Inventada en 1870 por el norteamericano Eugene Chapin, fue destinada en un principio a un público con algún tipo de discapacidad que le impidiera beber directamente del recipiente. Pero rápidamente se volvió tan popular, que pocos años después, en 1888, el inglés Marvin Chester Stone evolucionó el sistema hacia uno deshechable, y fue entonces cuando empezó el problema para el medioambiente. Y por si fuera poca su aceptación, en 1937 a Joseph Bernard Friedman, se le ocurrió inventar el formato actual, el que tiene el cuello flexible. Al parecer vio a su hija tratando de beber con dificultad, así que introdujo un tornillo en el interior de la pajita y marcó las estrías con hilo dental.
Según la asociación 'Strawless Ocean', hoy se consumen decenas de miles de millones de estas pajitas cad año en todo el mundo, y del mismo modo, decenas de miles de millones de pajitas son deshechadas, unas directamente a la basura, otras salen volando hasta el mar, ríos o montañas, y las hay que directamente son lanzadas al suelo sin miramientos. Pero en ninguno de los casos, este utensilio puede ser reciclado.
No fue hasta que en 2015 se hizo viral un video de una tortuga sufriendo por tener una pajita de plástico incrustada en la nariz, que cambió la actitud de muchos consumidores hacia este utensilio de plástico que para mucha gente es una comodidad.
¿Pero cómo puede llegar al mar este diminuto utensilio de plástico? La primera de las causas es logicamente desde barcos o personas que estén en la costa, pero aunque pueda parecer increible, muchas llegan desde cientos y miles de kiómetros tierra adentro, porque están hechas de un material tan fino, que es prácitcamente imposible reciclarlas. Además, cada una de ellas se fragmenta en varios trocitos que nunca llegan a degradarse del todo.
Como resultado, cuando alguien deshecha una pajita en la ciudad o en la montaña, hay muchas posibilidades de que entera o en trocitos acabe al cabo de días, semanas o meses, flotando en un río, y luego en el mar. Esos trocitos cada vez más pequeños son conocidos como microplásticos, y los animales marinos suelen confundirlos con comida.
La mayoría de pajitas de plástico son demasiado ligeras para pasar por los clasificadores de reciclaje mecánicos, por eso acaban en vertederos y cursos de agua y, finalmente, en nuestros océanos.
La pajita de plástico ha empezado a convertirse en una especie en peligro de extinción, y algunas ciudades de Estados Unidos como Seattle, Miami Beach o Malibu las prohíben, mientras que algunos países limitan el empleo de objetos de plástico de un solo uso, entre los que se incluyen las pajitas. Belice, Taiwán e Inglaterra son unos de los últimos países que han propuesto prohibiciones.
Pero una empresa no tiene que esperar a que el gobierno implante una prohibición para implementar la suya propia. Por eso Sugarbush ha decidido tomar la delantera, y de la misma manera que otras compañías hoteleras y turísticas, ha decidido prohibir las pajitas en sus propiedades. Tan solo las ofrecerá a personas que por alguna discapacidad o problema de sensibilidad en los dientes, la necesiten. Entonces la camarera le entregará una de las que la FDA ((Food and Drug Administration) haya aprobado.
Entre ellas está las de la marca Aardvark Straws, que son deshechables y biodegradables. Según la FDA, tardan entre 30 y 60 días en descomponerse.
La mayoría de personas no piensa en los efectos que tiene el simple acto de coger o aceptar una pajita de plástico en sus vidas y en las vidas de las generaciones futuras. Así que tú también puedes hacer tu propia aportación, rechazando las que te ofrezcan, mientras ese establecimiento no se decida a retirarla de su servicio...