Después de su flipada clotoidea, de la que dejé constancia en este relato, Trustmi estuvo mucho tiempo sin dar señales de vida. Parecía como si se lo hubiese tragado la tierra; le puse un par de guasaps –que dejó sin contestar– e incluso probé a llamarlo por teléfono sin otro resultado que la voz que anunciaba que su móvil estaba apagado o fuera de cobertura. Acostumbrado a su carácter imprevisible, no le di mayor importancia y atribuí su silencio a que estaría pergeñando alguna nueva excentricidad. Y así fue; pasadas unas semanas, me envió la siguiente foto, en la que al pie solo había una pregunta: ¿Te apuntas al helirando?
Así que eso es lo que había estado maquinando. El helirando –dhelirando, tuve enseguida ganas de llamarlo– es una actividad en la que se combinan una subida en helicóptero y una o varias más foqueando con esquí de travesía. Lógicamente es menos oneroso que cuando se contratan varias subidas en helicóptero, cosa que nuestro grupo ya había hecho en el pasado y de la que quedó constancia en este reportaje.
Mi primera reacción fue decir que no, más por temor a las reacciones imprevisibles de Trustmi que por el respeto que me daba –como esquiador turista que soy– vivir una aventura en territorio desconocido, alejado de la seguridad que ofrece una estación de esquí, en la que factores como la posibilidad de aludes o la necesidad de un rescate están controlados por los profesionales de la estación.
Trustmi, anticipándose a una posible negativa por mi parte, añadió a continuación que nuestros compañeros habituales de aventuras, Cantbilifyu, Joma73 y Vivi, ya eran de la partida, y que seguramente se sumarían dos amigos más, Dani y Fernando, a los que yo aprecio como personas y como esquiadores. Lo que terminó de tranquilizarme es que Trustmi había contratado de guía a Miriam Marco, y eso disipó del todo las dudas que yo había podido albergar y me convenció de que valía la pena apuntarse.
Así que, llegado el día, tras repasarlo todo meticulosamente –esquisiles con sus pieles, arva, pala, sonda, mochila y cámara de fotos– embarqué los achiperres de travesía en el coche y me dirigí hacia el valle de Arán, donde tendría lugar la actividad. Al llegar a Vielha, ya entrada la noche, las montañas lucían majestuosas cercando a la ciudad iluminada.
Y al día siguiente el grupo se dio cita en el helipuerto de Vielha. En el camino de subida, un impresionante muro de troncos de leña parecía presentar más riesgo de aludes que el que luego nos encontraríamos en la nieve.
Mi estado de ánimo en ese momento oscilaba entre dos puntos por encima del temor y solo uno por debajo del pánico. Los demás tampoco debían de ir muy sobrados de presencia de espíritu, porque en lugar de ir en grupo bromeando, como yo habría esperado, cada uno subió por separado, a solas con sus pensamientos.
Lo malo de entender un poco cómo funcionan los motores de esos bichos es que también entiendes cómo dejan de funcionar… Sin darse cuenta de mi angustia, Trustmi empezó a hacerme preguntas que en nada contribuyeron a tranquilizarme.
«¿Quién entraría primero, llegado el caso, en la zona de bombeo? ¿El turbocompresor axial o el centrífugo?», me soltó a bocajarro.
Me limité a lanzarle una mirada asesina que hizo en él la misma mella que la que le haría el Fary pegándole un puñetazo a Urtain. Y siguió con sus preguntas:
«¿Será posible el retroceso de llama hacia la sección fría en caso de bombeo? ¿Estará la línea de actuación del eje del generador de gas lo suficientemente alejada de la zona inestable?».
Cuando vio que yo seguía sin contestar, se encogió de hombros y murmuró algo acerca de los ingenieros que no saben responder preguntas, comentario que preferí pasar por alto porque no era momento para discutir con él.
«De todos modos —prosiguió—, me da igual que no me contestes, porque me he estudiado a fondo cómo funcionan estos chismes y tengo el tema bastante controlado. De hecho, le voy a pedir al piloto que me deje llevar los mandos».
En cuanto llegamos a la plataforma de despegue y vio el helicóptero esperándonos, aceleró el paso y se fue a hablar con el piloto. No sé lo que le diría para convencerle, pero no fue eficaz, y eso hizo que Trustmi se enfurruñase y se pasase todo el resto del tiempo en silencio, para solaz y esparcimiento del resto de los miembros del grupo.
Una vez pertrechados con los achiperres traveseros, nos dieron una pequeña charla sobre el funcionamiento de las mochilas y nos dieron instrucciones para subir y bajar del helicóptero.
Una vez terminada la charla, nos dividimos en dos grupos. Yo me uní al primero con la excusa de hacer fotos de la llegada del segundo, pero, en realidad, lo que quería era no hacer el vuelo en el mismo salto que Trustmi. Así que padentro del bicho, y al lío. El helicóptero gana altura a toda tralla y enseguida Vielha se va haciendo pequeñita y se ve ya de cerca la nieve en las montañas.
Mientras el helicóptero iba a buscar al segundo grupo, tuve tiempo de preparar la cámara con tranquilidad para fotografiar su llegada. La secuencia funciona como una orquesta bien afinada. Dani me ve con la cámara lista y le debe de parecer bien, porque levanta el pulgar. Los esquiadores salen rápido del heli y esperan en cuclillas a que la guía desembarque el material y cierre la puerta. En un visto y no visto, el helicóptero se aleja en un picado infernal. Al fondo de la última foto se vuelve a ver el valle por el que luego nos tocará volver.
Nunca unos traveseros hollaron una cima con tan poco esfuerzo.
Cuando reservamos la actividad, teníamos la esperanza de trinchar palas de nieve polvo. Pero con la sequía y el calor que hemos tenido en estos últimos días de enero, no pudo ser. A cambio, si vas con guías que saben leer la montaña, y los nuestros sabían, tienes la garantía de que escogerán laderas con las mejores orientaciones para encontrar buenas condiciones. Y las condiciones eran las de la segunda mejor nieve de la que se puede disfrutar: cremita de la que te da confianza en los giros, sobre la que uno se desliza sin esfuerzo y se puede centrar solo en disfrutar.
Y empieza lo bueno. Es indescriptible la sensación de estar en soledad, solo con un selecto grupo de amigos, en una montaña con palas amplias por las que todavía no ha pasado ningún esquiador. Hay circunstancias que te enseñan lo salvaje del terreno que pisas, como se ve en la foto en la que pasamos al lado de un alud.
Cuando termina la primera bajada, toca remontar.
Fuera pieles y a por la segunda bajada hacia el Estanho d’Escunhau. Siguen las condiciones de nieve primavera de la buena.
Vivi escogió una línea diferente a la de los demás, que pongo en la siguiente secuencia, y me temo que las fotos no transmiten bien ni la dificultad del recorrido ni la pericia que puso en juego para salir airosa.
Vivi: una línea que por poco termina en agroesquí:
Y a seguir bajando, hacia el Estanho d’ Escunhau, que nos regaló algunas de las que, para mí, fueron las mejores fotos de la excursión.
Dani, hacia el Estanho d’ Escunhau:
Una vez abajo, vuelta a poner pieles y toca iniciar la tercera ascensión.
En la captura de pantalla de Fatmap se ve cuál fue nuestra traza. Yo no llegué a hacer cima en la última ascensión porque ya no me daba la vida para seguir subiendo y porque al pie de la última pala la pendiente me imponía, todo hay que decirlo, y preferí ahorrármela. Pero tengo fotos de Dani y Joma73 sacando unos buenos giros en esa ladera. El desnivel total de la excursión que indica Fatmap es algo mayor del real porque se me olvidó parar el GPS justo después de terminar y computó una parte del recorrido hacia abajo con la furgo que había ido a recogernos.
En la última bajada alternamos las clotoides con el agroesquí, que también es divertido.
Hubo trozos en los que el agroesquí no era suficiente y había que patear.
Y tras 45 minutos de recorrido en furgoneta por la pista que sigue el Barranc de Bargadèra, por la que no era ya posible seguir con esquís, cosas de la escasez de nieve de este año, regresamos a la civilización.
La última foto del reportaje muestra un parhelio; no es que se me pusiese un aura de beatitud por todo lo que había disfrutado.
Quién habría podido imaginar que aquellos valles escondidos nos reservaban una nieve tan rica. Ahora solo nos queda repetir hasta encontrar algún día el ansiado polvorón.