Todo bien. La calidad de la nieve era buena. Acompasaba la respiración con el giro, eligiendo el lugar para el viraje. Se detuvo para comprobar si sus amigos le seguían. Pero la cosa empezó a torcerse. Las sensaciones no eran buenas. Algo pasaba. El comportamiento de los esquís no era el deseado, un ligero bamboleo. Gritos de aviso. Una línea de nieve blanca sobre su cabeza. ¡Un alud! «Más te vale que tires para abajo a toda mecha», pensó. Intentó salir de la trayectoria del desprendimiento y guardar el equilibrio sobre un terreno que se deslizaba cada vez más deprisa bajo sus tablas. La caída era inevitable, aunque no fue muy brusca. Golpes, confusión, nieve, nieve y más nieve. Una opresión en la cadera y dolor abdominal; pero luego liberación, inmovilidad, silencio... y oscuridad.
«Vaya manera de terminar. Bueno, tranquilo tío, más vale que no te pongas nervioso; seguro que estos me encuentran. Venga, trata de serenarte para no gastar oxígeno». Imposible, mantener la cabeza fría es una cosa y otra tratar de controlar las respiración después de semejante revolcón, a oscuras, con ochenta centímetros de nieve sobre un cuerpo completamente inmovilizado y con los copos que formaban aquella fantástica «pala» penetrando por los orificios de la nariz y entre los dientes, donde se colaban cuando trataba de atrapar el aire a bocandas, exhausto. En estos casos se pierde la noción espacial; dicen que, para saber si el cuerpo está boca arriba o boca abajo, hay que miccionar y comprobar hacia donde cae; «pero yo me oriné para aliviarme; dos veces; entre las mallas interiores, los pantalones y todo el equipo que llevaba no noté nada y no sabía cómo estaba».
Pues a Jesús Moreno, después de un desplazamiento de unos cuatrocientos metros, lo encontraron casi once minutos después, boca arriba, «con la carita morada», como dice Luis, uno de los acompañantes que lo localizó y desenterró. Algunos estudios establecen un límite de 15 minutos a partir de los cuales se multiplican las posibilidades de fallecer. Pero Jesús estaba vivo y en perfecto estado de consciencia. «Tranquilos, tranquilos, estoy bien».
Sin «arva»
Jesús Moreno, toledano de 43 años, anda con una ligera cojera, secuela de la fisura de pelvis que sufrió en este accidente. Aparte de esa lesión física y del susto, no le pasó nada más. Está casi recuperado, aunque admite con resignación que esta Semana Santa no podrá practicar esquí de travesía, como viene haciendo todos los años desde hace siete. En su haber, una travesía en los Alpes de seis días entre Francia y Suiza.
A pesar de contar con experiencia de sobra en la montaña, el pasado 3 de enero sufrió este grave percance, que relata para ABC apenas una semana después de que un esquiador perdiera la vida en Lleida sepultado por un alud. El fallecido no llevaba «arva» (se lo había dejado a su hija), un dispositivo imprescindible que deben llevar todos los miembros del grupo, que es emisor y receptor de una señal que permite localizar al esquiador en caso de sepultamiento. Jesús Moreno tampoco lo llevaba, «nos confiamos, llevaba una buena equipación, pero me faltaba el «arva». He estado en lugares más peligrosos y en pasos difíciles que hemos evitado. Pero en este lugar nada hacía prever que pudiera pasar algo así, era un fuera de pista pero lleno de huellas y con una salida al final por la que había pasado la máquina que pisa las pistas... está claro que en la montaña no te puedes despistar y que siempre hay que llevar el «arva» y la pala para, en el peor de los casos, aligerar el rescate».
El accidente se produjo en la estación de esquí de Val d´Isere, en los Alpes franceses. Acompañaban a Jesús cuatro amigos, tres chicos y una chica.
Al mismo tiempo que se produce el alud, uno de los acompañantes llama a la asistencia y otro se desliza en paralelo a la avalancha, intentando no perder de vista a Jesús hasta que todo se detuvo en una vaguada. En ese momento comienza una angustiosa búsqueda en la que cada segundo cuenta.
Con la referencia de un esquí que se había soltado, los compañeros comienzan a acotar un terreno de nieve blanda en el que se hundían hasta la cintura. Tampoco disponían de otro elemento esencial, una vara que, desplegada, llega a los dos o tres metros y que sirve para comprobar la profundidad y el lugar en el que se encuentran los cuerpos sepultados por la nieve. Así que pincharon con los esquís durante diez eternos y fatigosos minutos hasta que dieron con él.
«Noté como me pinchaban con un esquí, pero luego no sentí nada; ahí me entró la angustia y empecé a gritar porque creía que se habían pasado. Pero me volvieron a golpear y comenzaron a desenterrarme. Ahí me tranquilicé del todo y fui yo el que les daba ánimos y les tranquilicé porque me encontraba perfecto».
Sin otras herramientas que las propias manos, y agotados por la búsqueda, comenzaron a quitar nieve hasta que dieron con Jesús. En ese momento aparecen en la historia dos personajes que simbolizan la solidaridad y el compañerismo que todavía rigen las relaciones humanas cuando pintan bastos en la montaña. Se trata de dos jóvenes británicos que acudieron al socorro, ayudando a sacar al herido con la pala que llevaban. «Se portaron fenomenal, eran unos tíos estupendos y luego nos invitaron a unas cervezas en el bar donde trabajaba uno de ellos».
Actuación profesional
Enseguida llegaron las asistencias de la estación y los equipos médicos, que «actuaron de una manera mu profesional» y trasladaron a Jesús en helicóptero primero al centro sanitario de Val d´Isere y luego al hospital de una población cercana, donde pasó la noche para darle el alta al día siguiente.
Un tercer ramal del relato se desarrolla en una de las cafeterías de la estación donde la novia de Jesús, Blanca, ajena al frenético acontecimiento, disfrutaba del sol alpino, pues había abandonado el grupo minutos antes al encontrarse algo cansada. «¿Asustada?, no te creas, date cuenta ella no se enteró de nada y cuando me vio en el hospital yo estaba perfectamente», comenta Jesús.
La causas del alud hay que buscarlas en la nieve caída los días anteriores y el intenso frío, lo que provocó que no diera tiempo a que se compactase y quedó muy suelta y acumulada en mucha cantidad. La mala suerte también tuvo que ver, pues el tramo se cerraba en una vaguada en la que se acumuló la avalancha, con Jesús dentro.
Para concluir, Jesús Moreno precisa que el esquí alpino, el esquí de travesía o cualquier deporte que tenga que ver con la montaña no son actividades de riesgo, siempre y cuando se realicen con el equipo necesario y las aptitudes físicas sean las adecuadas para las condiciones meteorológicas y la dificultad del terreno al que nos enfrentamos.
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