¡No gritéis, no gritéis! -decía Joan-. Él iba delante, como casi siempre abriendo el camino, como casi siempre encontrando el sitio ideal por el que meterse y, como casi siempre, eligiendo bien entre las decenas de opciones que te ofrece el bosque.
Ya hacía un rato que habíamos dejado la ladera más empinada y algo falta de nieve por culpa del viento. Donde estábamos en ese momento la nieve se acumulaba entre los árboles, aprovechando el pequeño valle que forma el río. Ahí el viento no podía arruinar nuestros sueños, habíamos visto caer muchos copos, hacía frío, todo era favorable. Lo habíamos soñado, lo habíamos querido, lo habíamos visto con nuestros propios ojos y, cuando llegamos arriba, el viento, el maldito viento, se la había llevado. ¿Por qué? ¿Por qué nunca se da todo a la vez? ¿Por qué siempre pasa algo que te arruina tu día de nieve polvo?
Joan se paró y nos miró muy serios, “¡que no gritéis!”. La verdad es que yo no sabía muy bien qué decir, lo cierto es que íbamos gritando, pero no mucho, y, además, ¿qué más daba? Sin mucho convencimiento dije “¿por qué?” Y me contestó como si la respuesta fuera muy evidente: “porque nos oyen desde el telesilla” -dijo-. ¿Y qué? -Insistí-, “que vendrán todos” -dijo-, y siguió esquiando con la fluidez que le caracteriza, ya quedaba muy poco hasta que salimos a la pista y pensé que eso era una tontería.
Pero lo cierto fue que a la siguiente bajada nuestra zona estaba llena de gente, y ya no quedaba ni una línea por la que no hubiera pasado nadie. Pero seguía nevando, y yo soy bastante optimista, así que pensé que al día siguiente podríamos hacer esas bajaditas de nuevo. Eso sí, no gritaría. Había aprendido la lección y, sobre todo, que hay gente con todos los sentidos alerta para encontrar algo de nieve fresca. Y te están siempre vigilando.
Y el día siguiente llegó, con su capa de nieve nueva, con sus gruesos acumulados en las zonas bajas, con las ilusiones de todos, con las ganas renovadas, con las piernas descansadas y el espíritu rebosante de energía positiva: las zonas altas cerradas por viento… Una vez más ¿Por qué?
No era pronto, otros días a esas horas las zonas buenas ya están reventadas. No sé si hay muchos esquiadores de fuera pista o que suben y bajan muy rápido. Es un fenómeno curioso, porque muchas veces no los ves, pero sí ves las huellas. Esas huellas con las que sueñas tú y que echan por tierra tus ilusiones. Siempre hay alguien que llega antes que tú, que te ha quitado el sitio, que ha hecho lo que habías soñado, que ha sentido lo que hubieras querido sentir…
Pero Joan es un tipo listo, es un ratón que busca y encuentra, tiene experiencia y sabe. Cuando la evidencia nos mandaba a otra zona él nos llevó a la buena. Había que remar un mínimo, muy poco. No es una zona arriesgada, ¿qué falta hace? No hay allí grandes pendientes, ¿no se puede disfrutar en una pendiente media? Esta vez nos acompañaba Luis, amigo de Joan y de los demás desde hace muchos años, conocido reciente mío. Habíamos esquiado algunos ratos juntos. Bien. Apañado. Un chico muy amable, agradable, sensato, majo. Esquiador de mi estilo, llevamos tiempo, no destacamos, podemos esquiar casi todo, no nos solemos quejar, no somos kamikazes,…
La zona en la que estamos ahora la conozco bien, voy a menudo. Es un lugar más tranquilo y una buena zona en la que estar con los niños cuando la estación está muy llena, cuando la gente se propone bajar todos a la vez por las mismas pistas. Eso es lo que está pasando justo en este momento, hay cuatro cosas sin pisar y todos quieren ir a pisarla. Pero Joan ha estado agudo.
Delante de nosotros hay un merenguito de nieve, no es grande, pero está sin probar. No es difícil, pero nosotros lo vamos a disfrutar. La nieve está perfecta, suelta, fría, quieta. Hay calma, no hace sol, pero hay buena visibilidad. De vez en cuando te da un copo en la cara, a veces se posa alguno en tu máscara, hace frío pero tu equipo está haciendo su trabajo, ese equipo por el que has pagado una pasta. Guantes perfectos, máscara ideal, casco de los mejores, ropa genial, hasta la mochila te ayuda para que tú puedas darlo todo. Por supuesto botas y esquís. Por supuesto ARVA, pala y sonda. Tanto tiempo pensando en esquís, tantos catálogos vistos, tantos comentarios leídos, ahora los que llevo no los cambiaría por ningunos. Pero todo, absolutamente todo, es accesorio ahora. Ahora estás tú, la Montaña y tus amigos, nada más importa.
Tras Joan va Luis, al que noto inquieto, expectante, no suele hablar mucho y ahora sí lo está haciendo, da la impresión de que está como un niño con zapatos nuevos. Conozco esta zona y me da la impresión de que le puede ir muy bien a Luis, a mí también, me apetece.
La nieve está muy buena, y hay una cantidad más que suficiente como para disfrutarla, en algunas partes pasa de la bota, no está mal si pensamos que en zonas altas se ha ido toda.
Joan es muy fino, lo esquía todo con armonía, Luis lo está disfrutando, oigo sus comentarios, algunos pequeños gritos y, además, lo estoy viendo y sé que la está gozando. La nieve está buena buena, y, como hay poca pendiente, puedes ir a un ritmo lento, casi a cámara lenta y marcar todos los tiempos: extensión, bastón, flexión. Brazos por delante, clavar, ritmo… Son pocos giros, porque luego los árboles se juntan bastante y paramos. Joan está contento, Luis no tiene palabras, yo estoy alucinando, quiero un poco más. Luis se dirige a Joan, “lo he sentido Joan, lo he sentido”. Y entiendo lo que le ha pasado. “Ha sido alucinante, estaba como flotando, no tocaba el suelo”… Entre el casco y la máscara se ve poco de su cara, pero se le nota tan feliz que no hace falta verla entera. “Ha sido alucinante, y está buenísima, puedes hacer lo que quieras”. Me mira a mí y yo asiento, realmente está muy bien esta nieve, intercambiamos algunos adjetivos pero todavía queda más por esquiar y ni siquiera recuerdo lo que hablamos, queríamos más y lo teníamos ahí. ¡Vamos! Joan sale por delante de nuevo, y nos dice “y no gritéis…”. Y lo cierto es que sí, no gritábamos mucho pero sí hablábamos fuerte.
El tramo que sigue también está muy bueno, tiene algo más de pendiente, pero está como una postal, y también se puede hacer despacito y controlado. Ahora Luis va más fluido todavía, no dejo de mirarlo y sé cómo se siente, pero quiero centrarme en mí, lo estoy haciendo yo también pero casi lo estoy disfrutando más por él. Cuando ha dicho “lo he sentido” he sabido que era la primera vez que lo sentía y es un sentimiento único la primera vez. Estoy muy contento por él, también por mí, porque estando ahora mismo ahí no me cambiaba por nadie. Bueno sí, por él, que lo está sintiendo por primera vez.
Y después de unos giros, no muchos pero sí suficientes, nos volvemos a detener. Ahora Luis está eufórico: “lo he sentido, lo he sentido, no tocaba el suelo, ha sido como esquiar en una nube”, y sujetaba a Joan por un brazo como para reforzar su alegría. Conmigo no tiene tanta confianza todavía, pero también se acerca a mí: “ha sido alucinante, era perfecto…”. Y lo era, vaya si lo era. Corto sí, pero excelente.
Nos incorporamos a la pista y pienso en qué irá pensando él. Sé que ahora se le ha metido en el cuerpo y necesitará más. Tenemos un tramo corto hasta la silla, y en la fila Luis sigue eufórico. Yo ayer aprendí la lección y no hablo apenas nada, no quiero que nadie sepa de dónde venimos y adónde vamos otra vez… Sé que es un poco egoísta pero si lo cuentas se acaba para todos.
La siguiente bajada fue casi igual, casi idéntica, paramos a echar un par de fotos y vimos que unos jóvenes con tabla nos seguían, nos habían pillado. Los dejamos pasar, pero por sus gritos supimos que ya, al menos por hoy, no sería lo mismo. Nuestro secreto se había desvelado.
Acabó el día y me fui a casa satisfecho, yo lo había gozado, pero un nuevo esquiador había caído, seguro que para siempre, en la sensación de esquiar nieve polvo. Pobre Luis, es muy gratificante la nieve polvo, pero también nos hace sufrir mucho.
Pasaron bastantes días hasta que lo volví a ver. En esa ocasión él iba con familia y yo también. Nos dimos un abrazo auténtico. Cuando has esquiado nieve polvo con alguien la satisfacción perdura y lo que se forja compartiendo esos momentos perdura también.
Ahora que ya queda menos para volver a esquiar estoy deseando pasar otro día como aquel, volver a seguir a Joan y sus giros elegantes y compartir con Luis otro buen momento de los que perdura por mucho tiempo.
Y, si puede ser, volver a contarlo aquí por si alguien lo disfruta. Eso sí, recordadlo bien: ¡no gritéis!