Así que, aunque no me apetecía mucho, recordé el consejo materno para seguir los pasos de los bravos orcos que iban haciendo huella y pese a momentos de duda (hasta el punto de tener que recibir el auxilio de un camaradorco para llevarme los esquís; ¡Gracias Pachi!) llegué arriba y una vez más pude disfrutar de esa maravilla de excursión. Y muestra de ello son estas imágenes de la inolvidable (otra más, que bello es vivir) jornada.













































