De la zona del Aguila, hay una pista que es mi preferida, creo que se llama Cauchiles, pero ya saben que para los nombres soy un desastre como para casi todo.
Fue muy tentador al llegar al cruce del camino con dicha pista, ver, que justo al lado se me ofrecía cual sacerdotiza griega, una pala de nieve virgen, un fuera de pista que no parecía tener dificultad alguna, evidentemente, estaba exultante, no precisamente por tomar el fuera de pista, si no por lo vacilón que me sentía despues del caminito, así que viendo que estaba solo y que seguramente sería mi última bajada del día, me salí de la zona balizada, y comencé a girar, el primero bien, en el segundo la velocidad fue a más, y en el tercero aterricé hundiendome en esa nube que forma la nieve recien caída y sin pisar, hociqué de careto, saltaron los esquís y eso me mató, más de media hora para poder salir de allí quitar la nieve de las botas y de los esquís y volver a calzarlos. Desistí de mi experiencia fuera de pistas, y las piernas me estaban comenzando a falllar, miré el reloj, pardiez las 4 de la tarde, ya es hora de descansar, así que me dispuse a bajar a Pradollanos, mientras las primeras nubes iban apareciendo y cubriendo la montaña de abajo arriba, la zona de cauchiles la terminé bien, esa pista siempre me deja una buena sensación, lo malo comenzó en el último tramo para llegar a Pradollanos, cada giro era un suplicio y cada tres giros perdía el control, mis piernas no daban más de si.
Reventado literalmente llegué a la urbanización, me dirigí a las taquillas del hotel, para cambiarme las botas y dejar los esquís de tracción delantera, y la madre que los parió. Por entonces comenzó a caer una tímida nieve y arreciar el viento, estaba cansado y tenía hambre, así que me dirigí a la galería comercial, templo de mi devoción, a practicar mi especialidad favorita y de la que soy todo un campeón, la combinada alpina. Algunos pensarán, vaya tío más tacaño, con habre y se va de tapa en vez de sentarse a comer y gastarse los euros. En mi defensa diré que soy un apasionado de la tradicción granadina de cervez/vino tapa, lo vivo como un rito social, y la sorpresa que supone el que te pongan una tapa de lo que en cocina estimen oportuno y como controlan, una primera, cuatro segundas, etc..., mi record está en una sexta.
El bienestar que consigo cada vez que subo a la sierra, es como una terapia para mi, pierdo mi timidez y hablo con todo el mundo, contando anécdota del día, o alabando las tapas que voy consumiendo una a una, siempre he pensado que debería vivir una temporada al menos en la sierra.
Cayó la noche cuando salí del bar, siendo invierno serían las seis y media más o menos, y entré en el hall del hotel como triunfador del dúia, con mis gafas de sol a modo de felpa, cuando ante mi se cruzaron dos bellezones, que se dirigían en albornoz blanco e inmaculado a la piscina, al verme sonrieron, lo que yo devolví como galán de cine, subí a la habitación me coloqué el bañador y el albornoz y raudo me bajé a la piscina. En la calle seguía nevando y los cristales de la piscina estaban empañados, al entrar en el recinto, busqué a mis damiselas, que ya estaban chapoteando en agua, alcé la mano a modo de saludo, y ellas me hicieron señas de que me metiera en el agua, craso error que cometí, cuando me quité el albornoz y mostré al resto de la humanidad mis intimidades, mi cara era roja, por efecto del sol, el resto del cuerpo blanco de todo un invierno, mi barriguita cervecera que tanto dinero y esfuerzo me cuesta mantener hizo su aparición, para colmo al embutirme el gorro reglamentario de la piscina, me convertí de repente en un “chubasqueiro do pito”, todo mi glamour tirado por el suelo, las chicas perdieron el interés por mi, más aún cuando hicieron acto de presencia, dos pimpollos con cuerpo trabajado en horas de gimnasios y que sin mediar palabra acecharon a mis dos conquistas, todas mis fantaía matemáticas (duo, trío, cuarteto....) se desvanecieron, así que con la poca dignidad que me quedaba, me zambullí en el agua, nadé unos largos, que para eso de la antación si tengo buen estilo y recogí los trastos de mata y me reitré.
Sólo me quedaba cenar en soledad, y ahogar mis penas en una pizza hecha en horno de leña, como sólo un naturald e Cazorla sabe hacer, Floren. Afortunadamente, me atendió un chico extranjero muy simpático y la pizza de champiñones y bacon, estaba para ponerle un piso, no quise tomar postre porque me sentía pesado. Tas la cena paseé hacia el hotel, mientras los jovenes comenzaban a entrar en los pubs, la verdad que si hubiera triunfado aquel día, hubiera terminado en uno de esos antros de bebidas espirituosas, quedando como un hipócrita, (cuando voy a esquiar, no salgo de noche, y yo que me lo creo). Casi al llegar al hotel me crucé con las dos chicas y los dos maormos, ya iban agarrados o cogidos de la mano, habían hecho el reparto de pareja, les saludé con la mano y me dirigía a mi habitación, convenciéndome que los deportistas tenemos que descansar para el día siguiente.
Este ha sido mi relato, todo es pura fantasía, que espero algún día hacer realidad.