La Real Academia de la Lengua, en colaboración con el Consejo General del Poder Judicial ha publicado recientemente un libro de estilo sobre el lenguaje en la Justicia. Para mí la cosa tiene relación con el esquí, y voy a explicar por qué. El Informe de la Comisión de Modernización del lenguaje jurídico comienza así:
“Una justicia moderna es una justicia que la ciudadanía es capaz de comprender” […] “Un mal uso del lenguaje por parte de los profesionales del Derecho genera inseguridad jurídica e incide negativamente en la solución de los conflictos sociales”.
“Convendrá conciliar criterios tendentes a desechar fórmulas y expresiones anacrónicas o vacías de contenido que no proporcionan ninguna información y, especialmente, prestar atención a la comprensibilidad de las citaciones que las Oficinas judiciales dirijan a los ciudadanos”.
Leyéndolo no puedo evitar pensar en mi trabajo: …una enseñanza del esquí moderna es una enseñanza que el alumno es capaz de comprender, etcétera. Juas.
Es verdad que las profesiones requieren de sus propias lenguas de especialidad, y que éstas permiten utilizar términos precisos que no existen en la lengua general. Nadie niega que deba haber un lenguaje del esquí, una jerga profesional, un tecnolecto o como se le quiera llamar. Al contrario. Lo que sí creo es que debiera evolucionar y hacerse más llano, más preciso entre los propios profesionales y más cercano y comprensible a esos alumnos que abandonan en masa el aprendizaje de un deporte porque les parece innecesariamente complejo, oscuro, inaccesible...
Si nos fijamos, además, hoy las lenguas de especialidad tienden a la simplificación e, incluso, las publicaciones científicas procuran cada vez más emplear un lenguaje menos rígido y cerrado sin perder su función. Un caso visible es el lenguaje económico, que ha pasado en las últimas décadas de utilizar latinajos, acrónimos y palabras rimbombantes (VAN, valor actual neto, TIR, tasa interna de retorno y cosas así ) a expresiones ingeniosas como hipotecas basura o bonos ninja, mucho más fáciles de comprender y ser retenidos por su componente metafórico. Es un caso al azar, pero significativo como el ejemplo que encabeza este articulito.
Excede mi capacidad – y creo que mis aspiraciones – el crear de forma consensuada un Libro de estilo del lenguaje del esquí, pero sí que me parecería una buena idea que la actual RFEDI, en su plan estratégico para nuestro sector, incluyese la redacción de un modesto glosario de términos. Sería relativamente sencillo buscar las palabras más precisas y descriptivas, eliminar las abundantes malas traducciones y los muchísimos términos confusos, desfasados o caprichosos que no tienen lugar en otros idiomas y, en fin, establecer una referencia común y acreditada donde poder consultar y a la que poder referirse.
¡Buenas huellas!
Carolo 2017