Los ingleses llegaron en el siglo XIX y, naturalmente, querían seguir jugando al criquet y al polo.
Los ingleses llegaron en el siglo XIX hasta
St Moritz, venciendo el miedo ancestral a los Alpes y, naturalmente, querían seguir jugando al criquet y al polo.
St Moritz es, desde hace un siglo, uno de las mayores concentraciones de hoteles de lujo del mundo y el único de su clase a 1.850 metros de altura. La historia empezó
hace 3.500 años, gracias a las aguas ferruginosas. Las legiones romanas de la Retia las descubrieron, y su fama se mantuvo hasta el punto de que, pese a la pobre
«telecomunicación» medieval, el
legendario médico Paracelso vino de Salzburgo a estudiar aquel milagro científico. Con los siglos, esa fama haría del arrinconado
valle de Engadin un símbolo de
salud, aire fino y aguas vivificadoras. Y conferiría a Suiza la imagen de
hospital de Europa (hoy, en el subconciente de todos al ver su bandera), que retuvo hasta las guerras mundiales, cuando los banqueros sustituyeron a las enfermeras en la
«montaña mágica». Con el salto cualitativo, además de los célebres baños de turba y heno,
St Moritz no tardaría en inventar el
baño de champán, para compensar por fuera el ingerido hacia dentro.
Durante siglos, sin embargo, se mantuvo el pánico a la dureza de la cordillera a la que se enfrentó
Aníbal... A la cordillera y al frío intenso. Los ingleses venían en verano, a
«cambiar de aires y tomar las aguas», como se decía en el XIX. Pero tras baño, paseo y cacería, desaparecían escopetados en cuanto llegaba septiembre. El
cantón de los Grisones era un lugar tan estéril, que no daba de comer a sus gentes, celtas latinizados que emigraban entonces a Rusia y a América y regresaban con nuevas ideas. De este espíritu emprendedor surgió el desafío lanzado, hace 150 años, por un posadero a sus ingleses:
«En pleno invierno se está mejor aquí arriba, a -10ºC, que en un Londres neblinoso a 5º». Si se atrevían a comprobarlo, estarían invitados hasta la primavera.
322 días de sol
| | Primeras obras en el Kulm Hotel |
Cuando cayó el invierno, trineos abigarrados llenos de baúles e ingleses empezaron a atravesar, por primera vez, el temible puerto de Julia, a 2284 metros. Al alcanzar sanos y salvos el
hotel Kulm,
Johannes Badrutt salió a saludarlos
en mangas de camisa bajo un sol radiante que iba a hacer mundialmente famoso el invierno en
St Moritz: un lugar de alta montaña con
322 días de sol al año. Su apuesta estaba ganada, y costear la estancia de aquella extravagante comitiva hasta primavera era una inversión cuyos réditos cosecharía su familia y la región por generaciones, en cuanto los británicos regresaran a Londres
bronceados y saludables de su invierno en los Alpes.
| | Practicando skijoring |
Los ingleses descubrieron que, efectivamente, el invierno podía ser puro y seco como la ginebra, y calentar como aquella. Y Badrutt empezó a ampliar, tecnificar y comprar dependencias colindantes, hasta levantar junto al Kulm el
primer Hotel Palace del mundo, idolatrado como el mejor de los mejores. Gracias al emprendedor Badrutt,
St Moritz no sólo ha podido celebrar sus
150 años de atípica historia hotelera —un 60 por ciento de sus hoteles es de 4 y 5 estrellas— y de algo tan novedoso como una
«temporada alta» de invierno, sino del propio nacimiento del deporte blanco. Aquí se inventó, entre otra media docena de deportes, el
bobsled, el
«skikjöring», se cavó el primer tobogán de hielo (
«cresta run») y se corrió la primera competición de esquí, algo que sólo a un inglés podía ocurrírsele hacer
con frío y en vacaciones. St Moritz ha sido el escenario de
dos Olimpiadas blancas (1928 y 1948). Y aun más, este pasado fin de semana celebró los 100 años de la prueba hípica más espectacular: el
White Turf, en el prodigioso
hipódromo sobre el hielo del lago de
St Moritz.
| | White Turf, hipódromo sobre el lago helado de St. Moritz |
El viejo Badrutt, que haría de una aldea no mayor que Baqueira el centro del mundo y de los titulares de sociedad, había visto que la laguna que ocupa todo el valle durante el año multiplicaba la superficie útil al helarse en invierno y convertía el lago en cancha multiusos: hípica, criquet, polo (hace días concluía el
Campeonato del Mundo Cartier sobre nieve), «curling», patinaje, trineo tirado, carreras de coches y
hasta aeródromo (en 1919 voló el primer avión del lago de St. Moritz a Londres). Siempre afanoso, en 1878 se trajo de la exposición universal de París el primer
arco voltáico de toda Suiza para instalarlo ante su hotel y, en 1896, hizo rodar el
primer tranvía eléctrico del país para bajar a los baños,
el primer remonte y el primer teleférico, Badrutt compraba y renovaba sin parar hasta convertir el Palace en lo que aquella dama catalana, duquesa de Dúrcal, escribió en los años 20:
«Era necesario ser rico para ir, y joven para soportar la altura; así quedaban alejadas de St Moritz las dos fases más tristes de la vida: la pobreza y la vejez, y todo ese aspecto mediocre de las ciudades compuestas por todo lo contrario: pequeña burguesía, proletarios, gentes de ideas provincianas. Cada vez que bajaba de Saint Moritz tenía la impresión de bajar a la realidad después de unos meses de sueño dorado». Abajo, en la realidad de Madrid, su marido don
Fernando de Borbón le hacía, en tanto, una bella hija a
Pastora Imperio.
Van Cleef, Romanov, Krupp...
«Era necesario ser rico para ir, y joven para soportar la altura; así quedaban alejadas de St Moritz las dos fases más tristes de la vida: la pobreza y la vejez».
El
Palace de St Moritz se había convertido en el salón del orbe, un lugar para ver y ser ser visto cada temporada, jugar al bridge ante ventanales abiertos a los Alpes, donde los
Van Cleef tienen siempre mesa reservada, o coquetear entre pieles ante inmensas chimeneas de mármol. Los
Romanov, los
Lancaster y los
Hohenzollern habían tirado de la aristocracia que merecía ese nombre. Tras ellos, los
Krupp, Burda, Flick, Opel y Sachs fueron seguidos por
Puccis, Guccis, Agnellis y Pradas. Y estos a su vez por
Onassis, Livanos y Niarchos, tras los que vendrían jeques y millonarios japoneses, chinos e indios, como
Lakshmi Mittal cuya villa costará 44 millones. El Palace tiene unas tarifas de
hasta 12.500 euros la noche y su King Club sigue siendo el cobijo de aristócratas mundanos, estrellas y juerguistas rusos.
Sólo en enero han aterrizado
54 jets privados cargados de brillantes y maletines de banco. Si un Gourmet International Festival intenta cada año sofisticar los paladares adinerados,
Christies y
Sotheby's han estado subastando joyas, mientras fuera nevaba y se escuchaban el relincho de los purasangre, listos para el
White Turf.
St Moritz. Un lugar donde lo menos democrático es protestar contra las pieles, y el frío es tan de lujo que se llama
«clima champagne»,
dorado, fresco, seco.
Fuente: Ramiro Villapadierna para el Diario ABC