Esquiando entre lagos helados: Geilo, Noruega :)
Durante dos meses soñamos con el viaje. Pero tanto soñamos ¡que se nos olvidó preparar los detalles de supervivencia! Una semana antes reservamos in extremis por Internet dos noches de hotel en Oslo y una en Bergen. Menos mal que no hicimos más reserva, porque diversos avatares meteorológicos nos obligaron a cambiar nuestros escuetos planes e improvisar un día de esquí en Geilo. ¡El mayor acierto del viaje!
Geilo es un lugar perdido que está exactamente a mitad de camino entre Oslo, en el este de Noruega, y Bergen, en la costa oeste. El viaje en tren entre esas dos ciudades dura 7 horas y está catalogado como el más bonito del mundo. Casitas de madera cubiertas de nieve, bosques interminables de coníferas, estepas enteras cubiertas de un manto blanco, lagos helados… ¡Y la posibilidad de verlo todo arropado por la acogedora calefacción del tren!
El clima invernal es tan riguroso en las zonas centrales de Noruega que parte del recorrido de la vía está protegido por túneles de madera. De no ser así, el trayecto sería intransitable durante la mitad del año y probablemente ningún mecanismo férreo funcionaría a las bajas temperaturas que se alcanzan por esas latitudes, además de que el mantenimiento humano sería imposible.
En cuanto a Geilo… ¿Quién conoce Geilo? Pues la reina Sonia de Noruega, que se sacó allí su certificado de instructora de esquí, y ahora también nosotras, je. Pero vamos, que no es más que es un pueblecito de casas de madera, de apenas 2.300 habitantes, situado en la orilla de un fiordo, entre dos cadenas montañosas de poca altitud y perfil redondeado.
Aunque hay alguna pista negra en su mapa de pistas, que nadie espere pendientes de impresión. Hay 39 pistas de alpino con 20 remontes, y creo que más de 200 km de pistas de esquí de fondo, además de todo tipo de actividades relacionadas con la nieve y el aire libre. Los noruegos son grandes amantes de las actividades al aire libre y, en general, muy deportistas.
Lo que no defraudará es el paisaje invernal. De hecho, nuestro tren nos dejó en Geilo bien entrada la noche, cuando todos los noruegos duermen… ¡y nos las vimos y nos las deseamos para arrastrar la maleta hasta el hotel!
A nosotras eso nos pareció el paraíso blanco, pero para ellos aún no era temporada alta y ni siquiera funcionaba el ski-bus entre las dos zonas de la estación. Nos alojamos en el Highland Hotel, reservado a toda prisa desde el cibercafé de la estación de tren de Bergen. Otro acierto, porque el hotel era estupendo, con sofás de cuero por todos lados, un restaurante de madera con asientos de piel de reno, chimeneas encendidas en cada rincón....
Nos fuimos rápidamente a la cama. A la mañana siguiente, esto era lo que se veía desde la ventana de nuestra habitación:
Esto, lo que se veía desde el bar del hotel:
Y esto, lo que mostraba la web de la estación!!!
No se hable más, ¡vámonos volando! Pero lo nuestro no era exactamente un hotel a pie de pistas. ¿Sabremos encontrar el camino?
Todo era precioso y todo estaba cubierto de nieve. Por el camino nos entretuvimos haciendo fotos por doquier.
Por fin llegamos a una de las bases de la estación. Una alfombra te llevaba desde el camino y el aparcamiento hasta el edificio de taquillas y alquiler.
Alquilamos esquís y botas (Piskel estrenó botas Lange, nos trataron fenomenal y nos preguntaron mucho por España) y compramos el forfait, una tarjeta skidata que te puedes guardar para recargarla otro día en cualquier estación noruega.
Yo no las tenía todas conmigo. En la temporada anterior me operaron la rodilla y, salvo un par de breves incursiones en el Xanadú, aún no había vuelto a catar el esquí. Pero tras superar la congoja de las primeras bajadas, la cosa fue de maravilla. Un poco rígida aún, pero todo se andaría…
¡Atención al lago helado ahí abajo! Todo era precioso y, desde luego, la nieve ayudaba. Era de una textura para nosotras desconocida aquí. Agradable, suave… Y encima nos hizo un día perfecto. Ideal para disfrutar.
La jornada tocaba a su fin y la temperatura empezaba a caer en picado, así que hicimos una paradita en el bar de la estación para tomar algo caliente. El sitio, cómo no, de lo más rústico y acogedor.
Fue un día de esquí tranquilo, pero acabamos exultantes de alegría. En el camino de regreso al hotel, más fotos.
En el hotel nos permitieron sin problema utilizar el spa al final del día, pese a que ya habíamos abandonado la habitación. Nos dimos una buena ducha caliente, sacamos ropa limpia de las maletas, y nos dispusimos a coger el tren de regreso. Así dejamos la estación:
…lista para el próximo que vaya a visitarla!