Los esquís y un barco de vela… de los Alpes hacia el sur parece un anatema. Pero, por suerte, existe Noruega para romper ese tópico y enseñar lo natural que es navegar en el mar y esquiar o hacer snowboard en la montaña. Cada viaje a tierras escandinavas es un descubrimiento y, a pesar de que son ya multitud de experiencias tanto en Suecia como en Noruega, los nórdicos nunca dejan de sorprendernos.
Cuando uno se embarca, nunca mejor dicho, en un ski and sail siempre tiene esa contradicción interna entre la navegación (y ese mareo que lleva aparejado para los poco duchos en cuestiones marítimas) y la alta montaña. Si bien es cierto que en veleros pequeños puede ser incómodo a veces, el barco que nos ocupa supera los 50 metros de eslora, por lo que hay espacio hasta para montar un trazado de fondo si la cubierta está nevada.
Exageraciones a parte, la llegada al puerto de Alessund, ciudad pesquera al norte de Fjordland y punto de partida, ya deparaba una semana de emociones cuando llegamos a finales de abril. El evento en este antiguo barco escuela lo montaba la revista Fri Flyt, publicación de prestigio en Escandinavia. Por lo que bajo los tres espectaculares mástiles visibles desde toda la ciudad se agolpaban ya, a nuestra llegada, gentes de rubias melenas vistiendo ropa técnica de montaña y oteando el horizonte en busca de la ruta a seguir en dirección a los míticos fiordos.
En total 50 pasajeros ávidos de la experiencia entre los cuales los únicos no escandinavos, éramos una pareja suiza, un turco residente en Londres y con mucho éxito, por lo que pudimos ver, entre los bellezones con los que tuvimos la suerte de compartir singladura… y nosotros.
El primer día de viaje consistía en una experiencia de navegación a mar abierto en la que los pasajeros nos poniamos el gorro de grumete para ayudar en todas las tareas del barco. Eso incluía trimar las velas encaramados al primer trinquete, lo cual significa que pasamos durante largos bordos a una altura de 10 m. sobre el gélido Mar del Norte.
La experiencia fue divertida y muy recomendable, siempre que no se tenga vértigo, ya que sirvió para romper el hielo entre los distintos grupos embarcados. Tras esa sensación a lo Roald Amundsen embarcado en el Maud en busca del Polo Norte, llegaron los días de calzarse los esquís. El resto de viaje, y ya en el interior de los fiordos de la región de Møre og Romsdal, olvidamos nuestras ínfulas de explorador del siglo XIX para centrarnos en la no menos ardua labor de subir esas moles que surgen del fondo del mar.
Acabamos en el interior del fiordo más popular de la zona, el Geirangerfjord, muy bonito y con más de 250m de profundidad. Vimos pasar alguno de los enormes cruceros de la zona lo que nos hizo sentir especialmente privilegiados al estar embarcados en un histórico barco de vela y no en un hotel flotante. Esto prometía.
Las ascensiones las hicimos alrededor de diferentes picos de los Sunnmore Alps. Se trata de montañas de hasta 1.700 m de altura, alguna de las cuales emergen directamente de las profundidades de los fiordos. El Slogen y el Skarasalen fueron dos de los elegidos pero en realidad lo importante no es la cima seleccioda en este viaje ya que eso depende de las condiciones de meteorología y nieve. Lo básico es encontrarse a gusto con el grupo y disfrutar de unas vistas en las cimas que dan la medida de un país que es la perfecta combinación entre mar y montaña.
Este viaje, para mi, resultó justo 10 días después de volver de la 34ª edición de la Marathon des Sables en Marruecos. Aún con arena en las orejas, callos en los pies y una cintura de avispa. Me sentía capaz de todo. Junto con el fotógrafo, Marc Gasch, snowboarder reconvertido en ciclista de piernas depiladas de las que siempre quieren más, nos apuntamos el primer día con el equipo de los “geypermans”. En una subida de más de 1.500 m de desnivel por nieve papa y una bajada adaptándanos a las circunstancias descubrimos que, al final, los vigoréxicos escandinavos eran menos lobos de lo que parecían. Así que el grupo de 12 machos pelo (rubios ellos) en pecho disfrutamos de una ascensión en la que cada cual marcó su terreno sin llegar a las manos. Por la noche en la cena nos reímos muy mucho de las manías montañeras de cada uno… ¡Cervezas para todos!.
El segundo día decidimos que la pareja ibérica se acoplaría al grupo más tranquilo porque, de hecho, era el que más se reía y, además, estaba cargado de escandinavas con ganas de una semana loca (montañeramente hablando). La ascensión nos permitió sacar centenares de fotos, hablar del futuro de la humanidad y la problemática del arenque en los mares polares. Vamos, que el altísimo logro social conseguido fue inversamente proporcional al esfuerzo físico desarrollado.
Marika Kielland, una marchante de arte noruega afincada en Londres que apenas pasa de los 30 años, explicaba que practicaba ocasionalmente el esquí de montaña en sus vacaciones en Noruega pero había decidido apuntarse al Christian Radich para “descubrir los fiordos del oeste de Noruega en los que no había esquiado nunca”. Su amiga Astrid Berild, médico en el norte de Noruega, destacaba la “camaradería a bordo, el buen rollo entre la gente y los paisajes”. Ambas tenían un nivel de esquí medio aunque por juventud y espíritu eran capaces de darlo todo en la montaña. Uno de sus amigos, el turco Kemal Yalcinkaya quizá fue el que más sufrió del grupo... pero vamos, que todos hemos hecho locuras por amor, como apuntarse a un ski and sail sin haber hecho esquí de montaña en su puñetera vida.
El resto de días decidimos dedicarlos a grupos intermedios con los que siempre descubriamos capacidades humanas de adaptación al medio natural que sólo pueden tener los nórdicos. ¡Cómo les gusta a esta gente hacer el cabra!
El desayuno era a primerísima hora de la mañana tras lo cual se partía en barcazas desde el barco hasta el pequeño muelle escogido más cercano al incio de la ruta de ese día. De vuelta al barco, ya entrada la tarde, una ducha era obligatoria igual que la cerveza antes de la cena. La comida en el Christian Radich es entre buena y excelente con cocineros propios que se dedican a unas viandas prácticas y con las calorías suficientes para mantener a la tripulación motañera a tope para los cinco días de salidas con pieles de foca.
La convivencia en el dormitorio fue excelente, con gente capaz de entender lo que es la vida en común en un espacio limitado, y a le vez descubrimos que el taciturno carácter de la gente del norte no lo aplica a los meses de primavera en que el sol les invita a olvidar sus duros inviernos a base de cháchara y buen rollo.
El buque es un tres mástiles con 62 m de eslora con casco metálico sencillamente espectacular. Tiene una larga historia desde que fuera botado en 1937. Lleva el nombre de su armador, un rico hombre de negocios Noruego, que lo hizo construir como buque escuela para marineros comerciales y a eso se dedicó este barco hasta finales de siglo XX. Puede alcanzar la velocidad de 14 nudos (26 km/h) a toda vela en condiciones óptimas.
Tiene una tripulación de 18 marineros y puede acoger hasta 88 pasajeros. Desde 1999, el buque ha sido utilizado para viajes charter, visitas guiadas y viajes en verano a puertos extranjeros con aspirantes a bordo. También ha participado en las Cutty Sark Tall Ships Races y regatas europeas de importancia.
Un Ski and Sail en el Christian Radich no es una experiencia deportiva más. Las condiciones tanto en el mar como sobre la nieve pueden ser cambiantes e incluso, algunas veces, lejanas a lo que se considera idóneo. Pero esa es la gracia, adaptarse a lo que hay en un entorno brutal.
Los guías locales lo saben y escogen las rutas según el nivel de los diferentes grupos y a las condiciones.
Ganas de destinar muchísimas horas a subir por fiordos increíbles en esquí de montaña, telemark o splitboard (todos ellos con pieles y cuchillas) para después bajarlas en unas condiciones de nieve cambiantes a medida que llegamos al mar.
Disposición a cumplir las órdenes del capitán y resto de tripulación.
Voluntad de participar en las tareas habituales de un barco de vela, a pesar de que en el Christian Radich no hay labores de cocina ni limpieza (que sí existen en barcos de ski and sail más pequeños) y algunos turnos de vigía.
Si uno se marea en el mar, subir cargado de biodraminas y tapones para los oídos ya que el dormitorio es común.
Llevar todo el material de seguridad de montaña: piolet, grampones, ARVA, pala, sonda, ABS o Avalung.
En definitiva, disfrutar de la exhuberante naturaleza con seguridad de los fiordos tanto desde el mar como desde las cimas.
Es una población que a primera vista no tiene nada de especial hasta que se visita con ganas de empaparse de la historia del lugar. Se encuentra al norte del area de Fjorland a más de 200km al noreste de Bergen. Está edificada sobre siete islas de la costa oeste Noruega por lo que su clima es marítimo con inviernos suaves por la latitud, aunque ventosos. Tiene buenos restaurantes a lo largo del muelle histórico.
A principios del siglo XX la ciudad sufrió un devastador incendio que desplazó a más de 10.000 habitantes. En unos años volvió a reconstruirse con arquitectos noruegos y alemanes que aplicaron el Art Nouveau, el estilo arquitectónico de la época, conocido por sus torrecillas, agujas y ornamentación decorativa.
Contactos
Información y precios
www.fjordnorway.com
www.radich.no/en/the-ship
www.visitalesund.com
www.visitnorway.es
www.friflyt.no
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