Como
no todo va a ser técnica, aquí tenéis el decálogo del buen esquiador, que
también es importante respetarlo si uno quiere convertirse en un auténtico
“pro”.
1.
Pide
el equipo prestado.
No se te ocurra alquilar un equipo en una tienda atendida por profesionales.
Pide el equipo a un amigo experto, e iníciate en los giros en cuña con unas
tablas de descenso de 2,23 cm. Mete varios calcetines gordos dentro de ésas
botas del 52 y siente cómo se te salen los pies, y cómo la nieve entra dentro
para refrescarte. Si, por el contrario, las botas te están pequeñas, no
llores; el esquí es así.
2.
Contrata
tu viaje en cualquier agencia.
Corre a hacerte con ésa oferta de "todo
por cincomil" y no preguntes si las sábanas van incluidas en el
apartamento (no preguntes tampoco si las ventanas tienen cristales y si el agua
de la ducha debes calentarla tú, con un mechero). Tras las sesenta horas de
autobús maldiciendo al conductor suicida, busca desorientado los apartamentos más
apartados, arrastrando el equipaje de una semana. Usa ese material alquilado que
incluyen en el paquete, aunque sea de hace unas temporadas (cuando lo de las
botas de cuero) y disfruta la única bajada que harás en la clase colectiva con
veinticinco compañeros en el mismo grupo. El monitor, mirando al suelo, te dirá
un escueto ¡bien! Y eso será lo mejor que te pase en toda la semana.
3.
Mejor,
no contrates tu viaje ni lo organices.
Preséntate en esa estación que viste en tu revista favorita, después de dos días
vagando por las autopistas alpinas, interpretando carteles indicadores y pasándote
los cruces que te llevan a tu destino (paga los peajes, no creas que te escaparás).
Olvida las cadenas en casa. Quédate en el único hotel que disponía de
habitaciones y no preguntes cuánto cuesta: seguro que es el más lujoso del
lugar y el servicio valdrá lo que piden. Compra unos guantes nuevos (otros más
para olvidar la próxima vez en el cajón de casa junto a los otros tres pares).
No esquíes durante tres días debido a la ventisca y abúrrete en ese lugar
donde no hay un cine en trescientos kilómetros. Luego, llega tarde al trabajo
tras tu semana de vacaciones en una estación llena de piedras y pasto: el día
que sale el sol es siempre el Lunes después de un fin de semana atascado
en la nieve de la carretera.
4.
No
tomes clases. No contrates un guía.
Tú esquías muy bien para perder el tiempo con tonterías y tu sentido de la
orientación (y un buen mapa de la estación, que no tienes) te llevarán a las
peores pistas y a los barrancos más pintorescos. Enseña a tu pareja todos los
errores que cometes esquiando y esforzaos, ambos, en que se os reconozca por
tener un estilo similar. Grita a tu pareja cuando no haga las cosas como tú y,
luego, no os habléis en toda la velada. Recrimínale, eso sí, que esquía peor
que tú y que la culpa de que os perdieseis por aquella pista negra fue suya.
5.
Toma
clases con la monitora o el monitor que te parezca más guapo o más simpático.
Trata de ligar y no te hagas cargo de que están trabajando. Si no ligas,
protesta luego en la escuela de que no te han dado el servicio que esperabas. Si
es tu pareja quien liga, protesta igualmente. Si no entiendes la cháchara
excesivamente tecnicista y enigmática del monitor, haz luego cualquier cosa y
dile que lo has intentado. Él tampoco sabía muy bien qué decía.
6.
Haz
caso de los consejos de tus amigos.
Sigue a tu amigo el experto a esa pista que él dice ser tan divertida. Hazle
perder su precioso día de esquí (al fin y al cabo, él te llevó allí) y no
le tengas en cuenta sus gritos, su impaciencia ni su incomprensión. Cuando
finalmente lo vuelvas a ver en la cafetería, a las seis de la tarde, pídele
que él pague los gastos de la enfermería y la tasa del servicio de pistas por
sacarte en helicóptero de aquél barranco. Cuéntale, eso sí, que ya te sale
el paralelo tal como él te lo ha enseñado: fatal.
7.
No
observes las normas de comportamiento, ni siquiera leas los carteles.
No te pares en los laterales de las pistas, no mires antes de comenzar el
descenso, pasa a todos rozando y no frenes ante esos carteles rojos que pone
"despacio". Párate siempre tras un cambio de rasante y procura que
otros esquiadores no puedan verte. Cuélate en las colas y pisa los esquíes de
todo el mundo. Tira papeles al suelo y fuma en la cabina ese día de frío en el
que las ventanas van cerradas. Pon el timbre de tu móvil a todo volumen y úsalo
constantemente para decir a tus amigos en qué centímetro de la pista te
encuentras. Ve muy rápido por la zona de principiantes, pidiendo paso, y cágate
de miedo en la negra donde los carteles decían "sólo muy, pero que muy
expertos". Pasa siempre por debajo de las cuerdas: los pisteros cierran
los mejores itinerarios por capricho.
8.
Compra
el material más caro y la ropa más brillante.
Ríete con suficiencia de los consejos del empleado de la tienda, acerca del
material apropiado para cada nivel de esquí ¡qué sabrá él de lo que tú
necesitas! Paga la factura religiosamente y a él no le importará tu poca
sensatez. Te harás amigo del dueño.
9.
No
cuides el material.
Guarda tus botas húmedas y desabrochadas en el maletero del coche; déjalas ahí
toda la noche y todo el día siguiente; al fin y al cabo tú has ido a
descansar, no a esquiar. No enceres los esquíes, la mejor nieve, la más fría,
seca y suelta, tiene la mala costumbre de pegarse a la suela; así tendrás
siempre una excusa para no esquiar nieve virgen. Igual pasa con los cantos; las
reparaciones son demasiado caras para lo que uno se juega en una pala congelada
de una pista negra al final de la cual hay un precipicio. No afiles los cantos
ni vayas a las pistas negras, mejor, no vayas a las pistas ¿para qué?
10.
Pasa
la mayor parte del tiempo en la cafetería.
¿Para qué vas a gastar energías esquiando? Las botas están húmedas, tus
esquíes no funcionan y, encima, tienes un resaca de espanto. Ve a la cafetería,
busca un grupo que esté contando historias acerca de cómo se esquía y, si
tienes suficiente imaginación, miente más que ellos (tu indumentaria,
radiante y cara, será una buena aliada). Este tipo de esquí es mucho más
saludable: aumenta la autoestima y no tiene secuelas físicas, no compromete la
salud, fomenta las relaciones sociales e impresiona tanto o más que las hazañas
patéticas de los que sufren el contacto con la naturaleza y con los elementos.
Un
último consejo comprende los diez que le preceden: ignora cualquier buena
recomendación y no emplees el sentido común; los deportistas competentes se
distinguen por su falta de inteligencia.
Carolo
© 1999