Esquiando al otro lado del telón de acero

Esquiando al otro lado del telón de acero
En 1987 pude vivir la experiencia de esquiar al otro lado del Telón de Acero (cuando todavía existía). Fue en la estación de Borovets, en Bulgaria. He aquí los recuerdos, y alguna conexión de actualidad.

Esto va de recuerdos. Invierno de 1987. Finalizando mi carrera universitaria, me embarqué en un viaje de esquí organizado, que buscaba lo que entonces se consideraba un destino exótico (desde un punto de vista invernal). La agencia había optado por Bulgaria. En concreto, por la estación de Borovets. Faltaban casi tres años para la caída del Muro de Berlín, así que estábamos todavía en los últimos estertores de la conocida política de bloques y el Este, para nosotros y para ellos, todavía era el Este.

El traslado hasta allí fue en vuelo chárter de la compañía aérea estatal búlgara, que ya no existe. El avión, de mediana capacidad, lo ocupábamos los esquiadores españoles y algún que otro privilegiado pasajero de nacionalidad búlgara. Sé que se trataba de privilegiados porque no era fácil en aquella época, para la ciudadanía búlgara corriente, viajar al extranjero o, mejor dicho, al extranjero occidental.

El trayecto me resultó muy ilustrativo porque lo pasé charlando con una señora de unos 50 años, arquitecta de profesión, que podía moverse con frecuencia por distintos países a causa de su trabajo y, fue fácil de deducir, charlando con ella, su posición social (quizás política, de partido, de lo que sea, pero posición al fin y al cabo, como en todas partes). De todo el grupo, únicamente conocía a un compañero de facultad con el que compartiría habitación doble de hotel. Era amigo de un par de conocidos míos, es decir, de amistad indirecta, aunque durante aquellas vacaciones hicimos buenas migas. El viaje había salido muy asequible por la enorme diferencia de poder adquisitivo y valor de la moneda entre ambos países. A cargo del grupo, viajaba un guía búlgaro que hablaba español.

Aterrizado el avión en el aeropuerto de Sofía, nos tocó esperar muchísimo tiempo en la nave sin explicación alguna por parte de nadie. A eso de que no se nos dieran explicaciones nos fuimos acostumbrando enseguida. Las pistas del aeropuerto estaban casi vacías, apenas unas pocas aeronaves de viajeros y algún que otro avión de transporte militar. Los trámites de control de pasaportes fueron tediosos, a pesar de que no había viajeros por allí aparte de nosotros. El servicio lo componían, fundamentalmente, agentes militares o policiales uniformados, en un estilo que recordaba a nuestros grises de antaño.

Más desesperante aún fue el retraso no informado en el viejo autobús que nos iba a trasladar hasta el hotel. Creo recordar que estuvimos allí sentados, parados, más de una hora. Eso sí, algunos minutos entretenidos con las instrucciones y recomendaciones dadas por nuestro guía. Entre ellas, de modo destacado, la prohibición, por ser delito grave, de cambiar moneda extranjera en el mercado negro (particulares), siendo obligado el cambio por conductos oficiales. Y, si la memoria no me falla, todos tuvimos que hacer un cambio obligado de una cantidad mínima. Tiempo después, él mismo se ofrecía de tapadillo para cambio ilegal, práctica a la que siempre nos acogimos todos cuando nos hacía falta, y casi con cualquiera que nos encontráramos. Para ello, íbamos todos preparados con dólares en vez de pesetas, faltaba tiempo para el nacimiento de euro.

La estación de Borovets está a unos 80km al sur de Sofía, a unos modestos 1350 metros de altura. Cuando nosotros llegamos, las instalaciones hoteleras estaban casi sin estrenar. Por lo visto, habían sido construidas o ampliadas con motivo de una candidatura a una universiada de invierno que luego no fue adjudicada. Teníamos habitaciones dobles con baño, y balcón con vistas a los bosques y a las pistas de menor altitud. Todo en estilo interior muy espartano y estética socialista, pero nuevo, y sin escatimar calefacción ni comida. Recuerdo una gran variedad de ensaladillas rusas diferentes, así como excelentes yogures.

Lo malo de las vistas es que mostraban unos bosques de abetos surcados por cortafuegos y pistas… ¡verdes! No por su catalogación cromática, sino porque no había nieve. Así que los primeros días tuvimos que tomar una telecabina que nos acercaba a la parte alta de la estación, superados los bosques, con pocos remontes y de pendientes muy suaves. Allí sí que había nieve. La estación superior del largo remonte estaba a 2350m y daba acceso a cinco telesquíes, plantados paralelos sobre una ladera, accediendo todos ellos a diferentes puntos de una cresta que apuntaba hacia la cumbre más elevada de la zona: el Musala, de 2925m de altura. En definitiva, muy modestas posibilidades de esquí, pero excelentes panorámicas de un entorno montañoso y boscoso, con parque nacional incluido. El precio de un exotismo del que no nos arrepentimos. Al menos hacía muy bueno, e incluso puedo contar que hice una de aquellas transacciones económicas clandestinas con un pistero en la caseta del telesquí. Cuatro a uno con respecto al cambio oficial, lo que solía llevarse en aquel momento.

A mitad de estancia, el tiempo cambió y llegaron precipitaciones. Un día que hacía muy malo, algunos decidimos hacer turismo por nuestra cuenta y nos fuimos a Sofía combinando un rugiente y humeante autobús público, con una serie de tranvías en los que no fuimos capaces de acertar a pagar. La ciudad tenía grandes avenidas, edificios de aspecto neoclásico, fríos y elegantes, y absolutamente nada de animación por las calles, que parecían estar casi desiertas. La nota de color social la pusieron algún que otro cubano que andaban por allí becados para estudiar, gracias a los convenidos de intercambio de las repúblicas comunistas. Una especie de Erasmus, más antiguo y sensiblemente diferente al actual de la CEE. También ellos deseando cambiar dinero. Aunque enseguida nos dimos cuenta de que tampoco era cuestión de cambiar demasiado, pues apenas había opciones de gastarlo luego. Había muy poco comercio. En unos grandes almacenes céntricos apenas había género de interés. Poco y, por lo general, de mala calidad. Además, si señalabas algo que le diera trabajo sacarlo al dependiente, intentaba escaquearse. Fue así como aprendimos también que lo que mejor funcionaba era montar una escena. Al más puro estilo hispano, casi de zarzuela. Una especie de discusión elevando la voz y gesticulando mucho. Mano de santo, en esos casos la atención se espabilaba, con el objetivo de que todo volviera a una absoluta y anodina calma social. No recuerdo mis compras, salvo un juego de café de barro que le regalé a mi madre y una peculiar mochila que me duró muchos años. Y sí, regresé con algo de dinero local que resultaba absurdo de gastar.

Señoras por la calle en Sofía.

El tranvía.

 

El principal recuerdo arquitectónico que tengo de la capital es el de la imponente catedral Alexander Nevski, enorme iglesia coronada por doce cúpulas doradas, con un estilo que para mi perspectiva de entonces resultaba bastante oriental (o bizantino), al menos en lo que al mundo cristiano se refiere. La rodeamos por el exterior y entramos. Enrome y oscura amplitud interior con decoración de tipo ortodoxo. Conservo todavía un LP de vinilo con interpretaciones corales que adquirí allí.

Detalle de la catedral Alexander Nevski

 

Volviendo al asunto del esquí, aquel cambio de tiempo nos supuso un radical golpe de fortuna. Una mañana apareció todo nevado alrededor del hotel. Un generoso manto de nieve nueva cubría absolutamente todo. Al pie de la recepción había unos pocos remontes para debutantes, otro telesquí y un telesilla individual. Tras pasar un día esquiando por las pistas del telecabina, las que descendían dibujando itinerarios entre el extenso bosque, le pregunté al guía por qué no ponían en funcionamiento aquella silla. Su respuesta fue rotunda: porque no va nadie, si vas, te lo arrancan. Dicho y hecho, a la mañana siguiente me planté allí, el operario arrancó el motor, subí y empecé a gozar de toda una jornada con un remonte y unas pistas de nieve virgen para mí solo. ¡Flipante!. Cada vez que llegaba arriba paraban el remonte hasta que regresaba abajo. Las pistas, afortunadamente, no las habían pisado, así que no paré de hacer huellas.

Posando en un puente.

En mitad de una pista en los bosques.

A falta de compañía, fotografiando mis propias huellas.

 

Dentro del paquete que habíamos contratado, hubo algún que otro entretenimiento nocturno. Una tarde nos llevaron en autobús por una ruta de pueblos típicos de la comarca. Una especie de tour etnográfico en el que visitamos algunas cabañas y aldeas, conocimos vecinos locales y algún que otro desempeño rural. En cierto punto del periplo nos sentaron a cenar en un restaurante de la comarca. Comimos mucho y bien, y bebimos con generosidad. Todo ello mientras un grupo de danzas folclóricas nos amenizaba la velada con su espectáculo con su música en directo. Mucho ritmo de aires balcánicos, gran colorido y ejecuciones muy dinámicas y profesionales. Todo ello evolucionando entre las mesas y, llegados al clímax, haciéndonos participar a todos de algunas de las piezas. Resaca búlgara al canto para la mañana siguiente.

Uno de los números incluía un atuendo con ciertas similitudes a los de la Vijanera cántabra y algunas otras celebraciones tradicionales españolas.


Al final nos tocó salir a casi todos.

Como soy aficionado a los mapas, me hice con algunos de la zona. En uno de ellos descubrí que cerca del punto alto de mi silla, había señalada una construcción desde la cual descendía una carretera que regresaba a Borovets, pero por una zona algo separada. Convencí a un jovencísimo militar que formaba parte de nuestro viaje, y ambos iniciamos el descenso en busca del edificio. Aquello fue todo un acierto y una sorpresa. En medio de la espesura de abetos cargados de nieve reciente, se escondía una especie de palacio, todo él construido en madera. Era muy bonito, con estilo de lujo anticuado. Mientras andábamos rondando por allí, asomándonos por algunos rincones tratando de atisbar lo que pudiera haber dentro, apareció un paisano que se nos acercó para entablar conversación. Debía de estar aburrido en medio de la nevada. Vivía en una casa al lado, y era el guarda del palacete (o pabellón de caza) de los gobernantes búlgaros previos al régimen comunista. De todo ello nos fuimos enterando a medias y con alto riesgo de error, pues el hombre únicamente hablaba su idioma. La cuestión es que se empeñó en enseñárnoslo por dentro. Así que anduvimos paseando por las tarimas, alfombras y baldosas con las botas de esquiar, tomando algunas fotos de los trofeos de caza y visitando estancias. Recuerdo un espectacular cuarto de baño en el que destacaba una especie de bañera-piscina a la que se accedía a través de unos peldaños. Todo aquello era la Residencia Real Sityiakovo:

«Sitnyakovo es una residencia real de verano en Bulgaria. Está localizada en la montaña Rila.

La residencia fue construida por mandato de Fernando I de Bulgaria. Sitnyakovo está situada en las proximidades de Borovets y del palacio Tsarska Bistritsa. Fue diseñado por el arquitecto Georgi Fingov y construido en 1904. La casa muestra características arquitectónicas similares a la residencia de caza Tsarska Bistritsa – la construcción tradicional de alta montaña con coherentes decoraciones “art noveau” en el exterior y en el mobiliario interior. En 1913, en Sitnyakovo, Fernando I firmó el tratado entre los países balcánicos previo a las Guerras Balcánicas.

Tras la caída de la monarquía, durante el régimen comunista, Sitnyakovo fue utilizado por la Unión de Escritores. La residencia real fue devuelta al Zar Simeón II tras la liberación en los años 90». palacesbg.wordpress.com/private-houses/sitnyakovo-lodge/ (Traducción propia).

Fernando I fue príncipe y después zar de Bulgaria. «Durante su largo reinado, Bulgaria proclamó la independencia del Imperio otomano y participó en diversas guerras para ampliar su territorio. Se vio forzado a abdicar tras la derrota del país en la Primera Guerra Mundial en 1918 y vivió desde entonces en el exilio hasta su muerte en 1948». (Wikipedia).

Boris III fue el sucesor de Fernando I. Boris murió justo después de haberse entrevistado con Hitler. Entonces, su hijo Simeón tenía unos seis años, así que el país fue regentado por su tío Kyril, que después fue ejecutado por las milicias comunistas revolucionarias búlgaras poco antes del final de la II Guerra Mundial. Simeón, con el resto de su familia, quedó bajo arresto domiciliario. Finalizada la guerra, la monarquía búlgara fue abolida tras un referéndum, lo que provocó que empezara el periplo de exilio de la familia real que, en 1951, acabó recibiendo asilo en España. Tiempo después, en 1962, Simeón se casó con Margarita Gómez-Acebo. El matrimonio tuvo cinco hijos. El segundo, Kyril, se casó con la modelo española Rosario Nadal (musa y estandarte de la firma de moda Valentino). La pareja celebró un bodorrio de alto copete, plagado de personajes de la nobleza internacional y de la Jet-Set como invitados. De hecho, la pareja se convirtió en un objetivo de contenido clásico y frecuente para la prensa del corazón. Se separaron años después, ya en pleno siglo XXI. La historia de esta familia no me hubiera llamado tanto la atención si no fuera porque, ya escrito este artículo sobre Borovets, me topé con una descendiente de la misma al escuchar una entrevista de carácter musical en Radio 3. Y es que la mayor de los tres hijos del matrimonio Kyril-Rosario (por tanto una nieta de Simeón) se llama Mafalda, es cantante y se encuentra plenamente integrada en la escena indie española.

No sé si aquel palacio de caza seguirá siendo propiedad de la familia ex-real búlgara o alguno de sus descendientes. Y es que Simeón, tras la caída del régimen soviético, regresó a Bulgaria, se presentó a las elecciones republicanas y salió elegido primer ministro (probablemente único caso de un hecho así en todo el mundo). Durante su mandato consiguió recuperar la mayor parte de las propiedades anteriormente expropiadas como consecuencia de la revolución, incluido este pabellón de caza. Sin embargo, tal restitución de bienes (o de parte de ellos) fue posteriormente cuestionada, obligándosele a volver a devolver parte del patrimonio (creo que el palacete de caza se no encuentra en el lote), de todas formas, el culebrón inmobiliario anda ahora en instancias jurídicas europeas.

Nuestro espontáneo guía se fue entusiasmando y acabó llevándonos a su casa e invitándonos a echar unos tragos de aguardiente local. Allí estuvimos de tertulia, integrando elocuentes fonéticas primitivas y mucha gestualidad para tratar de entendernos. Y la verdad es que sí que nos enteramos de algunas cosas. Al marcharnos, vista su desinteresada y sincera hospitalidad, decidimos recompensarle con una buena propina. Dinero bien empleado que seguramente ni siquiera íbamos a poder gastar. Una vez fuera, seguía nevando copiosamente. Se sucedieron las despedidas, el calzarnos los esquís y un suave descenso por lo que se intuía era una carretera. Al regresar al hotel y explicarle al guía dónde habíamos estado, puso cara de extrañeza y nos pidió, por favor, que no volviéramos a tomar iniciativas de ese tipo y nos limitáramos a esquiar por los recorridos marcados en el plano de pistas.

Mis recuerdos de Borovets se van borrando, este relato y la recuperación de algunas fotos me han ayudado a evocar detalles que creía del todo olvidados. Por ejemplo, el rústico y simple forfait de cartón que nos valía para toda la semana. Tampoco hubiera pasado nada por olvidarlo en el hotel, teniendo en cuenta que la estación estaba funcionando exclusivamente para nosotros. Si acaso, algún día suelto sí que vimos a algunos esquiadores esporádicos (tres o cuatro) que habían ido allí en coche particular. Privilegiados del régimen, no me cabe duda, lo supongo porque además de contar con coche propio (bien escaso para la población), recuerdo que llevaban botas y esquís del más alto nivel occidental, equipos que no se veían en el centro comercial de Sofía, donde únicamente había tablas anticuadas de madera de baja calidad. Y es que lo de los privilegios de algunos, tal y como se empeña a mostrarnos la historia, parece algo inseparable de la condición humana, se organice esta bajo el régimen que se organice.

El forfait.

 

Escribiendo esto he viajado de nuevo hasta Borovets a través de su página web. El número y localización de los remontes parece no haber cambiado prácticamente, aunque sí la modernización y aumento de sus plazas. Nuestra excursión por Sityiakovo ahora está balizada como pista. Tampoco el urbanismo del lugar parece haber crecido ni cambiado mucho desde entonces. Si lo que se busca actualmente es un lugar para ir a esquiar desde España, Borovets no parce una opción coherente. Aunque probablemente sea muy barata, está muy lejos y es pequeña (leo en Nevasport que hay proyectadas grandes inversiones). Otra cosa es que uno quiera aprovechar el viaje y conocer algo de Bulgaria. En tal caso, lo que es yo, me llevaría también el equipo de travesía porque recomiendan algunas rutas y el territorio, tapizado de bosques, es muy bonito y extenso.

Plano de pistas actual. (Imagen: borovets.bg.com).

Lo que el viajero actual ya no va a poder vivir es la experiencia de deambular al otro lado del Telón de Acero. Eso es algo histórico, anécdotas que poder contar a los amigos más jóvenes, a los hijos o a los nietos. Por eso mismo, el viaje valió mucho la pena entonces, por todos los componentes añadidos al esquí: el conocimiento de otra cultura, otra geografía y otra realidad. Y visto ahora, rememorándolo, cuanto más tiempo pasa, mayor revalorización del recuerdo de aquella experiencia.

 

10 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    22/02/2024 07:08
    #1
    Como mola !!!!

    Ya sé que ahora ya no es lo mismo, pero recomiendo ir a Bulgaria a esquiar y aprovechar para conocer algo "diferente". El país bien merece y vale una visita y un viaje slow-ski-turismo es la excusa perfecta.

    Me encanta Bulgaria !!

    Un saludo

    karma del mensaje: 29 - Votos positivos: 2 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #2
    Fecha comentario:
    22/02/2024 10:17
    #2
    menuda aventura!! Y menudo relato, me ha encantado. Algo que poca gente podrá contar en efecto :)

    karma del mensaje: 11 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #3
    Fecha comentario:
    22/02/2024 20:02
    #3
    Yo viví en aquella Bulgaria detrás del telón de acero. Borovetz fue un lugar preferido de los esquiadores de Sófia. Es verdad que tenían Vitosha al lado, pero sábado y domingo hubo grandes colas y muchos iban a esquiar a Borovetz a 60 km de Sófia. Esquiabamos en 3 pistas que no se mensionan en el relato: Yastrebetz 1, 2 (ahora Popangelov) y 3. Son pistas largas 5 km entre bosques de pinos. En Yastrebegz 2 (ahora lleva el nombre de Petar Popangelov - el esquiador búlgaro que ganó en un par de pruebas de Copa del mundo al mismísimo Ingemar Stenmark, en eslalom y que se formó como esquiador en Borovetz, entrenado por su padre).
    En la pista Yastrebetz 2 (Popangelov) se celebraron dos pruebas de Copa del mundo: eslalom y eslalom gigante. Vimos en Borovetz a Stenmark, a los hermanos Phil y Steve Mahre, Marc Girardelli, Gustavo Thoni etc. todas las estrellas mundiales de esquí.
    Los sábados y domingos Birovetz estaba a reventar de sofiotas (con sus coches particulares, por supuesto, y con sus esquís y botas de marcas). En Bulgaria se fabricaban en aquellos años y siguen fabricándlse hoy día: esquí Atomic en la ciudad de Chepelare, cerca de otra estación de esquí búlgara - Pamporovo.
    En Borovetz había muchas casas de descansos de distintas empresas y entre semana también había muchos esquiadores por las pistas. Yo entrenaba, waterpolo y con mi equipo hacíamos preparación física esquiando. Yo no he visto pistas de Borovetz sin gente esquiando en plena temporada y con buena nieve. Este año cuando en España hacía 15 grados en las montañas he visto semanas enteras con temperaturas negativas, sol y mucha nieve polvonen Borovetz. No fuímis porque tenemos otro viaje. Pero el año que viene iré a Borovetz y la nueva estación de Bansko que arrebató a Borovetz el privilegio de organizar la Copa del mundo.

    karma del mensaje: 33 - Votos positivos: 3 - Votos negativos: 0

  • #4
    Fecha comentario:
    22/02/2024 23:54
    #4
    Alucinante, gracias por compartir.

    karma del mensaje: 11 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #5
    Fecha comentario:
    23/02/2024 00:00
    #5
    #3 gracias por tus aportaciones como ciudadano local, lo mio fue una simple visita de esquiador turista. Lo disfruté mucho, y te aseguro que aquella semana estuvimos prácticamente solos.
    Veo por los corredores que mencionas que somos de similar generación ;)

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    • Gracias!
  • #6
    Fecha comentario:
    23/02/2024 00:18
    #6
    Espectacular relato me ha encantado de leer de hecho lo he leído varias veces para buscar los detalles.

    Muchas gracias.

    karma del mensaje: 11 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #7
    Fecha comentario:
    23/02/2024 12:31
    #7
    Muy interesante! Molan estas historias :+:

    karma del mensaje: 11 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #8
    Fecha comentario:
    24/02/2024 20:24
    #8
    Gracias por compartir la experiencia! Un buen relato muy bien contado.

    karma del mensaje: 11 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #9
    Fecha comentario:
    25/02/2024 00:10
    #9
    :love:

    Maravilloso relato de un país fantástico en una época que no conocí, pero si mi mujer a la que se lo reenvío que le va a hacer muchísima ilusión leer. Iba con el colegio a esquiar a Borovets todos los inviernos de niña y eran esos años porque nacio en 1978

    Gracias por compartirlo

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    • Gracias!
  • #10
    Fecha comentario:
    25/02/2024 18:06
    #10
    Muchas gracias por compartir este reportaje histórico que nos han trasladado a la Bulgaria de 1987.

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    • Gracias!

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