Más que una cara bonita

Más que una cara bonita
Sonja con Tyrone Powell en "Thin Ice". (Imagen: pinterest; Brenda Bennett).
Esta la historia de Sonja Heine: una noruega que fue esquiadora, campeona de patinaje artístico y estrella de cine en Hollywood. Una historia de deporte, política global, cine y patinaje ¡mucho patinaje!
Buscando películas para un proyecto educativo (contextualizado dentro de esa Enseñanza Pública con la que tanto se solidarizan, de boquilla y postureo, las gentes de la industria del cine) que seguramente no llegue a materializarse a causa de los abusivos derechos planteados por las empresas gestoras de los mismos, me topé con un conjunto de filmes estadounidenses de una misma época con un aparente denominador común: la elección de estaciones de esquí como escenario preferente. Eran películas en blanco y negro con mayor o menor componente musical, y ubicadas temporalmente (su estreno) entre 1937 y 1943. Digo que el denominador común (en realidad comparten varios) era aparente, ya que, al verlas, hubo otro detalle que se me hizo mucho más evidente y llamativo. Pese a que todas ellas cambiaban de actor para el papel de galán, o incorporaban alguna que otra estrella rutilante, las tres incluían a la misma actriz en el papel protagonista femenino: Sonja Henie.
Con Sonja, sin yo saberlo, resulta que tengo una doble deuda pendiente. Generada tanto por ignorancia mía con respecto a su existencia histórica, como por exigencias de guion de sendos libros escritos por mí. Tanto en el primero (Metiendo Cantos), como en el segundo (Homo Skater), la cuestión no tiene solución. En el segundo, sin duda, encajaría mucho más, por méritos propios. Así que, sin pensármelo mucho más, he decidido dedicarla una entrada de blog, porque la verdad es que su figura merece la pena.
Sonja nació en Cristiania (Noruega) en 1912 y falleció cuando yo tenía seis años. Desde muy pequeña le fue inculcada la práctica deportiva de un modo que casi hace recordar a algunos de esos padres obsesivos que se empeñan en que sus vástagos acaben convertidos en estrellas internacionales del deporte. El caso es que el de Sonja lo acabó consiguiendo. Su padre se llamaba Wilhelm Henie, y él mismo había sido un destacado competidor de patinaje de velocidad (robre hielo) a nivel europeo. Su segundo puesto en la prueba de 500 metros, acompañado de sus tres terceros puestos en las de 1500, 5000 y 10.000 en los Campeonatos de Europa de 1896 certifican su nivel. Aunque logros aún mayores fueron los que consiguió como ciclista de pista, pues ganó tres medallas en tres diferentes Campeonatos del Mundo, siempre en la modalidad de 100 km tras moto. Oro en 1894, bronce en 1895 y plata en 1900. Además, llegó a ostentar dos récords del mundo, logrados en 1894, en el mítico velódromo londinense de Herne Hill, sobre las distancias de 2 y 10 millas.

Retrato del ciclista Whilhelm Henie. (Imagen: wikipedia).

Desde muy niña, Sonja mostró evidentes aptitudes deportivas en disciplinas tan variadas como la natación, la equitación, el tenis (alcanzando cierto posicionamiento a nivel nacional) y, especialmente, el esquí. Sin embargo, como consecuencia de pasar mucho tiempo patinando, mientras su hermano entrenaba patinaje artístico en el Fronger Stadion, así como de haber iniciado formación en ballet desde los cinco años, la niña acabó despuntando como patinadora al cumplir los seis. Ante su aparente potencial, sus padres apostaron fuerte por ella, decidiendo sacarla de la escuela, siendo educada en casa mediante tutores y buscando, permanentemente, los mejores entrenadores para su desarrollo deportivo. Un ejemplo de ello fue la primera bailarina del Ballet Imperial Ruso: Tamara Platonovna Karsavina. La criatura no se hizo esperar mucho, pues, con solo once años, debutó en los JJOO de Invierno de 1924 en Chamonix, alcanzando el octavo puesto (última) en la prueba individual femenina de patinaje artístico. Patinar debía de patinar ya maravillosamente, pero, en aquella ocasión, en plena competición, era tan niña que se acercaba a la valla de la pista, cada cierto tiempo, para preguntar a sus técnicos cómo continuar.
A medida que fue madurando, la niña prodigio fue asentando su competencia, y a los catorce años se consolidó como campeona del mundo. Y lo de consolidar viene muy bien al caso porque desde entonces logró reiterar dicho título, ininterrumpidamente, durante ¡diez! Ocasiones. A ello hay que añadir que logró hacerse con las tres medallas de oro de la especialidad en los tres JJOO celebrados consecutivamente en 1928 (St. Moritz), 1932 (Lake Placid) y 1936 (Garmisch-Partenkirchen), un palmarés que no ha logrado ninguna otra patinadora hasta la fecha. Tan exitosa carrera resulta globalmente indiscutible, aunque no estuvo exenta de polémicas en su inicio y su final (no en la mayor parte central de la misma). Inicialmente, con el ajustado resultado de su primer campeonato del mundo, contra la austriaca Herma Szabo, cuando dicen que la abundancia de jueces de nacionalidad noruega favoreció a Henie. No es momento de juzgarlo, pero el caso es que después vinieron otros nueve más. Y finalmente, en su última medalla olímpica, con cierta extraña adjudicación en el orden de competición, cuando se veía muy amenazada por Cecilia Colledge. Por cierto, durante aquellos momentos de tensión, la estrella sacó los dientes en alguna ocasión, sugiriendo que, detrás de su angelical rostro, también se agazapaba un carácter que sabía mostrarse furioso.

Sonja Henie representando a Noruega en unos JJOO. (Imagen: Pinterest; Law Offices of Christine Karol Roberts)

Habladurías aparte, y más allá de los títulos y medallas logrados, a nuestra protagonista el patinaje artístico le debe mucho más. En concreto tres aspectos fundamentales hoy en día: ella fue la primera en calzar botas blancas; quien impuso la utilización de faldas cortas; e igualmente, la pionera en emplear coreografías de danza. Todo ello, eso sí, manteniendo un régimen de vida claramente profesional (daba muchos espectáculos de patinaje por los que cobraba bien, y mantenía una evidente actividad empresarial con ello, con la que sostenía la estructura profesional deportiva de su preparación; realidades que, recordémoslo, en una época en la que ambos modos de proceder, considerados como profesionalismo, estaban terminantemente prohibidos en la esfera olímpica). Pero, a estas alturas, que le quiten lo bailado. A ella y, sobre todo, a la evolución de estilo del patinaje artístico femenino.

Todo este asunto de la dedicación profesional al patinaje artístico del mundo del espectáculo, y su incompatibilidad manifiesta con el espíritu olímpico y la versión entonces vigente de la cambiante Carta Olímpica fue tratado en la primera película protagonizada por Sonja Henie. En One in a Million (1936). Es un filme relativamente sencillo, con algunos fallos de montaje en esporádicos cambios de toma, muy poco escenario exterior real, e interiores poco ambiciosos, a excepción de una escena de patinaje ejecutada en lo que claramente era un Skate-rink. Aquellos establecimientos eran como una especie de salas de fiestas elegantes en las que la gente podía cenar, disfrutar de espectáculos sobre patines o bailar al son de orquestas en directo. En un momento dado, la película añade un minúsculo guiño a los skate-rink sobre ruedas, cuando tres actores representan un número musical calzados con patines de ruedas. En realidad, únicamente cantan. No patinan con ellos, pero los llevan puestos todo el rato. Las exhibiciones de la patinadora sobre el hielo se convierten en el eje identificativo del largometraje, y la fórmula, que se mostró muy exitosa de cara a la taquilla, se repetiría a lo largo de toda su carrera como actriz. Como anécdota, se puede mencionar que, hacia el final de la película, surge un bizarro número cómico representando una corrida de toros sobre patines con música de la ópera Carmen de Bizet. Que tome nota Javier Fernández para sus shows.

Cartel de la película "One in a Million". (Imagen: amazon).

Volviendo al asunto del profesionalismo deportivo, lo de andar disimulando una dedicación profesional paralela, basada en la propia actividad deportiva, fue algo que generó muchas e interesantes historias durante décadas de olimpismo. De igual modo que despertó el ingenio en las grandes potencias mundiales del deporte (y de lo demás) para conseguir que sus deportistas se dedicaran completa (profesionalmente) a su deporte, sin que lo fueran oficialmente. El Capitalismo encontró su fórmula, y el Comunismo también. Pero todo eso es ya agua pasada. Los JJOO actuales son abiertamente profesionales. Sin embargo, lo que a mí más me llama la atención en el itinerario deportivo de aquella patinadora fue la dedicación profesional precoz hacia la que fue dirigida. Su caso pudiera ser considerado como una muestra pionera de una tendencia que prolifera excesivamente en tiempos actuales y que, en el mejor de los casos (muy pocos), acaba describiendo una historia de apuesta familiar radical para fabricar una estrella deportiva, mientras que en otros muchos (la mayoría) acaba generando dramas personales o familiares, graves lesiones crónicas y hasta explotación infantil socialmente tolerada.

Si reflexionamos un poco sobre la evolución experimentada por el espíritu olímpico a lo largo de la era moderna, puede darnos por pensar que el paso desde una declarada aversión hacia la dedicación profesional a los procesos de entrenamiento deportivo, hasta su bendición, e incluso potenciación, ha experimentado cierto paralelismo con el manifestado en el seno de la sociedad en general. En ella, el desempeño amateur, especialmente desde hace relativamente pocos años, está alcanzando cotas de dedicación y empleo de recursos (económicos, tecnológicos, farmacológicos, etc.) próximos o similares, en bastantes casos, a los del profesionalismo deportivo. Cada vez hay más gente que extrae más tiempo de atención a su familia, vida social, empleo, etc. Para involucrarse en procesos de entrenamiento muy exigentes, apoyándose en la ayuda especializada de nutricionistas, preparadores, entrenadores, fisioterapéutas, etc. Para vencer en competiciones de segunda, ganar a su vecino del quinto, o salir victoriosos en eventos que, realmente, no son competiciones. Los hay incluso que hasta para ello recurren al dopaje. ¡Bienvenidos a la distopía de los valores del deporte en el siglo XXI!.

Siguiendo con esta especie de biografía informal, entre éxitos deportivos y shows, Sonja llegó a convertirse en toda una celebridad mediática, reuniendo multitudes de fans en algunas de las grandes capitales a las que viajaba. Sin embargo, aquello experimentaría una potenciación aun mayor con su irrupción en Hollywood. Tras sus últimos JJOO, ya sin disimulos, se lanzó al mundo profesional de los shows de patinaje artístico. Enseguida, siempre con su padre en el rol de agente-asesor-estratega-tutor-padre-todo, etc. Organizaron uno en Los Ángeles, a consecuencia del cual firmó un contrato por varios años con la Twentieth Century Fox (uno de los mejores pagados de la época). Así comenzaron sus primeras películas (la comentada One in a Million, Thin Ice (1937), My lucky star (1938) y algunas más, hasta rodar Second Fiddle en 1939) en la segunda mitad de la década de los años treinta, las cuales, según parece, fueron muy exitosas, y en las que, desde luego, las escenas de patinaje constituían parte fundamental del contenido. Reconozco que solo he visto las tres primeras que acabo de señalar, aunque imagino que todas tengan bastante que ver con ellas. En todas, el diseño de los números de patinaje era cosa de la propia patinadora (entonces ya actriz).

En Thin Ice Sonja comparte protagonismo con el mítico Tyrone Power, cuando este iniciaba su carrera como actor. Aquí aparece esquiando, muy lejos de las espadas que esgrimiría tiempo después en tantas y tantas películas de acción. En esta ocasión interpreta a un galán que viaja de incógnito a los Alpes y se enamora de la patinadora a la que conoce esquiando. La película trata suficientemente bien un esquí alpino bastante pionero, aunque adolece de un error que contaminó de forma habitual a la industria del cine de Hollywood: acelerar artificialmente las escenas de acción para que parezca que los personajes vayan más deprisa. Fue algo característico de demasiados westenrs hasta épocas bastante tardías, y en mi opinión, estropea el efecto documental que muchas películas podrían conservar en la actualidad. En su descargo, he de decir que, ahora abusan de otros procedimientos tanto o más censurables en las acciones: el empacho de escenas elaboradas con ordenadores para recrear lo excesivamente inaudito; la reincidente cámara lenta (en realidad, técnicamente, ultra rápida) para recrearse en demasiados movimientos; y, especialmente, la disección de una escena en un montón de micro tomas, casi imperceptibles para el ojo humano, que son montadas en una sucesión de veloces cambios que dificultan la percepción coherente de la escena. Todo ello, me temo, respondiendo a modas, más que a criterios de calidad cinematográfica. Aparte de las escenas de esquí, el filme se resuelve mayormente en interiores, pero mejora en calidad con respecto al primero, y las escenas de patinaje van ganando espectacularidad.

Sonja con Tyrone Powell en "Thin Ice". (Imagen: pinterest; Brenda Bennett).

 

Por su parte, My lucky star se ambienta en un escenario de campus universitario invernal idealizado. El argumento describe cómo, por casualidad, unos grandes almacenes contratan a una habilidosa patinadora para que ejerza de una especie de modelo infiltrada en el ámbito universitario. Aunque la cinta es de 1938, lo que describe no es otra cosa que la utilización de una influencer presencial en la universidad. El trato, más que estrictamente profesional, lo que ofrece es el pago de los estudios de la chica en cuestión, a cambio de que se pasee por el campus con las colecciones de invierno de la firma comercial. En la trama hay celos, amor, algo de comedia y mucho patinaje artístico. Muy cuidado y elaborado. También aquí parece notarse un cada vez mayor dominio del género (o subgénero) sobre hielo. Algunos decorados que simulan pistas de hielo, aparentemente exteriores, resultan muy cuidados y bastante espectaculares. Un detalle más sobre esta película: en la ficción, el éxito de la influencer es tal, que llega a ser portada de la revista Time. ¿Premonición o estrategia desencadenante? El caso es que Sonja Henie lo fue realmente al año siguiente.

En portada de la revista Time. (Imagen: TIME Magazine cover, 17 July 1939, Time magazine archive. wikimedia commons).

Más tarde llegaron un par de intentos de películas de carácter total o parcialmente dramáticas, pero no alcanzaron las cotas de éxito esperadas, confirmando un par de pegas en la variedad de registros de la actriz. Primera, que su competencia interpretativa parecía quedar acotada al espacio de la comedia. Y segunda, que su marcado acento nórdico limitaba sus posibilidades. Precisamente tal acento, lejos de molestarme, a mí me parece estupendo, porque gracias a él, es a Sonja a la que mejor he entendido cuando he visto algunas de sus películas en versión original. Así pues, la compañía decidió volver con ella al género ligero, algo musical y con especial atención al patinaje. Y en aquella fase surgieron películas como Sun Valley Serenade (1941), Iceland (1942), Wintertime (1943) o It’s a plasure (1945), esta última en color.

De todas ellas únicamente he visto la primera y, para mi gusto, es la mejor de las cuatro películas completas que he visto de Sonja. En su caso, durante gran parte de la película, da la impresión de que la naciente estación de esquí de Sun Valley (Idaho) pudo incluso haber patrocinado parcialmente la producción. Lo digo porque la obra se convierte en un excelente reportaje del lugar, mostrando su paisaje repleto de nieve, sus remontes, pistas, edificios de ocio, piscina descubierta climatizada, estación de ferrocarril, etc. Sun Valley fue la primera estación de esquí construida en los EEUU. Fue fundada en 1936, así pues, que aparezca de forma tan resaltada, apenas cinco años después, en una película que incluye su nombre en el título, da pistas sobre la posible voluntad que podría haber detrás del guion y la localización. Es más, en este caso las escenas de esquí ganan presencia. Son las mejores de todas las que están siendo reseñadas aquí. Lástima, de nuevo, de esa manía de dar un suplemento de velocidad artificial a las acciones. Aunque el esquí es excelente, no quita protagonismo al patinaje, que también es muy bueno, manteniéndose como atractivo preferente del largometraje. También hay romance de montaña (de cabaña), toques cómicos y unos interiores bastante más sofisticados que en películas anteriores. Seguramente, porque en esta son reales, los que querría mostrar Sun Valley al gran público. Como ya he comentado, los exteriores también tienen, en este caso, su cuota de pantalla. Y no defraudan. A mí como esquiador, al verlos, me dan enormes ganas de estar allí. Pero esta cinta ofrece otro ingrediente realmente atractivo. No es otro que la presencia de Glen Miller. El músico interpreta un personaje secundario, pero su participación, rodeado de una amplia banda, aporta unas cuantas piezas musicales de excelente calidad. Abundante y buena música de big band de la época.

Fotograma de la pelicula "Sun Valley Serenade". (Imagen: pinterest; DeDe Parker).

Hablando de épocas, la época dorada de la vida de Sonja Henie la hizo convertirse en una de las mujeres más ricas del mundo. Aquello fue en los años 40 del pasado siglo. Años en los que, como la mayoría de las figuras públicas, no pudo eludir algunas controversias. En su caso, preferentemente, relacionadas con el nazismo. Antes de la II Guerra Mundial, Henie visitó frecuentemente Alemania por motivos puramente competitivos. Para entonces ya era una celebridad. Por todo ello, allá por donde iba se codeaba con la nobleza europea, y los dirigentes del estado mayor alemán, con Hitler a la cabeza, eran declarados fans suyos. Algo que podemos considerar normal, teniendo en cuenta que para el público alemán corriente Henie era toda una estrella. Y por lo general, los políticos, nazis o no, de derechas o de izquierdas, democráticos o autoritarios, acostumbran a posicionarse cerca de las estrellas mediáticas (las deportivas, las artísticas, etc.) para ganarse el favor del público, hacerse fotos, etc. Pero, la controversia a posteriori es algo de lo que resulta difícil librarse. Cuando algo se tuerce, y se tuerce a lo grande, cuando un mal asola una sociedad, surgen montones de expertos críticos que pretenden advertir, juzgar, perseguir y condenar, cuando ya no hay remedio, cuando todo ha sucedido. La manía del revisionismo no científico, no informado o descontextualizado es moneda de cambio habitual en la humanidad. Y quienes callaron, silbaron disimuladamente por las esquinas con las manos en los bolsillos o miraron hacia otro lado (o simplemente tampoco eran conscientes de lo que se venía encima) después, sanos y salvos, y con todo arreglado (muchas veces por otros), brotan con el ánimo de cazar culpables, sospechosos, presuntos arribistas, etc. Todo esto viene a cuento porque se dice que Sonja Henie se marcó un saludo nazi ante Hitler, cuando este la felicitaba por su medalla de oro en los JJOO de Garmish-Partenkirchen de 1936. Saludarse se tenían que saludar forzosamente. Ella era la medalla de oro, y él el jefe del estado anfitrión. De hecho, saludó también a las medallistas de plata y bronce. Lo mismo que en la actualidad los ganadores de trofeos saludan a jeques, dictadores o jefes de estados autoritarios, cuando estos últimos ejercen de anfitriones. Sonja siempre declaró que ni ella, ni las otras dos, ejecutaron tal saludo, como tampoco lo hizo en otras ocasiones similares, en Alemania, cuando ganó otros campeonatos importantes como el de Europa del mismo año 1936. Por otro lado, durante aquellos JJOO, un día fue invitada a comer con Hitler, quien le regaló un retrato autografiado con extensa dedicatoria, lo cual deja claro que, si el dictador admiraba a alguien por encima de todo lo demás, era a sí mismo. La prensa noruega se cebó bastante con la patinadora (¡qué más quiere la prensa! en este caso integrándose la deportiva con la de sociedad, que buscar carnaza). Sin embargo, tres años más tarde, Sonja protagonizaba una película cuya trama criticaba el gobierno nazi, posicionándolo ya como malo de la película. Tal es así que aquella cinta (Everything Happens at Night) estuvo censurada en Alemania. También en ella hay escenas de esquí, además de las consabidas de patinaje sobre hielo, aunque no puedo aportar mucho más porque apenas he visto unas pocas escenas.

Felicitada por Adolf Hitler, al borde de la pista de hielo (Imagen: autor desconocido; wikimedia commons).

 

Para quienes a la hora de criticar a otros, seleccionan mucho los hechos en los que fijarse, subrayando unos y enterrando otros, hay que recordar que aquellos JJOO de invierno se celebraron el mismo año que los de verano en Berlín, considerados estos como toda una demostración de poderío organizativo y propaganda institucional del nazismo. Un ejemplo de ello fue el invento del recorrido de la llama olímpica y sus relevos. La llama en sí fue una recuperación de una tradición de la Grecia clásica, que se incorporó al simbolismo de los Juegos Modernos en Ámsterdam 1928. Sin embargo, se trataba de un símbolo fijo, que no viajaba. La idea de transportarla de un lugar a otro por medio de miles de relevos deportivos fue cosa de dos personalidades alemanas del deporte: el historiador del deporte Carl Diem y Theodore Lewald, ambos con importante desempeño en la gestión deportiva de la Alemania nazi. Fuera cual fuera la motivación original de sus ideadores, al gobierno alemán de la época le pareció una excelente manera de generar propaganda interna y externa, y parece que el mismísimo Joseph Goebbels se encargó de gestionar toda la cobertura mediática del proceso. Estos detalles ya no se comentan, y la gente, el público, el mundo, se adhiere con pasión y emoción al simbolismo de las antorchas, ya totalmente arraigado en la cultura occidental, olímpica y deportiva. Nadie lo cuestiona, nadie pone pegas. No me parece mal, pero entonces… ¿por qué andar buscando saludos supuestamente realizados en contextos asépticos concretos, mientras aplaudimos en demostraciones masivas heredadas de orígenes tenebrosos?. Sin comentarios.

La antorcha olímpica se pasea por Berlín en 1936.(Imagen: Holocaust Encyclopedia).

Final del último relevo en Berlín (Imagen: Getty Images).

Otra crítica menor hacia la patinadora surgió como consecuencia de una frustrada integración suya en el reparto de otra película. En un principio se pensó en ella para participar en That Hamilton Woman. Se trataba de un filme encasillado en una tendencia de películas que pretendía que el público occidental en general adquiriera simpatía por el Imperio Británico, en especial respecto a su abierta confrontación con Alemania. Pero Sonja tuvo que declinar la posibilidad, tras haber adquirido nacionalidad americana (por matrimonio) y pertenecer, en aquel momento, a un país neutral. Durante la guerra, parece que la figura de la patinadora no contentó a todo el mundo por igual, algo habitual para casi todo personaje público. Mientras con sus giras, shows, trabajo e incluso fondos personales colaboraba con las tropas noruego-americanas, las propiedades de su familia en la Noruega ocupada fueron respetadas y no confiscadas por el ejército alemán, al encontrarse este con el retrato autografiado de Hitler sobre el piano del salón. ¡De película!.

Pasada la guerra, tras una serie de decisiones poco afortunadas, los negocios de Henie fueron a peor a lo largo de la década de los años 50. Comentan que se aficionó, algo más de la cuenta, a la bebida, y acabó retirándose del patinaje y del mundo del espectáculo en 1956. Todavía tuvo algunos coletazos en pantalla, pero nada destacable. Finalmente se trasladó a vivir a Oslo, donde ya habían superado la cuestión de las controversias precedentes, y se dedicó a coleccionar arte contemporáneo con su último marido, Niels Onstad (un magnate naviero muy aficionado al coleccionismo artístico). El museo Henie Onstad Kunstsenter alberga actualmente el conjunto de su colección.

Sonja y Niels posando con algunas de sus piezas. (Imagen: hok.no).

El caso de Sonja Henie, en lo que se refiere a su carrera cinematográfica, recuerda al de la nadadora Esther Williams, quien se quedó sin participación olímpica por culpa de la suspensión de los Juegos para los que estaba seleccionada, con motivo de la II Guerra Mundial. Esther rodó un montón de películas en las que los números artístico-acuáticos se convirtieron en seña de identidad, generando, también en su caso, una especie de subgénero. Aquello le costó, igualmente, que se le cerraran las puertas de otro tipo de papeles. En el caso de Sonja, hay que reconocer que fueron muchas cosas las que supo hacer bien en su vida: competir en su especialidad, desarrollar una prolífica y exitosa carrera como actriz, mantener buenos negocios y levantar un legado museístico reconocido. Era bajita, rubia y bastante guapa de cara, con una sonrisa dulce y atractiva, pero nada de ello comparable con ese otro conjunto de valores que realmente la hicieron triunfar. Su influencia sobre el mundo del patinaje artístico merece ser recordado (palmarés, vestimenta y empeño en hacerlo danzado) e incluso rememorado. Al menos, desde mi punto de vista, de vez en cuando.

Retrato autografiado de Sonja Henie. (Imagen: History for Sale).


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  • 12 películas de esquí con argumento Publicado el 04/03/2016

7 Comentarios Escribe tu comentario

  • #1
    Fecha comentario:
    28/02/2024 19:21
    #1
    Me he quedado flipado!!. Impresionante, enhorabuena por el curro que te has pegado. Con tu permiso, lo comparto en redes.

    karma del mensaje: 47 - Votos positivos: 3 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #2
    Fecha comentario:
    28/02/2024 19:24
    #2
    #1 por supuesto, permiso concedido :) . Me alegro que te haya gustado.

    karma del mensaje: 18 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #3
    Fecha comentario:
    28/02/2024 19:46
    #3
    Enorme! Como me gustan estos artículos donde se cuenta mucho más que lo que esperas ver tras leer el titular. Esa otra historia que va pasando en paralelo...

    karma del mensaje: 47 - Votos positivos: 3 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • Coe
    Coe
    #4
    Fecha comentario:
    29/02/2024 23:15
    #4
    👏👏👏👏👏👏

    karma del mensaje: 12 - Votos positivos: 1 - Votos negativos: 0

    • Gracias!
  • #5
    Fecha comentario:
    02/03/2024 19:53
    #5
    Este tipo de historias no suelen explicarse, y darían para un excelente documental histórico. Es un material de lujo, y hay mucha gente como nosotros que disfruta navegando por estos océanos clásicos. Me recuerda a los antiguos álbumes de fotos de mi abuela, que por cierto, aprendió a esquiar en La Molina.

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    • Gracias!
  • #6
    Fecha comentario:
    02/03/2024 19:55
    #6
    Por cierto, https://www.imdb.com/title/tt0031285/ es un peliculón.

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    • Gracias!
  • #7
    Fecha comentario:
    06/03/2024 19:27
    #7
    Que bueno, Muchas Gracias, super interesante!

    karma del mensaje: 0 - Votos positivos: 0 - Votos negativos: 0

    • Gracias!

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