“Que sea un profesor técnico y buen esquiador”. Esas son las cualidades que indicamos a la hora de solicitar un “buen” profesor de esquí.
Nada más lejos de la realidad. La técnica es muy amplia e importante, pero tan o más importante, lo son la pedagogía y la didáctica con la que eso se transmite.
De poco sirve un profesor que esquíe a las mil maravillas, que haya competido, o que sepa “todo” sobre técnica, si posteriormente no sabe aplicarla ni transmitirla a un alumno.
Se hace evidente que no sólo es importante que sepa de técnica, así como la progresión de referencia, los ejercicios auxiliares, etc., sino que también un buen profesor debe saber cuáles de esos ejercicios, progresiones, o aplicaciones, se deben utilizar concretamente en ese preciso momento por ser los más indicados para ese específico alumno. Al mismo tiempo debe valorar si sus botas son de su nivel o dureza, si las tiene correctamente ajustadas, así como el tipo y longitud de los bastones y los esquís, así como el que éstos últimos estén adecuados a su nivel, estén bien acoplados y sin holguras, y un largo etc.
Del mismo modo, el profesor debe analizar minuciosamente al alumno y su nivel de percepción y comprensión general de su entusiasmo o posible bloqueo hacia nuestro deporte, o hacia el medio en el que se practica, y una larga variedad de situaciones adversas posibles.
Por otro lado, la empatía con los alumnos debe ser permanente, y en ningún caso insinuar, mencionar, ni aparentar nada que les pueda bloquear, frustrar, o desconcentrar.
Sin duda, es evidente que una correcta pedagogía en la formación y perfeccionamiento de todo esquiador, es tan, o más importante, que el resto de elementos que muchos crean que debe cumplir un profesor.
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