Ayer por la noche estuvimos charlando hasta tarde, después de cenar. Me dormí delante del hogar, bien cargado de leña.
Levanto la cabeza y veo que la chimenea está muy oscura. Quizás sea este el motivo que hace que haga más frío de lo que pensaba. Intento cerrar los ojos y volver a dormir. Es más temprano de lo que querría.
Desde el saco abro las puertecillas y meto un par de astillas y un tronco.
El hogar no responde. Se impone otro tipo de acción. Salgo del saco de dormir y me visto rápidamente. La ropa que lavé ayer aún está muy húmeda. En los lavabos hace mucho frío.
Intento hacer un fuego lo suficientemente decente como para calentarme un poco. Al final lo consigo.
Mi desayuno consiste en vasos de agua caliente con leche condensada y muesli. El estómago lo agradece. Preparo la ropa de esquí, lavo el vaso y salgo a ver si encuentro algún trabajador de Navacerrada. Son las 8:15.
No tengo que caminar mucho porque tengo la estación a no más de cincuenta metros. Me encuentro dos chicos a quienes les pregunto si conocen a Rubén. Es uno de ellos, que me da la mano y me presento. No sabía nada de mí, ni de ningún correo ni de ningún proyecto. Pasamos dentro del edificio donde me encuentro a más trabajadores y me presenta al director de la estación; su cara me resulta familiar.
Le explico lo que necesito y me comenta que tiene que revisar un cañón de nieve. Precisamente el tema de la nieve artificial era uno de los que todavía no tenía imágenes y la oferta encaja a la perfección con mis objetivos.Quedamos con Rubén a las nueve y media en los remontes de la zona de El Telégrafo.
Vuelvo muy contento al refugio para prepararme.
A la hora convenida estoy en el punto de reunión. Hace tan buen día que hay gente que ha cambiado los esquís por la bicicleta.
Mientras espero, hablo con el personal de la estación que está trabajando allí. Uno de ellos es seguidor de un grupo de música que conozco, los Eina, cosa que no me esperaba y conversamos animadamente hasta que llega Rubén y me dice que se va a trabajar en el cañón de nieve.
Cojo la silla y uno de los pisteros me acompaña por la pista de El Bosque hasta el cañón. Rubén tiene que limpiar los orificios por donde sale el agua y el aire a presión y yo quiero grabar como lo hace. Mientras realiza esta operación, consistente en desmontar las toberas y sacar las pequeñas piedrecitas que se han acumulado, me cuenta varias particularidades de la estación. La conversación se interrumpe varias veces por las preguntas de turistas, que llegan caminando por un camino hasta la pista, con la peligrosa intención de cruzarla. Me pone al corriente de las inconsciencias que cometen algunas de las personas que visitan la estación como si fueran al parque de césped de debajo de casa. Incluso me cuenta que tuvieron que sacar un coche que se había metido por el Camino Schmidt y cruzado la pista nevada, con la lógica pérdida de adherencia y deslizamiento montaña abajo, afortunadamente sin consecuencias.
Al poco rato llega un chico del equipo de pisteros y, como el trabajo con el cañón aún se alargará un rato, decido ir con él y que me enseñe otros puntos de la estación.
Acabamos de bajar la pista de El Bosque y cuando tomamos la silla para subir me quedo intrigado por los pinos que crecen aquí y me fijo en el detalle de uno de los árboles agujereado por la acción de un pajaro carpintero.
Cuando llegamos arriba, me cuenta que la pista por donde bajaremos, la del Telégrafo, ha sido el lugar de aprendizaje de la mayoría de esquiadores madrileños.
En esta misma pista hay un pequeño salto, precursor de lo que quiere ser un parque para practicar free-style.
Mi acompañante tiene trabajo por hacer y me quedo solo esquiando por las pistas, incluso bajo con un tubby, hasta que coincido con Juan, que se encarga de cuidar el salto que he comentado antes. Lo hace por amor al deporte, sin recibir nada a cambio más que la satisfacción de ver que la gente disfruta con este elemento, sacando horas de su trabajo de monitor para cuidar de él. Ojalá que su sueño vea la luz.
Le hago alguna foto cuando termina la recepción.
Hacia las dos decido ir al refugio con la intención de dejar los esquís y coger el telesilla Guarramillas para fotografiar las vistas que ofrece. El refugio sigue sin tener más visitas que la mía.
Subo a la silla y llego a la cota más alta de la estación, desde donde tengo una magnífica panorámica del entorno.
Me acerco a una escultura que he visto subiendo. Es una Virgen con un niño en brazos y unos esquís a la espalda, pero no tiene ninguna inscripción y para asegurarme de su identidad le pregunto al chico que vigila la instalación, que me confirma que se trata de la Virgen de las Nieves.
Vuelvo a la vera de la Virgen, que me ha inspirado unos versos que escribo sentado en una roca, mientras admiro las dos vertientes de la montaña que hace de eje divisorio entre la Comunidad de Madrid y Castilla y León.
Cuando bajo a la base de la estación voy a ver a la chica con quien había contactado por correo para saber si podré tomar imágenes del trabajo interno que hacen. El lunes será un buen día para hacerlo ya que vienen los escolares de Madrid Blanca y habrá mucho trabajo.
El refugio sigue vacío.
Localizo la emisora de la Cadena Ser justo en el momento que emiten el programa del Ser Aventureros para escucharme. Enciendo la estufa de leña del comedor para prepararme algo para comer aprovechando el fuego.
Son las cuatro y media cuando aparece un señor holandés de quien Chema me había hablado. Ya no estoy solo. La comunicación no es fácil porque tiene un problema auditivo, pero nos acabamos entendiendo.
Mientras él se instala yo aprovecho para vaciar las tarjetas de las cámaras, cargar las baterías y escribir un poco.
Poco a poco el refugio se va llenando. Mañana se hace la travesía invernal Cuerda Larga y algunos de los participantes vienen a pasar la noche aquí. Me tumbo para descansar un poco, pero no puedo dormir, así que salgo del saco y enchufo el ordenador para seguir con el trabajo.
La noche acaba cayendo. El ambiente se anima con la llegada de más gente mientras se acerca la hora de cenar.
Hacemos la comida nocturna juntos en el comedor, compartiendo los víveres que llevamos. También compartimos la bebida.
Salgo fuera para hacer alguna foto del cielo estrellado y cuando entro tengo muchas ganas de recitar la pequeña poesía que he escrito en honor a la Virgen que guarda la cima, en cuya falda está el refugio.
Con un poco de vergüenza leo las palabras y cuando acabo recibo aplausos, aunque se me lengua la traba algunas veces.
Subimos al salón de arriba para charlar antes de ir a dormir.
ya me veo haciendo dedo en una balsa jojojo