A veces me pregunto por qué he dedicado 20 años de mi vida al esquí y si todos estos años no me han dado más penas que alegrías. Sin embargo, siempre es cuando estoy a punto de tirar la toalla y empezar lo que los otros llaman “una vida normal” que llega ESE DÍA. Él que te recuerda porqué amas tanto a este deporte y porqué le has sacrificado tantos inviernos. Es entonces cuando todo se vuelve fácil y que las respuestas a tantas dudas se hacen evidentes. Si, eso es todo lo que necesitas para ser feliz: compartir un gran día de esquí con un amigo, perdidos en la inmensidad de la montaña.
Soy periodista especializado en montaña desde hace más de 20 años. He sacrificado amistades, amores y vida familiar por mi pasión. Pero la montaña, siempre ha sido una mala amante que exige mucho y da muy poco. Pero cuando da, lo que da compensa todos esos momentos de sacrificios, penurias y esfuerzos. ¿Quizás, yo y todas las personas con las que trabajo seamos algo masoquistas? ¿Cómo puede ser que sacrifiquemos tanto por unos instantes tan cortos de felicidad? ¡Cierto es que esos instantes de beatitud son especialmente intensos!

Nosotros, amantes del esquí y especialmente los freeriders, tendemos a centrar nuestras vidas sobre esos raros días de gloria en los que el cielo bendice las montañas con un espeso manto de nieve polvo. Evidentemente, esos días son pocos en una temporada. Aún más escasos, son aquellos en los que la temperatura se mantiene baja, que la nieve no trasforma en pocas horas o que simplemente brilla el sol. Por supuesto damos por hecho que estaremos ahí, pues hemos acondicionado nuestra vida y actividades para quedar disponibles en esos fugaces días de polvo.
Según la filosofía oriental, eso mismo es el origen del dolor: centrar nuestra vida en momentos efímeros de placer. Algunos asiáticos lo llaman “perseguir al dragón”. También usan esa misma expresión para denominar a los que se drogan. Pues el concepto es el mismo: perseguir un instante fugaz de bienestar. Por supuesto, soy un puro ejemplo de este estado de hecho y como es de esperar, la búsqueda incesante de esos instantes de placer, a menudo, me produce dudas.

Frecuentemente pienso en dejar esta vida y convertirme en un ciudadano modelo, trabajando del lunes al viernes en la ciudad, para subir los fines de semana a la montaña con mi amada familia. Sin olvidar, claro, el ser un buen contribuyente para mantener este sistema político y económico que me provoca aun más dudas que el estilo de vida que he elegido anteriormente. Evidentemente mi pregunta es: ¿Seré más feliz, al aceptar mis frustraciones, y dejar mi modo de vida alternativo?
Tengo un buen amigo que siempre me dice que le gustaría vivir como yo y ser capaz de tomar las decisiones que yo tomo. Pero siempre le contesto que eso no es cierto, que a él lo que le gustaría es vivir como yo, pero con el dinero que el gana. Eso evidentemente es imposible, ya que todo tiene un precio. Vivir como lo hacemos tiene un precio y muchos no están dispuestos a pagarlo. Incluso, nosotros lo dudamos a menudo.

Esta temporada, tengo más dudas que nunca. Estoy cansado de escribir textos y contenidos por una necesidad puramente económica. Esto acaba provocándome un problema ético, pues mucha gente no se da cuenta de las obligaciones que puede tener un periodista especializado. Puesto que su sueldo depende de la publicidad y que la publicidad está pagada por marcas y oficinas de turismo, entonces no siempre puede expresarse con sinceridad. ¡No puedes morder la mano que te da de comer! Me gustaría volver al origen de mi pasión por la nieve. Reencontrar mi placer por el esquí, sin la presión laboral que conlleva. Volver a ser sincero con mi pasión. Pues, es justamente en esos fugaces días de gloria que se encuentran las respuestas a tantas dudas, preguntas y penurias.
A principios de temporada, me encontraba en la estación de Grandvalira. Acababa de nevar, pero tenía muchos compromisos, así que solo me pude escapar un par de horas para esquiar e intentar aprovechar la nieve recién caída. La verdad es que había poca base y quedaban muchas piedras a penas cubiertas por la nieve. Pero, aun así, decidí hacer una bajada que no había hecho desde hace tiempo que va del Tossal de LLosada, en Tarter, hasta el intermedio de la telecabina de Encamp. Cuando estaba en el fondo del valle, aproveché ese momento para observar el paisaje. Fue ahí cuando me di cuenta de las enormes posibilidades de fuera-pista, esquí de montaña y alpinismo que ofrece y me sorprendió que no lo hubiese visto antes. Incluso, diría que es el valle de la estación que mayores posibilidades brinda, además de una naturaleza esplendida, siendo al mismo tiempo uno de menos frecuentados.

Ahí quedo la cosa, pasaron las fiestas y empezó a nevar de verdad. La montaña se puso realmente bonita y las condiciones de nieve eran excelentes. Excepcionalmente, la temperatura quedó muy baja durante más una semana, lo que hizo que la nieve se asentara y se mantuviese fresca. Realmente hacia años que no había visto unas condiciones como estas en el Pirineo.
Fue entonces cuando mi amigo y compañero Ruben Blanco me llamó para que hiciésemos una salida. Le dije que estaba en Grandvalira y quedamos a la mañana siguiente para salir a esquiar. Le comenté a Ruben que me gustaría enseñarle una zona que me parecía excepcional. Así que me lo llevé a la zona de “Les Desveces” que es como se llama el intermedio del funicamp. Los dos quedamos impresionados por el entorno y las excepcionales condiciones de nieve. Así que decidimos aprovechar el día para empezar a descubrir este valle. Hicimos varias bajadas y calzamos las pieles de foca para indagar algo más.

Realmente pasamos un gran día esquiando. Estuvimos absolutamente solos todo el día. Solo cruzábamos a gente cuando aprovechábamos el funicular para volver a acceder a la estación y preparar otra bajada. Simplemente, minuto a minuto, hora tras se hora, el día se convirtió en uno de esos días mágicos que tanto perseguimos. Y es ahí cuando aparecen las respuestas a todas las dudas existenciales que podemos tener como esquiadores. La vida es tan simple como eso: compartir un gran día de esquí en la montaña con un amigo… ¡solo eso!







