirtiendo tiempo y dinero para que, uno o más veteranos, compartan con los compañeros nuevos lo que conocen del oficio y sus realidades. En lugar de lamentarnos por lo mal que salen los profes de los centros de formación o por las peculiaridades de los tiempos que corren, podríamos dedicarnos a darles una formación continua desde que entran a trabajar en la escuela. Compartir con ellos como otros lo hicieron con nosotros. Ser menos críticos. Recordar, más a menudo, a los jóvenes que también nosotros fuimos.
¡Buenas huellas!
Carolo 2015