Hemos escrito bastante sobre cómo esquiar en el hielo o, mejor dicho, sobre eso que llamamos hielo pero que, en realidad, puede ser desde simple nieve compactada a una durísima nieve inyectada de enorme densidad. Normalmente no esquiamos sobre hielo propiamente dicho, pero ya que le llamamos así, vamos allá sin perdernos en la definición.
Lo primero es que hay diversas estrategias; distintas formas de esquiar sobre la nieve dura, según las elecciones personales que dependerán, seguramente, del nivel de cada cual. Lo que no hay, como hemos dicho tantas veces, es una técnica distinta, sino que experimentamos otras sensaciones debido a la menor fricción de la nieve dura. Si tenemos el prejuicio de que el hielo es más difícil, probablemente confudiremos esas nuevas sensaciones con la idea negativa que traemos de casa, pero lo cierto es que la técnica es la misma. Veamos esas diversas estrategias:
- Pasar rectos, sin hacer nada. Si no nos gusta la nieve dura, lo mejor es evitar las zonas que la tengan aunque, a veces, no nos será posible sortear un área o alguna placa. Una estrategia sencilla es tratar de pasar rectos, guardando el equilibrio sobre los cantos, y esperar a llegar a una nieve más blanda para frenar o girar.
- Tratar de esquiar igual, aplicando mayor presión sobre el exterior. Como vemos en la foto y hemos dicho en otros artículos, en la nieve dura se esquía igual. Con todo, nos ayudará mucho aplicar más presión en el exterior mediante la angulación de cadera, y la flexión de los tobillos favorecerá que mantengamos una posición centrada.
- Derrapar. Otra estrategia fácil, similar a la primera que dimos, es derrapar; aceptar que resbalaremos y, girando o no, equilibrados sobre las plantas de los pies, aceptar que el esquí deslizará lateralmente hasta terminar el viraje, frenar lo suficiente o, simplemente encontrar una nieve más blanda. Lo importante, como en la primera, es sentir bajo los pies los cantos en la sección central del esquí y, por supuesto, mantener el foco en lo que está pasando "ahí abajo".
- Una combinación de las tres anteriores. En realidad esta opción ya está incluida, pero la repetiremos para insistir en lo obvio: al esquiar sobre nieves duras los esquís derrapan más, deslizan, no se agarran tanto y, aunque intentemos girar o ir rectos, normalmente no lo conseguiremos con la precisión que lo hacemos en las nieves menos duras. La clave es aceptarlo, sentir los cantos bajo los pies y recordar que el esquí consiste precisamente en eso, en resbalar por una superficie deslizante en la que no siempre vamos exactamente por donde queremos. Ni falta que nos hace.

En la foto vemos a las esquiadora Tina Maze sobre una pista inyectada, exhibiendo las claves del esquí sobre hielo: de abajo a arriba, apoyo centrado sobre el canto, flexión de tobillo (y rodilla), angulación de la cadera para aplicar mayor presión sobre el exterior y, finalmente, una postura anticipada de torso y manos adelante, que nos permita regular mejor el equilibrio. Foto © Getty Images.
Recordemos los mitos de los que tanto hemos hablado y recapitulemos:
- Centrémonos, bien de pie (recordemos que de pie en esquí no es lo mismo que en casa), sobre el patín, sintiendo la zona central de los cantos, sobre todo bajo del pie exterior. Si la posición no es centrada, o no es sobre el exterior, resbalaremos con mayor facilidad.
- Sintamos que cortamos con el canto mientras se mueve hacia adelante, y prestemos atención a lo que ocurre bajo nuestros pies. No es posible llevar a cabo acciones complejas de este tipo (equilibrarnos sobre unos finos bordes de acero y cortar con ellos) sin el debido grado de compromiso, cuidado y atención.
- Aceptemos que resbalaremos más que en las nieves blandas y acostumbrémonos al comportamiento del esquí en esas circunstancias.
Con esto, el material a punto y mucha práctica, nos convertiremos poco a poco en ases sobre el hielo. Personalmente siempre me ha encantado, aunque reconozco que a menudo me he sentido raro al confesarlo, ja,ja, pues a casi nadie le gusta.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2016