¿Porque ir a Alaska, cuando lo tienes en Vallnord?
Para muchos esquiadores, uno de los mayores sueños es hacer un heliski en Alaska. A todos nos han inculcado el ensueño de bajar palas de nieve polvo en las pendientes del norte oeste americano. Hemos visto fotos -¡hasta la saciedad!- de grandes riders bajando montañas enteras a gran velocidad. Videos en los que el helicóptero se convierte en un instrumento de necesario para acceder a lugares remotos. Desde donde los esquiadores nos ofrecen las imágenes de las mejores bajadas de la temporada. Pero esta imagen esculpida en nuestra mente nos puede hacer obviar una pregunta fácil, que es: ¿por Por qué ir Alaska, cuando lo tienes en Vallnord?
texto y fotos por Scarface
Es evidente que nuestras montañas pueden ofrecer experiencias muy similares. Sin la necesidad de gastar miles de euros en viajes. En temporadas como la pasada, no tenemos la necesidad de viajar e ir a la otra punta del mundo para realizar nuestros sueños. Los Pirineos se convierten en nuestra particular Alaska. Este es el relato de una gran experiencia de esquí que cumplimos la temporada pasada en Vallnord. Una simple prueba de que con ganas e imaginación podemos tener unas esquiadas inolvidables en nuestras montañas más próximas.
La temporada pasada fue excepcional en nivología. Hacía años que no teníamos tanto grueso de nieve en nuestros montes. Incluso veníamos de temporadas tan malas que lo único que deseábamos era borrarlas de nuestras memorias. ¡Pero éste era nuestro año! El año en el que el freeride se volvió a convertir en nuestro medio de expresión habitual. La temporada en la que pudimos volver a sentir nuestras montañas como un gran terreno de juego sin fin.
Ya hacía tiempo que queríamos reunir a los amigos y hacer un heliesquí. Pero deseábamos que además del simple heliportaje, se transformase también en una gran experiencia de montaña. ¡Y que mejor temporada que ésta para hacerlo!
Decidimos juntarnos unos cuantos amigos para compartir esta experiencia. Nos reunimos con Mónica Font, snowboarder, freerider local de Ordino-Arcalis y nuestra guía en esta aventura, y con dos riders procedentes del Valle de Aran, Joan Sabater y Ruben Blanco. Estos dos riders, a parte de amigos, son unos habituales de las competiciones de freeride y también son monitores de cota 1700 en Tanau.
Ya habíamos compartido varias esquiadas durante la temporada y esperábamos el mejor momento para añadirle la guinda a este fabuloso invierno. Por desgracia, también habíamos reservado una plaza en helicóptero para Oliver Llobet –uno de los mejores freeriders nacionales- pero se lesionó poco antes de salir y no pudo esquiar con nosotros.
Tampoco seleccionamos Vallnord sólo porque Mónica es local. De hecho, Ordino-Arcalis es una de las grandes estaciones míticas de freeride en nuestros Pirineos. Tanto la estación como su entorno ofrecen un gran terreno de juego para los amantes de la montaña. Además Vallnord ha desarrollado a lo largo de estos años un concepto de mountain-park que coincide totalmente con nuestra visión: Una montaña para todos en la que cada uno puede elegir su forma de disfrutarla.
¡Un gran concepto publicitario que para nosotros se iba a convertir en una gran experiencia real!
No fue hasta finales de temporada, casi bien entrados en la primavera, que nos pudimos reunir para el heliesquí. Todos teníamos la clara idea que no sólo nos apetecía volar, sino que queríamos vivir una experiencia de montaña. Para ello pensamos que lo mejor sería que tras el día de helicóptero, pudiéramos pasar la noche en un refugio de alta montaña, para poder sentirnos como aventureros privilegiados. Así que con Mónica pedimos el permiso a Vallnord para organizar nuestra aventura.
Hay que puntualizar que el heliesquí fue prohibido en Andorra durante varios años, tras un accidente que causo la muerte de varios esquiadores. De hecho, se volvieron a autorizar los vuelos de heliesquí a principios de temporada pasada de forma muy prudente y discreta. Por lo que no las teníamos todas de que nos permitieran volar fuera de unas zonas predefinidas. Además seriamos los primeros en organizar este tipo de vuelo en el principado.
Por suerte, a la estación le gustó la idea y nos remitió a Sam, el piloto del helicóptero de Heliand, lo que nos venía perfecto, puesto que tanto Mónica como yo conocíamos bien a Sam por volar varias veces con él. Fue Sam quien nos dio las opciones de vuelo y los refugios posibles. Decidimos que la zona de heliportaje sería en Ordino-Arcalis y el refugio donde pasar la noche sería el de l’Angonnella, porque ofrecía una bonita bajada de regreso. Acordamos el vuelo para la próxima tormenta y esperamos…
Curiosamente, mientras las tormentas habían sido la dominante del invierno. A finales de temporada no había nubes en el cielo y el sol lucia con fuerza. Ya estábamos casi desesperados cuando la meteo anunció una pequeña depresión de norte que dejaría nevadas en nuestra zona de vuelo. Así que nos reunimos en Andorra para el esperado día. A la mañana siguiente nos levantamos y el sol lucia después de la nevada. Nos dirigimos al helipuerto de Heliand que se encuentra justo encima de La Massana. Como siempre, Sam nos esperaba con una gran sonrisa. Cargamos el material de la expedición y despegamos en dirección del refugio de l’Angonnella para dejar las mochilas y los víveres.
Curiosa imagen la de La Massana cuando se despega en medio de un valle totalmente urbano. Pareces sentirte raro, subirse al helicóptero con las ropas de esquí, gorros y máscaras. Pero el pájaro despega y se adentra en las montañas, dejando lugar a una imagen de alta montaña.
Después de unos minutos llegamos a nuestro destino y el helicóptero sobrevoló la zona de forma circular. Mónica me miro y me dijo “¡aquí esta el refugio!”. Pero yo no veía más que nieve y árboles. Apuntando con la mano me enseñó una piedra que sobre salía de la nieve y dijo “Ves esa piedra. Pues es la chimenea del refugio. ¡Está totalmente enterrado bajo la nieve!”.
Era increíble, el refugio se encontraba sumergido bajo la nieve. Tardaríamos horas en desenterrarlo. Teníamos que buscar una alternativa. Por suerte, desde el principio habíamos manejado la posibilidad de que el refugio fuera el de Sorteny que es más grande y está mejor cuidado para pasar la noche. Así que avisamos a Sam para que se dirija a Sorteny. Esta vez el refugio estaba despejado de nieve, por lo que descargamos el material y nos dirigimos a las zonas de esquí.
Es difícil de describir la sensación de volar por medio de los picos nevados, mientras en tu mente aparecen líneas que dibujan estas vírgenes montañas en virtuales descensos. Es este el preciso instante en el que uno puede olvidar años de penurias, amores perdidos, dificultades o decepciones diversas. Y por mucho que hayas volado, siempre te sientes privilegiado.
El helicóptero nos dejó en la primera zona de descensos del Pic de Cabeyrou. Bajamos del pájaro y nos calzamos los esquís. Esta zona fue la que elegimos a primera hora por no ser demasiado agresiva. También nos permitía disfrutar unas cuantas bajadas mientras calentábamos los músculos y mirábamos el estado de la nieve, que era buena aunque algo pesada.
En cuanto volvimos al helicóptero tuvimos las ideas muy claras sobre la calidad de la nieve y de la estabilidad del manto. Así que no lo pensamos ni un minuto más y decidimos atacar las cosas serias enseguida. “¡Nada de paseos, solo puro riding!”.
Nuestra segunda elección de descensos se situaba entre el Pic de Cabeyrou y el Port de Rat. Se trata de una serie de couloirs cortos pero muy agresivos que desembocan en una pala ancha, antes de volverse a cerrar en una segunda zona de rocas bastante técnica. Hay una serie de 4 canales que son perfectas para el grupo que éramos. Ya que cada uno podía elegir el couloir que más le gustaba y estrenarlo en solitario. Aquí Mónica demostró su conocimiento del terreno y escogió el tubo más largo. Mientras que Ruben y Joan seleccionaron dos bajadas paralelas. Esquiaron de forma muy rápida y suelta. Aunque Rubén Blanco destacó lanzándose de drop directamente desde una cornisa para marcarse un giro de antología en la primera parte del couloir.
Esta segunda parte de descensos nos puso los pelos de punta y queríamos algo más largo y más fuerte. Así que volvimos a despegar, pero esta vez en dirección de la Cataperdis. Realmente esta tercera zona es muy agresiva y a primera vista no tiene nada que envidiar a los mejores descensos de Alaska. ¡De hecho nosotros nos creíamos en el noroeste americano!
En este caso el helicóptero no tenía ningún lugar donde aterrizar. Así que se quedó en suspensión mientras los riders descargaban el material y se dirigían a sus accesos de descenso.
El Pic de Cataperdis es una larga arista desde la cual bajan varios couloirs y palas con mucha pendiente. Son rápidas y hay que tener las ideas claras antes de descenderlas. Son las bajadas más largas del día y queremos disfrutarlas al máximo. En este caso, saque el arnés y me colgué del helicóptero para sacar las imágenes. No me quería perder ni un instante de cada bajada.
En este caso fue Joan Sabater quien destacó buscando una línea con drop entre piedras. Mientras que Ruben escogió una línea muy rápida que empezaba por un couloir y finalizaba en una pala ancha. Mónica salió por el lateral del arista y surfeó unas palas anchas que parecían no acabarse nunca. El riding fue largo, fluido y con nieve profunda. Al reunirnos tras la bajada, no nos podíamos creer lo que acabábamos de bajar. Así que no pudimos hacer otra cosa que repetirlas. ¡Sin duda el mejor momento del día!
Después de nuestra última bajada de puro goce, despegamos una vez más. Pero en este caso, nos dirigimos al refugio para finalizar este grandioso día. Mientras el helicóptero aterrizaba al lado del refugio nos sentíamos como verdaderos aventureros. Habíamos volado todo el día y encima ahora teníamos un taxi que nos dejaba en un refugio de alta montaña. ¡Qué más podíamos pedir! Pasamos unas horas disfrutando del atardecer y nos preparamos un buen fuego para calentarnos.
No existe nada mejor que de pasar la noche con unos amigos en un refugio de montaña. Las cosas son simples, pero parece que toman mayor importancia aquí arriba. El simple hecho de prepararse la cena con los hornillos, de tener que ir a buscar agua al riachuelo más cercano o de pasar la noche frente al fuego contando historias de montaña son momentos que se incrustan en nuestras mentes con instantes de felicidad pura.
La mañana es fría en alta montaña y nos costó salir de los sacos de dormir. Joan fue el primero en levantarse y preparar el desayuno. Teníamos pensado hacer alguno de los picos que rodean el refugio en esquí de montaña. Pero el día amaneció nublado y las previsiones meteo no auguraban nada bueno. Así que nos lo tomamos con mucha calma y nos preparamos para el descenso. Después de cargar las mochilas y limpiar el refugio, nos calzamos los esquíes y empezamos la bajada hasta el parking donde nos esperaba Mónica con el coche para recogernos.
La bajada desde el refugio es un paseo. Se trataba simplemente de bajar por el camino de bosque que nos conducía hasta el parking. No es muy largo pero se hace pesado con las mochilas. Mientras bajamos serenos, rememoramos el increíble día de esquí que habíamos tenido y lo bien que lo pasamos en el refugio. ¡Sin duda, habíamos puesto la guinda al pastel de esta increíble temporada de nieve!
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