La diagonal es uno de los recursos para enseñar a esquiar aparte de, obviamente, una manera de atravesar la pendiente de un lado al otro. Puede ser bastante útil para trabajar de forma analítica con los alumnos, si queremos reforzar el apoyo en el esquí exterior con todos sus ejercicios asociados (levantar el interior, reunir, angular la cadera, etc.). Con todo, abusar de las diagonales es bastante contraproducente y hasta peligroso, sin embargo, veo con preocupación cómo en plena segunda década del siglo XXI, decenas de profesores esquían con grupos enormes en interminables y peligrosas diagonales, que roban tiempo de esquí y diversión a sus alumnos. Y, eso, sin mencionar el típico profesor pensando en las musarañas, mirando al vacío o a su móvil, mientras los alumnos se dan bastones desesperados o aburridos, tratando de alcanzarlo en una enorme diagonal.
No decimos que no haya que hacerlas; decimos que no hay que abusar de ellas ni, mucho menos, de su longitud. Por una parte, está el peligro patente en las pistas saturadas. Mucha gente puede tener la sensación falsa de que sus alumnos van más seguros a dos por hora en una enorme diagonal, pero, en realidad, los están exponiendo durante mucho tiempo a que cualquiera que venga de arriba arrase con alguno de ellos. Por mucha razón que se pudiera tener en un eventual accidente, nuestra obligación es evitarlos, en la medida de lo posible, favoreciendo el flujo normal de la pista.

Las estaciones en la actualidad, por su masificación, no suelen presentar las condiciones ideales que apreciamos en esta foto, para hacer curvas largas o diagonales con los grupos numerosos
Pero aparte está la cuestión educativa: abusar de la diagonal perjudica a los alumnos, como ya argumenté ampliamente en Esquiar con los pies hace ahora catorce años. Al hacer sistemáticamente diagonales, los alumnos pierden la oportunidad de encadenar el final de un viraje con el siguiente, con lo que se les está habituando a un recurso parásito que, además, en el plano mental, les hace esquiar a la defensiva. Cuando un alumno principiante termina una curva flexionado los tobillos, está en una posición ideal para extenderse e iniciar la siguiente. Si en ese momento le obligamos a seguirnos en diagonal, inconscientemente se desdoblará y desperdiciará esa extensión para desencadenar otro viraje. Así, cuando tenga que empezar la otra vuelta, probablemente se verá confundido y no encontrará el momento de iniciarla. Le habremos robado la magia del ritmo, de cuyos beneficios también hemos hablado en muchas ocasiones.
El mejor regalo que se le puede dar a un alumno principiante es hacerle ver que, por medio de la presión, puede aumentar la fricción bajo los esquís y controlar la velocidad. Si les enseñamos a matar la velocidad haciendo diagonales, también le robamos esa percepción de autocontrol por medio de la presión y lo condenamos a evitar la pendiente, atravesándola peligrosa y erráticamente de un lado al otro. Si queremos que nuestros alumnos se sientan seguros sin enfrentarse a una ladera empinada, o queremos reforzar analíticamente alguna habilidad concreta, no hay problema en hacer aisladamente, como ejercicio, diagonales o utilísimas guirnaldas; pero si, en el esquí real, las evitamos como forma final de bajar, yendo con ritmo, enlazando una curva tras otra con una transición lo menor posible, el nivel técnico, el de diversión y la seguridad de nuestros alumnos – tal vez también la seguridad del resto de la estación - lo agradecerá.
¡Buenas huellas!
Carolo 2017