Como no hay dos sin tres, después de nuestro primer viaje a Noruega y del segundo a Islandia —cuyas crónicas se pueden leer en estos enlaces Alpes de Lyngen y Tröllaskagi—, los sospechosos habituales mantuvimos acaloradas discusiones sobre cuál iba a ser nuestro siguiente destino de esquí en las vacaciones de Semana Santa. Costó ponerse de acuerdo, porque las opciones eran muchas, pero al final decidimos probar suerte de nuevo en Noruega, esta vez algo más al sur que cuando fuimos a Lyngen, pero aun así dentro del círculo polar ártico, en las islas Lofoten.
La escritura de este reportaje es un intento de fijar en la memoria unos días maravillosos en Noruega. Maravillosos por el entorno, por el reto de hacer frente a esas laderas con el mar de fondo y, sobre todo, por disfrutarlos con muy buenos amigos, con los que nos esperan seguro otras aventuras. No voy a hacer una descripción pormenorizada de recorridos y desniveles, aunque alguno pondré. Lo que quiero, sobre todo, es compartir unas cuantas fotos; tal vez, viéndolas, alguien se anime con cosas parecidas (o mejores)
Igual que las otras dos veces, la organización del viaje corrió por cuenta de la agencia Muntania, que se ocupó de las reservas de los vuelos y el alojamiento, del alquiler de la furgoneta para nuestros desplazamientos y, lo más importante, de convencer a Miriam Marco, de que aceptase ser nuestra guía una vez más.
Así que, una vez escogido el destino y organizada la logística, con una pirueta espacio-temporal voy a situar el inicio de mi relato —más gráfico que narrativo— en nuestro primer día de esquí, recién aparcada la fregoneta al borde la carretera:
En estos primeros días de abril la nieve llega hasta el borde del mar, por lo que es posible poner las pieles de foca nada más salir. No hubo que portear ningún día.
Verificar que todo el material necesario está en la mochila, chequeo del Arva y parriba.
Mi primera impresión fue muy parecida a la que sentí en los Alpes de Lyngen: el mar es omnipresente y esa omnipresencia domina el paisaje, tal vez por lo extraño que resulta a los ojos de alguien acostumbrado a esquiar en los Pirineos.

Los fiordos se asemejan a lenguas de agua que penetran en la tierra flanqueadas por paredes con bosques de abedules. Poco a poco vamos ganando altura y se van abriendo otras perspectivas, siempre con el mar al fondo.
En la siguiente salgo yo, con la cámara en bandolera, fotografiado por Ricardo. Yo me lo paso bien subiendo, bajando (no siempre) y haciendo fotos. Luego, me lo paso bien con las charlas después de la jornada de trave, al intercambiar fotos y compartir con otros experiencias y sensaciones.

Hacia arriba, los árboles, con los que habría que lidiar en la bajada, se iban haciendo progresivamente más escasos.
Miriam va abriendo huella, escogiendo siempre el terreno más favorable para la ascensión, marcando las zetas de subida para economizar esfuerzos al grupo, en la medida de lo posible.
Siempre está pendiente de que nadie se quede atrás y de darnos las indicaciones precisas, por ejemplo para que mantengamos una distancia prudencial entre nosotros si estima que puede haber riesgo de aludes.
Violeta, en una vuelta María; detrás, Chema:
Ricardo, hacia arriba:

Violeta, Chema y Pascual:

Y llega el momento de bajar. De este viaje me vuelvo con menos fotos de las bajadas que en los anteriores y, sobre todo, echo de menos más contraste con el mar, tal vez porque no era infrecuente que abajo estuviese blanco —por estar helado— o con un color que no era el azul intenso que habría convenido para las fotos.

Pero cuando vas con esquiadores tan buenos, siempre hay ocasiones de llevarse buenas fotos:
Violeta:

Chema:

En las bajadas nos hemos encontrado con todo un surtido de nieves de calidad variable. Arriba, generalmente, nieve polvo disfrutona. A veces trillada por otros esquiadores que nos habían precedido pero, en todo caso, fácil de esquiar. Algo más abajo nieve primavera. Muy buena al empezar, diría que cremita, para transformar progresivamente a costra y nieve podrida, de la que es difícil esquiar, y más aún cuando los árboles te salen al paso y se mueven, aviesos, interponiéndose en tu trayectoria.

Al día siguiente nuestra aproximación pasaba por una pista preparada para biatlón. Nos cruzamos con varios locales practicando esquí de fondo. Esta mujer me llamó la atención por el perro que la acompañaba en su paseo:

Y alguien de nuestro grupo le llamó indudablemente la atención a ella:

¿Tal vez habría querido venir con nosotros? Me recordó a la famoso foto del anuncio en el que el chico se gira para mirar a otra, ante la indignación de su pareja.
Y de nuevo parriba.




La cima estaba petadilla de gente:

Las vistas desde arriba:



Aquí Daniel, concentrado en la bajada que nos esperaba, y Chema:

En cuanto se podía, Miriam escogía las bajadas menos transitadas. Y la verdad es que impresiona, estar ahí arriba y empezar los primeros giros por palas casi siempre exigentes.

Al día siguiente nos fuimos al pico Torskmannen. A mí personalmente fue el que más me gustó, por una combinación de factores. Primero, nos hizo buen tiempo. Luego, Miriam nos había preparado una excursión en la que teníamos dos bajadas por la parte de mejor nieve. Entre ambas, claro, había que volver a poner pieles y subir hacia un collado distinto del de la ida. Pongo aquí nuestro track, sobreimpuesto sobre el relieve:

En la siguiente se pueden ver los giros que fuimos haciendo en la primera bajada.

En un momento dado, Miriam se puso a hacer equilibrios para rellenar de agua el termo de uno de nosotros, en previsión de que pudiese hacer falta. Si me llega a tocar a mi hacer eso, de ahí no me sacan ni en helicóptero.


Las zetas por estos paisajes cuestan menos que de costumbre.



Sobre todo cuando ves que lo que te espera es esto:

Llegando al primer collado, en primer término, Jorge. Otro que paladeaba cada momento como si fuese único:


Y en las bajadas, a disfrutar:

Pascual, seguido por Chema:

Al día siguiente, vuelta a empezar. El paisaje que se ve desde la furgo, a fuer de ser sincero, es un tanto desolador. Y eso que estábamos en abril. Me imagino que los inviernos en esas latitudes serán durillos.

Jorge y Daniel, que han sido unos compañeros de los buenos:

En las dos siguientes salgo yo, fotografiado por Ricardo:


Como no todo va a ser de color de rosa, a veces había demasiada gente para mi gusto:


Pero se podían sacar fotos sin agobios:



La bajada: Miriam, Pascual, Ricardo, Jorge, Violeta y, cerrando, Chema.


Y así todo. Voy a terminar aquí el reportaje. Podéis imaginar que me he venido con muchas más fotos, muchas de paisajes memorables que tengo que retocar con calma antes de compartirlas. Gracias por la paciencia de haber llegado hasta aquí.