Crónica de un viaje improvisado: Kitzbühel y Skiwelt
Es mucha la información que hay en Nevasport sobre Kitzbühel y son muchos los foreros que conocen bien la zona (aprovecho para dar las gracias a todos los que me han echado una mano con sus consejos y opiniones). Pero dado que el mío fue un viaje un poco peculiar, quizá pueda aportar otro tipo de datos útiles con este reportajillo.
En primer lugar, fue un viaje improvisado: tras toda la vida deseando esquiar en el Tirol (las fotografías de mi padre que incluyo más abajo tienen gran parte de culpa) me bastó media horita de Internet para resolverlo todo. Algunos disfrutan planeando sus viajes, pero a otros nos gusta dejarnos llevar por los impulsos. Además, la inmediatez permite saber dónde y cuándo ha nevado y qué condiciones de nieve vas a encontrar en cada sitio.
Mi plan fue el siguiente: volar a Múnich ligera de equipaje, sin esquís, sólo las botas, metidas, con todo lo necesario, en una maleta grande pero manejable, y alojarme con mi hija, que está viviendo ahí. Y, ya las dos juntas, viajar a Kitzbühel en tren.
A pesar de la precipitación y de las fechas (en algunas zonas de Austria y Alemania tenían semana blanca), no costó nada encontrar un vuelo barato y una pensión con excelente relación calidad-precio en Kitzbühel. La oferta de alojamiento es amplísima en toda la gama: desde hoteles de lujo a chalets familiares baratos y encantadores.
El billete de tren también lo compramos por internet el día antes (se puede reservar asiento con un suplemento; hay también un servicio de autobús directo desde el aeropuerto de Múnich, pero a mí me gusta mucho más el tren).
Todos los desplazamientos por la zona fueron en los skibus gratuitos de las estaciones. Un transporte público excelente te quita de encima el lío de tener un coche alquilado para recorrer dos trayectos de apenas 130 km por carreteras desconocidas y llenas de nieve. Es un plan comodísimo, sólo hay que saber un poquito de alemán, ya que la información no suele estar en inglés.
Los esquíes los reservamos por Internet (por ese sistema hay un 15% de descuento) apenas unas horas antes de ir a recogerlos en una de las muchas tiendas de alquiler (lo que nos permitió ir cambiando varias veces de esquíes a lo largo de la semana), y el forfait (para Kitzbühel y Skiwelt) lo compramos en la taquilla el primer día. Así de fácil.
La primera impresión de las pistas de Kitzbühel fue bastante sorprendente: si bien el paisaje es mucho menos agreste que otras zonas de los Alpes, había caído casi medio metro de nieve en días anteriores y no habían pisado ninguna pista, de modo que nos pasamos la mañana trillando laderas y la tarde bajando entre los baches que se habían formado. Dada la calidad de la nieve, resultó muy divertido. No obstante, ofrecía un curioso contraste un estado de pistas un tanto “silvestre” con unos remontes calefactados e incluso con capota. Pero que no se asuste nadie: al día siguiente estaban pisadas las azules y las rojas y, al tercer día, también las negras. Cosa bastante necesaria puesto que la afluencia era considerable y en algunos puntos la calidad de la nieve se iba deteriorando con el paso de los días y los esquiadores.
Porque una característica curiosa de la zona es que las cotas altas tienen una altura moderada (poco más de 1.900 metros) y las bajas rondan los 800. Un desnivel notable que permite larguísimas pistas (anchas, estrechas, rojas, azules... de todo) que van de las cumbres a los pueblos pasando junto a granjas y cruzando arroyos y carreteras. Además, las bajas temperaturas (entre -5 y -10) permitieron que la nieve, en general, fuera excelente. Y que en las zonas críticas estuvieran los cañones en marcha (sí, ellos también los necesitan).
El mismo paisaje y las mismas ganas de trillar lo blanco se ven en las fotos de mi padre, tomadas en Kitzbühel hace casi 60 años. Y no lo impedían ni los larguísimos esquís de madera ni las fijaciones que no saltaban.
Mi padre ante las mismas laderas.
Al poco, no quedaba ni un palmo sin huella.
Mención aparte merecen las Hütten, las cabañas o chalecitos de madera que se encuentran en plena pista y permiten comer platos de la zona a un precio bastante razonable. Aunque yo prefiero esquiar de un tirón y parar al final de la jornada, resultaban irresistibles y terminamos comiendo cada día en uno diferente.
Poco puedo decir del après-ski, ya que es asunto que no me interesa demasiado, excepto que no sienta nada mal un vino caliente a pie de pista, todavía con las botas puestas, y que Kitzbühel tiene excelentes restaurantes en los que no es fácil encontrar sitio sin reserva, incluso entre semana. Afortunadamente, dos personas caben en cualquier rincón y la amabilidad parece ser virtud nacional austríaca.
Mi tío Pepe cargando con unos tablones de dos metros.
La estación de Kitzbühel tiene 170 km de pistas. Pero, por motivos misteriosos, parece cinco veces mayor que otras estaciones españolas de todos conocidas que, en teoría, se acercan en tamaño. Así pues, es necesario dedicar varios días a recorrer la estación entera. En cuanto a los itinerarios, vistas las dimensiones, tuve la sensación de que es preferible tener un guía. Skiwelt es todavía mayor, 280 km de pistas, y no nos dio tiempo de recorrerlo todo: lo cierto es que como las cotas superiores eran más bajas, también resultaba menos tentador.
En total, kilómetros más que suficientes para 5 días de esquí inolvidables.
Un arrastre de los de toda la vida para unir dos sectores en un trayecto con muy poca pendiente. Un sistema cómodo que no cierra cuando hay viento.
En función de donde estuvieran las nubes, era mejor opción esquiar en la parte alta o la baja. Dadas las dimensiones del dominio esquiable, no era difícil encontrar una zona con mejor tiempo.
Y eso es todo: espero que las fotografías hayan conseguido transmitir parte de la belleza de un paisaje espectacular.