En el aparcamiento, Ruth y Joanjo estudian el itinerario. ¿Qué más les dará a ellos, si son capaces de bajar por cualquier sitio?
Una vez puestas las pieles de foca y con todo el material necesario en la mochila, para arriba que nos vamos.
Joanjo seguido por Ruth. No tardarán en dejarnos atrás, pero Joanjo siempre tiene la paciencia de esperarnos a los más lentos.
Al fondo, Pasolobino, por donde este año de poca nieve hemos esquiado bien poco. Chema, Carme, Violeta, Eliseo y Yara:
La hija pendiente del padre, como debe ser:
Seguimos subiendo, vigilados por algunos de los tres miles que cierran el valle de Benasque por el norte.
Un día de los que se recuerdan. Por el buen tiempo, por los amigos, por el entorno, por la sensación tan especial que se tiene al hacer travesía en un sitio que se conoce bien pero que carece del bullicio habitual cuando la estación está abierta y funcionan los remontes. Violeta parece reflexionar en todo eso mientras asciende la ladera.
Poco a poco se va acercando nuestro objetivo. Ya cerca de la cima se ven perfectamente los picos. Arriba a la izquierda de la foto, Maladetas, Aneto y Tempestades con su arista:
Las consabidas fotos en la cima. Joanjo, Ruth y Lucas:
Carme y Yara:
Y alguna foto de paisaje también cae, claro. El Turbón, desde una perspectiva algo diferente a la que estamos acostumbrados a contemplar desde el Rincón del Cielo:
Poca nieve se ve en el Canal de San Adrián, que yo siempre miro con ganas de bajarlo alguna vez.
Una vez quitadas las pieles y cumplido todo el ritual del cambio de fijaciones, botas en posición de esquiar y para abajo. Como dice mi colega --y, a pesar de eso, amigo-- Pascual, la travesía es muy sencilla: 1000 metros parriba y 1000 metros pabajo. En este caso fueron algunos menos, pero los disfrutamos todos, desde el primero hasta el último
Carme, en la pala somital (siempre he querido escribir ese palabro pedante):
Y vigilada por la algo inquietante presencia del tubo del Gazex, en el que se aceleran hasta velocidades supersónicas los frentes de llama que desencadenan los aludes provocados.
He buscado una foto en internet para que veáis a qué me refiero:
Yara:
Violeta:
Chema:
Eliseo:
Y yo:
No tengo fotos de las bajadas de Lucas ni de Joanjo. Habrá que repetir, juas.
Hicimos la bajada al principio por Canal Amplla y luego tiramos una diagonal para meternos en Cibollés. Tanto en uno como en otro sitio la nieve estaba de dulce, una cremita la mar de rica que te dejaba girar donde querías. Y fuimos firmando una pala tras otra. Como le gusta decir a Chema, que sale en la siguiente foto: ¡Los fotógrafos primerooooo!
A mí, en cambio, me gusta ir el último, así que en uno de los tubitos del Cibollés saqué a todo el mundo de espaldas:
Lo malo de ir el último es que, a veces, cuando te toca a ti ya está todo firmado:
Si no quieres luchar por estrenar palas lo mejor es hacer como Ruth y meterse por donde a los demás ni se nos ocurre. Aquí la tenéis, vigilada por la atenta mirada de su padre:
La travesía en primavera a veces te obliga a quitarte los esquís porque no hay nieve. No hagáis como yo, que no calculé bien el coeficiente de rozamiento de la mezcla de hierba y boñiga (la boñiga fue, a buen seguro, lo que me despistó) y estrené una variante nueva de agroesquí denominada "¿Quien me mandaría a mi no frenar a tiempo?"
Una vez terminada la bajada, los aguerridos traveseros comentan la jugada en el aparcamiento y es un momento que a mí me gusta especialmente porque se ve en las sonrisas de tus compañeros que ha sido un gran día y que no va a haber más remedio que repetir.