Hereu solicitó hace un mes en el pleno municipal que los barceloneses empujasen la "bola de nieve" de Barcelona-Pirineus. Con aquella metáfora trataba de estimular el apoyo social a la candidatura, muy escaso desde que la anunciara por sorpresa el pasado 13 de enero. Pero, ayer, la nieve se hizo real y abandonó el terreno de las figuras retóricas para cortocircuitar la ciudad: colapsó rondas de circunvalación, congeló aceras, encerró en las cocheras los autobuses urbanos e interrumpió líneas telefónicas y eléctricas. La capital catalana se transformó por unas horas en un caos níveo. "Ya les he explicado a los ponentes extranjeros que ésta no es la imagen habitual de la ciudad", señalaba a Heraldo.
Tal fue la dimensión de la tormenta que ni el propio Hereu ni el presidente de la Generalitat, José Montilla, invitados a inaugurar el congreso, pudieron esquivar sus efectos. La Diagonal, al borde del infarto viario, retuvo durante media hora al primer edil y al jefe del ejecutivo autonómico. Incluso se llegó a barajar la posibilidad de que el alcalde tuviera que trasladarse en metro, el único transporte que a media tarde funcionaba en Barcelona.
Con una hora de retraso y una vez en el estrado, Hereu pudo por fin alardear de proyecto olímpico. "Nuestra propuesta genera cohesión e ilusión", afirmó ante un auditorio en el que figuraba, entre otros, Juan Antonio Samaranch Jr., miembro del Comité Olímpico Internacional y especialista en certámenes de invierno. "El deporte está al servicio de grandes causas planetarias, pero también ayuda a construir ciudad y ciudadanía", argumentó.
Por su parte, el presidente se expresó en términos más moderados. "La Generalitat apoyará cualquier evento deportivo de alto nivel al que aspire una localidad catalana", proclamó mirando a Hereu. Puede parecer críptica, pero constituye una de las declaraciones de aliento a la candidatura olímpica más encendidas del siempre parco Montilla. Hasta el momento, los gestos de concordancia entre las administraciones catalanas se producen con cuentagotas, un indicio de lo poco que gusta el proyecto de Barcelona en el Palau de la Generalitat.
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