Sus pastos fueron, desde fecha muy temprana, como se ha visto por su importante función como recurso estratégico, aprovechados por los ganados de los pueblos bajos de Lena durante el estío, por regla general desde San Juan de junio hasta San Miguel de septiembre. Siendo extendidos desde el dominio de los pastizales alpinizados, que son los propios del piso supraforestal, a costa de progresivas talas en el bosque, y coercidos del matorral a través del manejo secular del ganado y de la roza. Como tal espacio pastoril, y para su mejor aprovechamiento, El Brañillín apareció tempranamente organizado. Esta organización se realizó a través de los mayaos, camperas que antaño tuvieron gran calidad y nombre propio: La Veiga con las Cabanas, el Corral... En todas ellas se mantenía el pasto cencio durante todo el verano, gracias a la humedad de las nieblas y rocíos, así como a las lluvias, abundantes también en los meses estivales.
No faltaban en estos mayaos los arroyos y chorros, los de El Brañillín y Ortigalón, o fuentes, como la de La Reina, donde el ganado encontraba los abrevaderos necesarios. Ni tampoco los espacios acomodados para el descanso y refugio de ganados y personas. Estos espacios eran las cabanas, los beyares y los corrales: habitación de los vaqueros en la braña, aposento de los terneros mayores y de alguna vaca enferma, y albergue de los terrales, los terneros de hasta cuatro meses que sólo maman, respectivamente.
Los mayaos de El Brañillín se localizaron, por tanto, en los mejores sitios, en los espacios más soleyeros. Sobre los rellanos más favorables de La Veiga, sobre los espacios más tendidos de los valles, en los nichos y rellanos de nivación, en los recuencos de circo glaciar de los altos de Cueto Negro. En definitiva, donde se dieron las mejores condiciones para el desarrollo del pasto. Eran las más de estas camperas un producto del hombre, un paisaje humanizado. Las otras, los mayaos más altos de los de los nichos y rellanos de nivación y de los de los recuencos glaciares, eran en verdad herbazales naturales, pastizales alpinizados, todos ellos por encima del límite del bosque.
Aún así, unos y otros habían sido favorecidos igualmente por la acción del hombre, era éste el que velaba, en definitiva, por su cuidado, a través de una serie de prácticas. Bien del manejo del ganado, enderezándolo para un sitio u otro según estuviera el estado del pasto, u orientándolo para que comiera las plántulas del matorral, cuando éstas recién nacidas eran tiernas, o sobre todo por la roza otoñal. Esta era una operación comunal, realizada por todos aquellos que vaqueriaban en la braña, que tenía por misión lo mismo aprovechar el matorral, ya que escobas, piornos, brezos y tojos, fundamentalmente, se utilizaban como cama del ganado, que, sobre todo, favorecer el pasto.
Se rozaba el matorral, porque este rozu junto con el estiércol contribuía a fertilizar los pastos. Tenía mucho, pues, la braña de construcción humana, de producto social histórico.
Luis Carlos Martínez Fernández es geógrafo y autor del estudio: «El Brañillín o Valgrande-Pajares. Espacios, tiempos y paisajes de una vega cimera de las montañas de Lena».
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