Rescatado del interior de una grieta |
El tercer día fue el más intenso, ya que el programa contemplaba convertir en una sola etapa lo que habitualmente se realiza en dos jornadas. La expedición altoaragonesa partió a las cuatro de la madrugada y no se detuvo hasta las 18 horas. Además de recorrer varios glaciares y collados, aún tuvieron fuerzas para ascender al pico Roseblanche, a 3.330 metros de altitud.
Afrontando una de las etapas de la Chamonix-Zermatt |
La situación no mejoró al día siguiente, ya que seguía nevando con tanta intensidad y el riesgo de avalanchas era tan elevado que haberse aventurado a completar la quinta etapa “habría sido un suicidio seguro”, apuntan. Para garantizar la seguridad, variaron la parte final que no les llevó a Zermatt sino al valle paralelo. Al día siguiente, ya en Chamonix y aunque no estaba en el plan, aprovecharon para descender esquiando el Glaciar del valle Blanco, “sobre medio metro de nieve virgen recién caída”, recuerdan.
Para todos ellos, “ha supuesto una experiencia muy positiva”, comentaba Orna, que les ha permitido “aumentar nuestra experiencia montañera en una excursión marcada por la dureza de la alternancia del buen y mal tiempo”. Aunque rondaron altitudes que oscilaron entre los 2.900 y los 3.300 metros, “la altura no ha sido lo que más duro nos ha resultado –indica Antonio Rivera-, el cansancio venía más por las mochilas tan pesadas que llevábamos”. El grupo benasqués, que realiza salidas anualmente, prepara ya nuevos proyectos para los próximos meses.
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