Como adelantábamos hace semanas en el resumen de esta serie de artículos, los alumnos muestran bastante sensibilidad hacia el nivel de esquí que tienen los profesores. Por nivel entendemos tanto sus habilidades en esquí libre como el conocimiento de los ejercicios educativos y la calidad de las demostraciones de los movimientos.
Veamos pues qué opinan nuestros alumnos sobre ello y hagamos algunos comentarios, siempre bajo la modestia de mi opinión particular y obviamente limitada.
En la segunda pregunta (Q2) un 36% de los encuestados desearía que los instructores demostrasen mejor los movimientos.
En la pregunta octava (Q8 ) un 34% ve coherencia entre la demostración y la explicación, y un 35 ve y comprende a la primera lo que se está demostrando. Esta igualdad pudiera sugerir que una demostración mal hecha haga comprender peor la explicación, lo que enlaza con la respuesta de Q11 donde un 76,45% de los encuestados afirma comprender totalmente los ejercicios sólo tras practicarlos. También puede guardar relación con que un 80% (Q12) crea que como más aprende es viendo y siguiendo al profesor.
Siguiendo con lo expuesto arriba, en Q10 un 71% dice que lo que más le gusta y le sirve es hacer ejercicios. Tener un buen repertorio de recursos educativos y saber emplearlos es obviemante imprescindible, pero además está en cierto modo relacionado con el nivel de esquí, ya que para conocerlos, saber usarlos y tenerlos frescos hay que practicarlos y afinarlos, cosa que repercute en el propio esquí de los instructores.
En Q6 un 46% de los alumnos percibe que, en efecto, unos profesores esquían bien y otros no tanto; o sea, ya han desarrollado el ojo clínico lo suficiente. Siempre ha habido profesores que esquiaban mejor que otros e incluso instructores noveles que apenas esquiaban algo mejor que sus alumnos. Esto no es un problema en si mientras sean capaces de enseñar bien. La pega vendría, en todo caso, cuando este nivel de esquí se mantuviese bajo a lo largo de los años, porque eso podría mostrar que el profesor no tiene el más mínimo interés en su profesión ni, tanto o más importante, la escuela presta atención a esa baja motivación.
Vemos en Q7 que al 78% le inspira confianza ver a los profesores entrenando y que casi un 25% nunca pagaría una clase con un profesor que no esquiase bien. A su vez un 44% desconfía de los que no muestran pasión por el esquí. Tal vez no haya una relación directa entre ver a los instructores haciendo tiempo en la cafetería y las pocas clases de nivel alto que se dan en las escuelas, pero quizás ests datos puedan servir a algún director para estar más atento a qué cantidad de horas dedican sus profesores a entrenarse, disfrutar y mejorar su esquí, y los beneficios indirectos que esto le pueda reportar a la escuela, los alumnos y por supuesto a los propios instructores.
Finalmente (Q26), más del 59% opina que lo que más positivamente le influye es la forma de esquiar y las demostraciones del profesor. Parece ser que los alumnos son bastante sensibles al nivel de esquí de los instructores y perciben éste como una de las principales fuentes de aprendizaje.
La conclusión fácil que se me ocurre es, además, atractiva: que habría que dedicarle de manera formal recursos y tiempo a esquiar, a mejorar, a reciclarse y a organizar entrenamientos periódicos para refrescar los conocimientos y el nivel de esquí de los instructores. Junto con eso, como parecen sugerir ocho de cada diez encuestados en la pregunta 7, se debería facilitar a los profesionales por los medios necesarios que puedan disfrutar del esquí todo lo posible en sus ratos libres. Como dice un viejo amigo, un uniforme reconocible haciendo una buena bajada, vende más clases de esquí que todos los anuncios del mundo.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2014
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