Sin embargo, intentaremos contar aquí algunos de sus atractivos, que no son pocos: montañas y estaciones de esquí poco concurridas, país relativamente virgen y hasta cierto punto exótico, preciosos paisajes boscosos. Y, por si eso fuera poco, a día de hoy los precios resultan interesantes. Por poner un ejemplo, el forfait de Bansko sale por unos 30 euros. Cabe imaginar que una semana de esquí de pista por Bulgaria salga incluso más barata, a pesar de los vuelos, que en algunas estaciones españolas.
El recorrido elegido, además (Sofía-Borovets-Bansko-Sofía) nos permitió combinar el uso de los remontes con la travesía y, además, esquiar en pista o en montaña según las preferencias de cada miembro del grupo.
En cuanto a la cantidad de nieve, este ha sido un año raro en todas partes y, a diferencia de lo sucedido en otros anteriores en esas mismas zonas, en las cotas bajas asomaba ya la hierba, lo que ha complicado o imposibilitado por completo algunos descensos. La calidad de la nieve, además, ha sido casi siempre primavera en todas sus facetas (las buenas, las malas y las regulares), excepto un día en que amaneció con un palmo de nieve fresca y seca. En este sentido, si bien las fechas han sido un poco tardías (mientras en España todo el mundo se helaba, nosotros nos asábamos), en años anteriores en Bulgaria han tenido más y mejor nieve a estas alturas de marzo. Hay que recordar que, además, la Semana Santa en los países ortodoxos cae varias semanas más tarde, de modo que la afluencia a las pistas de esquí es escasa entre semana. En contra de lo que habíamos leído, encontramos pocos extranjeros.
Organización del viaje
Dado que el motivo principal del viaje era la travesía por terreno desconocido, como en viajes anteriores hemos confiado en el programa de Muntania y nos hemos puesto en manos de su guía, nuestra amiga Miriam Marco. Como siempre, ha sido una decisión excelente, ya que sabe leer el terreno estupendamente y eso permite sacar mayor partido de las ascensiones y descensos, incluso cuando las condiciones se complican.
Cogimos vuelos directos de Wizz y Ryanair en modalidad priority, lo que permite llevar algo más de equipaje. Lo del vuelo directo es importante, ya que el trayecto es largo (3 horas y media).
Nos alojamos en hoteles con desayuno y cena de bufet libre. Y aunque en otros viajes (podéis leer en Nevasport nuestros reportajes de los viajes a Islandia y Noruega: Lyngen y Lofoten) estuvo bien alojarse en una casa, ir al súper y cocinar productos locales, lo cierto es que resulta cómodo tenerlo todo hecho y supone un buen ahorro de tiempo que se puede dedicar a descansar (lo siento: en este reportaje encontraréis poca información sobre el après ski local). Además, los hoteles tenían spa, lo que para un esquiador pureta y agotado es algo así como el paraíso en la tierra (o en el agua, para ser exactos).
Los desplazamientos los hicimos (ocho personas más la guía) en una furgoneta, lo que nos obligaba a aplicar nuestra experiencia jugando al Tetris a la hora de cargarla, pero facilitaba cualquier improvisación en la elección de itinerarios.
La lengua
El búlgaro no es una lengua de fácil comprensión (excepto para quien conozca otra lengua eslava, claro), por mucho que nos empeñemos en resucitar el griego que aprendimos en el instituto, ya que ni siquiera el alfabeto es el mismo. No obstante, prácticamente en todas partes la gente se las apaña en inglés. Muchas de las indicaciones están, además, transcritas del alfabeto cirílico al latino.
Turismo
Bulgaria es un país muy interesante: además de tener un pasado histórico apasionante, ha vivido en la órbita soviética hasta la caída del Muro, a principios de los años noventa del siglo pasado. Actualmente pertenece ya a la UE (desde 2007) y al espacio Shengen (desde hace pocas semanas) y no tardará en abandonar la moneda local, la leva (en búlgaro es lev en singular y leva en plural) y entrar en el euro. A día de hoy, los precios son bajos para los españoles, lo que siempre es un aliciente adicional. En cualquier caso, tenemos ya claro que Bulgaria merece una visita en cualquier época del año y con cualquier pretexto.
Primer día: estación de esquí de Borovets y ascensión al Musala.
El Musala (2.925 m) es el pico más alto de Bulgaria y está situado al sur de la capital y a los pies de las montañas de Rila. Subimos en la góndola de la estación de esquí de Borovets desde los 1.315 m de la base hasta el refugio Yastrebetz, situado a 2.350. Es posible sacar un billete único de subida y bajada, sin necesidad de forfait para todos los remontes. Allí nos pusimos los esquís e iniciamos el recorrido con un corto descenso para el alcanzar un fondo de valle, al pie de un telesilla llamado Markudjik 2B, donde el grupo se dividió en dos: unos se quedaron disfrutando de la estación y otros seguimos hacia el Musala. Tal vez porque era domingo o porque es una ascensión muy popular durante todo el año, eran muy numerosos los grupos de montañeros, más con crampones que con esquís. A lo largo del camino, que está bien indicado por una serie de postes que parecen ser el resto de una línea eléctrica, hay varios refugios. Los últimos metros se recorren con crampones y ayudados de un pasamanos hasta alcanzar la cumbre. Desde aquí las vistas son magníficas y se contempla el eje dorsal de las montañas de Rila y al fondo las montañas de Pirin.
El descenso hasta la estación fue largo y complicado: la nieve era costra y resultaba difícil desenvolverse. El regreso previsto, Musala Pawhway en el mapa (a saber cómo se dirá en búlgaro), no tenía nieve suficiente, así que volvimos a poner las pieles para regresar al refugio de Yastrebets y descender por las pistas. La bajada por pistas recién pisadas cuando anochecía fue maravillosa pero, puesto que ya no era posible llegar con nieve hasta Borovetz, nos tuvo que rescatar el grupo pistero con la furgoneta en la cota 1.440.
El desnivel ese día fue, aproximadamente y contándolo todo, de unos 1.000 y pico metros de subida y unos 1.900 de bajada.
Quienes se quedaron en las pistas pudieron elegir entre tres zonas que ofrecen unos 50 km esquiables y una decena de remontes: Sitnyakovo-central Borovets, de 1.350 a 1.780 de altitud, donde hay también una zona de esquí nocturno. Desde ahí se puede pasar (en estas fechas, con un corto paseo andando) a las zonas de Yastrebets (1.340-2.369 m) y la de Markudjik (de 2.144 a 2.550 m). La estación cuenta con capacidad para producir nieve artificial y, si bien los remontes son algo anticuados, es cómoda y especialmente bonita gracias a los bosques de enormes coníferas.
La población y el hotel merecen comentario aparte. Como en otras zonas de Bulgaria, ambos producen cierta sensación de viaje en el tiempo, como si nos encontráramos inmersos en la novela del búlgaro Gospodínov, Las tempestálidas, en la que se reconstruyen entornos de décadas anteriores para alojar a ciudadanos que buscan «cronorrefugios» y huir así de la realidad. Ese viaje en el tiempo, al menos desde nuestro punto de vista, no hacía más que añadir encanto al viaje. El hotel nos pareció creado para un encuentro del Komintern, aunque Delmer nos explica en un divertido reportaje publicado en Nevasport que se edificó en 1987 para una Universiada que no llegó a celebrarse. Él lo estrenó y nosotros tuvimos la sensación de que pocas reformas se habían hecho desde entonces.
Los establecimientos que se alzan a ambos lados de la carretera son curiosos y en muchos se puede saborear la Kamenitza local (que, en contra de lo que me empeñé en pensar, no debe su nombre a ninguna Carmen sino a la palabra kamen, que parece venir de “piedra” en alguna lengua eslava. Lo que ya no sé es qué tendrá que ver la piedra con la cerveza).
Segundo día: más Borovets y camino de Malyoviza (con final inesperado)
Amanecimos con un regalo del cielo: un palmo de nieve recién caída que hizo las delicias del grupo pistero, que se encontró con toda la nieve intacta sobre una base de pistas bien pisadas y prácticamente vacías.
El grupo travesero cogió la furgo hasta llegar a una pequeña y antigua estación de esquí alpino que tomó como punto de partida. A continuación recorrieron el fondo de un valle entre bosques encajonados por grandes montañas de camino al Malyoviza. Sin embargo, el mal tiempo hizo que no se alcanzara el objetivo y, tras disfrutar de unas cuantas palas con nieve polvo, regresó a la miniestación. Tras gestionar la apertura de los remontes por un precio más que módico (no había más demandantes), esquiaron por el bosque hasta el agotamiento.
Tercer día: un puñado de lagos y un monasterio del siglo X
Nos desplazamos a una miniestación con solo dos remontes que da a pie a una ruta por la zona de los siete lagos dentro del parque nacional de Rila.
La misma sensación de viaje en el tiempo: remontes antiguos, poca gente. El tiempo no nos acompañó y la ruta fue preciosa, pero sin pico y con menos lagos de los previstos (cosa que, dado que en invierno están cubiertos de nieve, no parece muy importante).
Tuvimos alguna bajada entretenida. No me resisto a subir la foto, pero lo cierto es que no da idea de la pendiente ni de la dificultad, que no eran pocas:
Para completar el día, de camino a Bansko visitamos bajo la lluvia el impresionante Monasterio de Rila, el más importante y grande de la Iglesia Ortodoxa.
Se fundó en el s. X y está considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Sin duda, merece el viaje. El frío y el aire fantasmal parecían el entorno adecuado para filmar una historia de crímenes al estilo de El nombre de la rosa en versión búlgara. El hecho de que solo la estuvieran visitando unos esquiadores encapuchados acentuaba el aire misterioso y monacal.
Cuarto día: Bansko
Las condiciones de la nieve hacen que todo el grupo decida quedarse en la estación de Bansko. Aprovechamos para experimentar con las fotos y los profesores del grupo dan algunos consejos útiles para ir mejorando la técnica, cosa que siempre viene bien.
Bansko tiene unos 50 km esquiables y 16 remontes entre la cota 2.600 y la base, situada a 1.000 metros sobre el nivel del mar. Cuando hay nieve abundante es posible hacer un recorrido de descenso de 16 km.
Es una estación llena de pistas entre bosques, muy bonita y con rincones sorprendentes, como el remonte con embutidos colgados a secar.
Las temperaturas van subiendo, se ve incluso huella de la calima que creíamos haber dejado en casa, y la nieve se va transformando, lo que no nos impide pasarlo bien en pistas bastante vacías.
Quinto día: más Bansko y caminito de Virhen (con un Happy end)
El grupo pistero sigue disfrutando de Bansko, especialmente de una preciosa pista FIS que conserva la nieve mejor que ninguna otra.
Los precios en las terrazas son “normales” para los españoles, de lo que cabe imaginar que resultan prohibitivos para la inmensa mayoría de los búlgaros. Este local en concreto se llama Beluga (el Moët local, dedujimos, a pesar de cierto aire destartalado). Vista la cara de felicidad del esquiador, no parecen preocuparle mucho ambas circunstancias.
El grupo travesero, mientras tanto, ataca la ascensión al Virhen (2.914 m), el pico más alto de Pirin, pero no la culmina. El grupo sale de la estación intermedia de Bansko, cota 1.600 metros, y avanza por una pista por el bosque; luego abandona el fondo de valle y remonta las laderas hasta llegar al Hvoynati Vrah (2.635 m). Según cuentan algunos, avistan a un par de osos a lo lejos. Recorren 15,3 km; desnivel positivo 1.057 m y desnivel negativo 1.137 m; altitud máxima: 2.623 m.
Ese día, tras semejante palizón, disfrutamos de un ruidoso après ski en el Happy End, local lleno de jóvenes sobrados de energía. Los agotados esquiadores de cierta edad prefieren beber sus cervezas en el interior, algo más tranquilo.
Sexto día: por las crestas hasta el Polezhan
Ascensión al Bezbog (2.645 m) y Polezhan (2.851 m). Ruta divertida pero poco compatible con los que optan por el esquí de pista; en ese caso, es preferible que se queden en Bansko.
Volvemos a los contrastes búlgaros: a pocos kilómetros de Bansko encontramos un par de remontes antiguos en un lugar perdido de estas montañas. De nuevo tenemos la sensación de retroceder en el tiempo: ascendemos en telesilla hasta la cota 2.200 metros entre las coníferas que cubren las laderas.
A pesar de mis intentos, no me resulta fácil que los remonteros entiendan que tienen que tratar mis Zag nuevos con el máximo cariño: ahí van, todos apilados de cualquier modo. Afortunadamente, la velocidad no es como para que se caigan.
Tras la cumbre, empieza la bajada:
El descenso fue a ratos complicado por culpa de la nieve, bastante transformada, y de las rocas que sobresalían (o se escondían traicioneras), pero pudimos divertirnos en alguna pala con nieve primavera muy agradable. Y para terminar, aunque quede mal decirlo, el trozo de pista pisada hasta la estación intermedia nos supo a gloria.
Tras rematar el día con unas cervezas con unos amigos que andaban por ahí y disfrutar de un día extra visitando Sofía y descubriendo su gastronomía, volvimos a casa agotados y felices.