Japón lleva más de una década intentando que los salarios suban conteniendo. Pero quizá sólo en unos pocos sitios donde lo está consiguendo: en las antes ciudades de esquí en decadencia, donde la economía local está sucumbiendo a las inversiones de grandes fortunas extranjeras.
En Niseko, en Hokkaido, famosa entre los turistas por su inigualable nieve en polvo, los platos japoneses habituales se venden a precios escandalosos: 3.500 yenes (23 dólares) por un cuenco de tempura soba servido al aire libre en un foodtruck, más del triple de lo que se pagaría en un restaurante de Tokio; 3.200 yenes por el curry katsu, un plato básico en las estaciones de esquí o 3.800 yenes por un ramen de cangrejo.
Se trata de una tendencia creciente en un Japón donde su moneda, el Yen, cada vez tiene menos valor. Los extranjeros, principalmente provenientes de Australia y cada vez más de los Estados Unidos, apenas pestañean ante unos precios que siguen siendo más baratos de lo que pagarían en su país. Esta afluencia de gasto turístico ha contribuido, en algunas regiones a romper el ciclo deflacionista que ha mantenido estancados los salarios durante la mayor parte de las tres últimas décadas: Los salarios por hora en poblaciones como la que alberga la estación de esquí de Niseko son de los más altos del país.
Según la web de búsqueda de empleo a tiempo parcial Baitoru, el salario medio por hora en Niseko (5.000 habitantes) es actualmente de 1.611 yenes (9,97 euros), por encima incluso de los 1.560 yenes que se ofrecen en el centro de Tokio. Hakuba 47 ofrece 1.464 yenes, mientras que la prometedora zona de Appi Kogen, declarada mejor estación de esquí de Japón en los World Ski Awards 2023, paga una media de 1.936 yenes (casi 12 euros).
En un país donde los salarios cayeron un 2,5% en 2023 (la mayor caída en un año desde que comenzaron los registros en 1990), el dinero extranjero está cambiando las cosas. La demanda externa, que incluye el gasto de los turistas, fue el único factor positivo en el cada vez peor dato del producto interior bruto de Japón, que sigue cayendo, ahora superado por incluso una Alemania que también está cayendo.
Japón busca ahora cómo extraer mejor el beneficio económico de los esquiadores y snowboarders, estimado en 65 mil millones de yenes (402 millones de euros) en un estudio del gobierno en 2018. Los entusiastas de los deportes de invierno que visitan el país desembolsan 73.000 yenes más que el turista medio: eso son muchos fideos. Y con unos precios tan baratos en Japón, el gasto de los visitantes al país en general sigue siendo inferior al de muchas naciones.
Según la consultora inmobiliaria Savills, Japón sólo cuenta con 56 hoteles de lujo, aproximadamente el mismo nivel que Sudáfrica; un sector turístico que históricamente se ha centrado en el viajero nacional tendrá que gastar para extraer valor de extranjeros con una riqueza media mucho mayor.
Un problema relacionado es que, en estos momentos, gran parte de ese dinero no va a parar a los japoneses, sino a otros extranjeros. Los inversores internacionales son menos cautelosos a la hora de invertir en estaciones de esquí más antiguas que ahora parecen preparadas para el crecimiento. Hace unos meses por ejemplo, Patience Capital Group anunció una enorme inversión de 1.400 millones de dólares en Myoko Kogen), mientras que los promotores japoneses (y los bancos) parecen estar todavía marcados por las apuestas inoportunas realizadas en el apogeo de la burbuja económica que reventó en los '90.
Pero lo más acuciante es el riesgo de expulsión de la población local. En Rusutsu, una estación de Hokkaido no muy lejos de Niseko, famosa por sus extraordinarias acumulaciones de nieve, los precios de los remontes subieron el año pasado un 35%, hasta los 8.800 yenes (54,50 euros) y esta temporada volvieron a incrementarlos un... 31%". Hoy un forfait de 1 día allí cuesta 11.500 yenes (71,20 euros).
Empresas extranjeras son las que más invierte en estaciones de esquí de Japón
Sistema de doble precios para turistas y japoneses
Para un japonés es un gasto considerable, incluso para un trabajador de Niseko. Para pagarlo debería trabajar más de 10 horas con el salario mínimo en Tokio, pero sólo cinco horas con el salario mínimo en Australia (no es de extrañar que Japón vea tantos australianos). Por otro lado, incluso ese precio es una fracción de lo que cuesta en un pueblo turístico estadounidense como Vail (Colorado), lo que sugiere que hay margen para exprimir más a los turistas.
Las tiendas de esquí de Kanda-Ogawamachi, la meca de los deportes de invierno en Tokio, están llenas de viajeros de Hong Kong, Estados Unidos y Australia; los japoneses parecen una minoría, y el número de esquiadores y practicantes de snowboard entre ellos ha descendido más de un 75% desde su máximo de 1998. A medida que suben los precios, la clase media japonesa se resiente.
Algunos están probando otros caminos. Appi, la estación donde hay aprobada una gran inversión de 1.400 millones de dólares, donde se encuentra también un campus de la elitista escuela británica Harrow, se puede comprar un "Black Pass" de edición limitada. Es un forfait que cueta 33.000 yenes (2024 euros) y permite acceder antes que nadie a pistas, prioridad en los remontes y el uso de una pista a la que sólo se puede acceder en moto de nieve. Para el que no lo quiera, de momento se mantiene el pase de 1 día a 7.000 yenes (43 euros).
Otras estaciones han empezado a ofrecer a los residentes de los pueblos cercanos forfaits con descuento, o que resultan más baratos para el tipo de viajes 'sube y baja' que suelen preferir los residentes de la localidad.
Japón, donde se celebran menos las ostentosas demostraciones de riqueza, tendrá que acostumbrarse a este tipo de ventas. Pero no hace falta visitar Niseko para ver esto en acción. Ya en Tokio se pueden ver locales que cobran precios para turistas, lo que está llevando a algunos a reclamar un sistema de doble precio que ofrezca servicios más baratos a los locales.
¿Es suficiente el dinero de los turistas para crear esta especie de círculo virtuoso fuera de las estaciones de esquí? Las autoridades esperan que ayude. Japón está empezando a experimentar una aguda escasez de mano de obra, sobre todo en el sector servicios, y aunque eso está causando quebraderos de cabeza a las empresas, también está animando a los trabajadores, por primera vez en décadas, a buscar empresas que puedan ofrecer algo más que estabilidad. También empuja a las empresas a pensar de forma más eficiente. Con tan poco personal, una de las razones de la subida de precios de Rusutsu es disuadir a la gente de comprar en taquilla para que lo compren a través de Internet ofreciendo precios más baratos.
Pero las estaciones de esquí son también el reflejo de una separación entre ganadores y perdedores que parece que se va a acelerar en todo el país. El Gobierno está animando a las empresas a abandonar las estructuras salariales basadas en la antigüedad para sustituirlas por otras que recompensen el talento. Esto es bueno en general, pero gran parte de la envidiable estabilidad social se debe a estas estructuras que mantienen el empleo y distribuyen la riqueza.
A medida que los grandes bolsillos convierten el esquí en una actividad cada vez más para la élite, por cada relato de prosperidad como Niseko, hay múltiples estaciones más pequeñas que han cerrado a medida que la afición se aburguesa cada vez más. Una bifurcación similar del mercado laboral en éxitos y fracasos supondrá la creación de unos trabajadores que puedan permitirse esos fideos y otros para los que el ramen se convertirá cada vez más en un lujo.
Empresas extranjeras invierte en estaciones de esquí en decadencia para revitalizarlas