


I. Isla del día blanco que regresa
Todo empezó en Noruega, en la primavera de 2019, cuando,después de pasar unos días haciendo esquí de montaña en los Alpes de Lyngen, un esquiador insaciable reflexionó en voz alta y dijo algo que los presentes no se atrevían ni a pensar.
—¿Y esto se acaba aquí? ¿Ya no hay más? No puede ser. Hay que ir pensando en el próximo viaje. Y que conste que este ha puesto el listón muy alto —dijo Uno. Insaciable por partida doble, ya que él repetía visita al norte de Noruega.
—¿Próximo viaje? Si todavía me estoy curando las ampollas de este... —resopló Tres.
—Vosotros habéis estado en Canadá, en Japón... Hay que buscar algo nuevo —dijo Cinco, apuntándose a la idea con entusiasmo.
—A ver, nada nivel pro, que esto del esquí de montaña puede ser muy complicado —dijo Tres, la única voz de la razón entre tanto insensato—: veo que Muntania propone un viaje a Islandia con desniveles que rondan los 1000-1200 metros. Dice que es «para esquiadores capaces de bajar en paralelo por pendientes de hasta 35 grados» Bueno, si no es paralelo-paralelo, tampoco vendrá nadie a comprobarlo. Sigamos: «En la escala Blanchére, buen esquiador, capaz de afrontar pendientes de 30º-35º y nieves difíciles». En las nieves difíciles, mejor ni pensar. «Y en la escala Traynard, S2-S3: esquiadores que bajan por terrenos poco inclinados o moderada inclinación (hasta 25º- 35º)». Creo que ese tal Traynard y yo no entendemos de la misma manera el concepto de «moderada inclinación», pero parece factible.
—Naaa, menos de 50º no interesa —dijo Cinco.
—Madredelamorhermoso —exclamó Tres—. 50º...Yo soy más de 40º y en el jacuzzi...
(El jacuzzi sí pudimos disfrutarlo. Y con vistas increíbles).
—Mmm —murmuró Uno, entornando los ojos—: fotos de esquiadores con mar al fondo... Picos blancos recortándose sobre el Atlántico Norte... Valles glaciares desiertos... Lo estoy viendo, lo estoy viendo...

Y así empezamos a soñar con Islandia. Pero en la primavera de 2020, cuando falta menos de un mes para el viaje, un individuo desde el televisor nos despiertade la siesta para decir: «(...) Por lo que declaramos el estado de alarma(...)».
Y se anula el viaje. Inmensa decepción.

Meses más tarde, en el invierno de 2021, los soñadores islandeses volvemos a reunirnos.
—¿Tú crees que este año podremos ir? —pregunta Uno.
—Claro, por supuesto. No te quepa duda —contesta Dos.
—¡De puta madre! —dice Cinco, hombre de un optimismoinquebrantable.
Y no, no se pudo.

De nuevo, un año más tarde, desesperados porque la vida nos robaba dos veces el mes de abril (y unos cuantos más), volvemos a hablar del tema.
—Que dicen que se podrá viajar —anuncia Uno.
—Que no me lo creo —dice Dos.
—De puta madre —exclama Cinco, fiel a su lema.
—Habrá que prepararse, ponerse en forma —interviene Dos, con un poco más de sentido práctico.
—Y tendremos que ocuparnos del buen tiempo. Tengo un amuleto infalible —desvaría Tres, empeñada en ideas un tanto absurdas—. Es una reproducción del vegvísir, un símbolo mágico que nos guiará en el mal tiempo y seguro que nos protegerá de las tormentas.
—De la poesía a la superstición —murmura Uno—. Chica, no tienes remedio…
Y lo cierto es que solo tuvimos mal tiempo el día en que Tres se olvidó en casa el vegvísir. Que no es que creamos en esas cosas, pero si funcionan...
Y al final se pudo. Ahí va la crónica o relato (que debería ser saga, ya que la cosa va de Islandia) de un viaje muchas veces postergado.
—Que digo yo que si se trata de escribir sobre Islandia, debería ser algo así como una saga nórdica. Además, tengo por aquí unos poemas de Borges que describen la magia de Islandia... —dice Tres.
—Anda que tú y tu Borges... —contesta Uno—. Qué pintará un argentino en Islandia.
(Pues sí, hay argentinos que algo pintan en Islandia: el mismísimo Pablo LB estaba por ahí en esas fechas, tal como bien se ve en su reportaje).
—Bueno, pues hablaré del viaje a mi manera algo anárquica —dice Tres.
—Pero si el 90% de un reportaje son las fotos. Tú cuenta lo que quieras... —contesta Uno—. Eso sí, lo de los poemas te va a quedar bastante pedante.
—Es que para los datos ya hay guías escritas —replica Tres—. Esto tiene que ser otra cosa.
—Los reportajes son para satisfacción personal de vanidosos: como el pase de diapositivas de los viajes de hace 30 años, un turre que solo se aguantaba si te invitaban a comer y a beber buen vino —dice el maestro Yoda, que pasaba por ahí casualmente.
—Lo fundamental es que aparezcan palabras clave como cazapowder, máquina, trillar, rider. Sobre todo, que haya muchas palabras en inglés —dice Seis, experto en reportajes.

Y nos preparamos leyendo novela negra islandesa, escuchando música islandesa, estudiandoensayos y poesía sobre Islandia y, como no, recordando a Sigrid, reina de Thule y amiga del Capitán Trueno.
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Sigrid, una reina un tanto ausente de Thule, estuviera donde estuviera ese mítico territorio. Sigrid, cuando no navega con su novio, esquía: una vida de reina. |
II. Qué dicha para todos los hombres, / Islandia de los mares, que existas
¿Por qué Islandia? Porque lo tiene todo: nieve en Semana Santa, que es cuando los del grupo tenemos vacaciones, paisajes brutales, mar. Además, no está muy lejos, si se compara con otros destinos que apetecen a cualquier adicto al esquí de montaña. Y es un país interesantísimo por su pasado y su presente, aunque nosotros no tuviéramos mucho tiempo para visitarlo.


¿Por qué con Muntania? Porque así nos concentramos en esquiar y los problemas logísticos los dejamos en manos de expertos. Porque nos fiamos de lo que nos ofrecen. Porque el esquí de travesía no es un juego y tiene sus riesgos.

¿Por qué con guía? Porque nos gusta ir con Miriam Marco, nuestra guía. Ella elige las rutas con criterio, valora la capacidad física y técnica de los miembros del grupo y, llegado el caso, sabría sacarnos de un lío.El ir con guía, además, hace que todas las decisiones sean rápidas y ágiles, lo que evita riesgos y pérdidas de tiempo. Con ella vamos más lejos y llegamos más alto.

Viaje: Vuelo con escala en Amsterdam, tanto a la ida como a la vuelta. Desde el aeropuerto de Reikiavik, furgoneta con todo el equipaje hasta Dalvik, donde nos alojamos, en la península Tröllaskagi. La furgoneta tiene ruedas de clavos y se agradece: durante los casi 500 km de trayecto por carretera rumbo al norte nos envuelve una bonita tormenta de nieve y, además, en gran parte de los fiordos del norte la nieve llega hasta el mar.
Como medida de precaución, a la ida llevamos como equipaje de mano lo imprescindible para un día de esquí (menos los esquís, claro). Y, efectivamente, nuestro equipaje se extravió, pero a la vuelta.
¿Pero no hay remontes en Islandia? ¿A qué viene eso de subir foqueando? Hay pequeñas estaciones de esquí y remontes aislados en los pueblos. También existe una incipiente industria de otro tipo de remontes: helicóptero, Ratrac y moto de nieve. No lo descartamos para el futuro. Pero, por ahora, nos gusta el esquí de travesía. Porque esas montañas son un reto, porque no hay nadie, porque las sensaciones son brutales.Porque los paisajes, el silencio y la soledad son inmensos. Porque las bajadas son también un desafío.
—Ya lo dice Borges: «Cuando el cuerpo se cansa de su hombre, /cuando el fuego declina y ya es ceniza, /bien está el resignado aprendizaje/ de una empresa infinita» —recita Tres.
—¿Borges esquiaba? Qué curioso —dice Cuatro—. Va a ser que hablaba de otra cosa y nos quieres liar.
—Pero lo de resignado aprendizaje de una empresa infinita se aplica también al esquí, ¿o no? —insiste Tres, poco dispuesta a bajarse del burro.




¿Cómo son las bajadas?
—Largas y solitarias: pendientes asequibles para quien se maneje un poco con esquís de travesía —dice Uno.
—De 30º a 46º, para ser exactos —dice Dos.
—Menos no interesa —insiste Cinco.

¿Y la nieve? A diferencia de otros reporteros nevasportianos, nosotros no encontramos polvorón seco (algo milagroso en montañas que están junto al mar y reciben el viento húmedo del océano), pero sí nieve muy buena, mejor que la de Noruega en nuestro viaje anterior. Pero eso depende en gran medida del azar. Gran parte de la felicidad del montañero reside en aceptar las cosas como vienen.

Alojamiento: casitas rurales que parecen casetas de obra, pero tienen las comodidades necesarias, incluido jacuzzi en la terraza. El alquiler de las nuestras (ocupamos dos muy cercanas) lo gestionó Muntania.


Comida:Hay que comprar en el supermercado, cocinar en casa. El súper es caro, desde luego: la isla lo importa prácticamente todo. Compramos el famoso tiburón podrido y damos fe quienes nos atrevimos a probarlo: apesta a amoníaco y es tan asqueroso como promete. Incluso algunas repetimos para estar seguras: lo que confirma que algunas cosas no merecen una segunda oportunidad.
Bebida: Las bebidas alcohólicas no se venden en los supermercados sino en establecimientos separados. La cerveza local que probamos estaba muy rica.


Restaurantes:Salimos a cenar un par de veces. En una ocasión, un bacalao frito delicioso con una especie de tempura que intentaremos copiar, atendidos por un chaval de Parla (este detalle no es inventado, aunque lo parezca).Merece la pena salir, a pesar de los precios. En camino de regreso hacia el sur probamos un delicioso tataki de ballena (los escrúpulos morales se atenúan porque la ración era diminuta). Salmón exquisito.Los postres estaban a la altura.
Cafés: En Dalvik hay un café muy recomendable (probablemente, el único del lugar) donde se pueden tomar dulces y, además, una deliciosa sopa de pescado.

¿Hace frío? La humedad es muy alta y es una zona ventosa, así que la sensación de frío es constante. Hay que llevar ropa de abrigo. La oscilación térmica es escasa, pero ronda los 0º. La temperatura constante explica que la nieve tenga una calidad bastante uniforme.
¿Hay auroras boreales en abril? Haberlas, haylas. Pero no pudimos verlas porque las noches son luminosas. Además, había luna y nubes. Lo dejamos para la próxima vez.
¿Se entiende el islandés? A menos que seas un experto en lenguas nórdicas, no es fácil. Pero no hace falta esforzarse como Borges ni «descifrar la lengua en la penumbra con ayuda del lento diccionario». El inglés es ahora el latín del norte y es fácil entenderse en todas partes.

III. De las regiones de la hermosa tierra / que mi carne y su sombra han fatigado / eres la más remota y la más íntima, / última Thule, Islandia de las naves
Y tras las divagaciones más o menos poéticas, ahí va el meollo del asunto: ascensiones, descensos y más fotos.
Unas vacaciones de Semana Santa dan para lo que dan: 5 días de travesía y alguno más para el turismo. Pero los aprovechamos todos a fondo. Miriam escogía las rutas en función del tiempo, las pendientes, la posible calidad de la nieve, el riesgo de aludes o cualquier otro criterio que deba tener en cuenta un guía profesional y que los legos ignoramos. Todas ellas situadas en las proximidades de Dalvik.
Ruta 1 - Camino del Lithlihnjúkur.

Ascensión: 850 metros. Descenso: 35º máximo. Salida relajada para ir aclimatándonos. A pesar de la temperatura relativamente alta, Miriam nos encontró un magnífico descenso.


Ruta 2: Fjallabyggð

Ascensión: 800 metros. Distancia: 5,9 km. Descenso: 31º máximo.
El único día con mal tiempo, así que renunciamos a una posible ruta circular y volvemos por el mismo camino. A pesar de que la subida resulta dura porque no se ve absolutamente nada, la bajada es más divertida de lo previsto.

Ruta 3: hacia el pico Rimar

Ascensión: 1100 metros. Distancia: 11 km. Descenso: 39º.
Día espectacular. Seguimos casi solos en la montaña, con la excepción de un pequeño grupo de esquiadores locales (o tal vez noruegos).



Día 4: Mulakolla

Distancia: 7,7 km. Ascensión: 1000 metros. Descenso: 44º máximo. Esto se pone emocionante.
Empieza bien el día: se nos cruza una perdiz nival bastante descarada, que no duda en esperar al fotógrafo y en defecar ante las narices de todos. Vemos gran variedad de patos, ánsares, cisnes y demás bichejos voladores.

Esta zona está más transitada, tanto por montañeros como por helicópteros. Aparece una inesperada Ratrac (con una gran cabina vacía) que sube tranquilamente, como si fuera un autobús de línea a la caza de viajeros.A pesar de que no damos la bienvenida a su presencia, anotamos el dato para el futuro, cuando el fuego vaya camino de ser ceniza y ya no estemos ya para estos trotes.






Y tras la pala somital (qué bonita es esa palabra: tenía que ponerla), pasamos a unos tubos muy divertidos con buenas paredes laterales que las fotos no acaban de reflejar.



Ruta 5: Karlsárfjall

Distancia: casi 8 km. Ascensión: 900 metros. Descenso: máximo 36º.
Último día. Aunque vaticinaban mal tiempo, fuera por el viento del norte que barría las nubes o las virtudes del vegvísir, lo cierto es que subimos y bajamos sin más contratiempo que un par de gotas.
La subida fue la más técnica de todas, parte con cuchillas y por una arista.


Aquí ponemos punto final a nuestra saga islandesa o lo que sea que hemos escrito. Ha sido difícil seleccionar las fotos entre los varios miles (sin exagerar) de fotos que han hecho Pascual, Chema, Miriam y Manuel.
Y en Islandia nos esperan más montañas para que sigamos soñando con la isla largamente.
«Islandia, de la gran memoria cóncava que no es una nostalgia».
O, en nuestro caso, que ya es nostalgia.