Ese es el nuevo modelo: una gran ciudad asociada a una cordillera cercana. Zaragoza y Barcelona se han mirado en el espejo de Vancouver y ambas se han visto reflejadas. Y han llegado a una serie de conclusiones. La primera, que la distancia entre pistas y zonas urbanas no es tan relevante. En la capital canadiense, el trayecto entre ambos puntos era de 150 kilómetros, que se cubría en algo mas de dos horas. En eso Aragón está mejor. El recorrido es el mismo cuantitativamente, pero también cualitativamente, porque será posible realizarlo en hora y media. Cataluña tiene más trabajo por hacer. Las zonas se esquí están más lejos. La Molina, por ejemplo, está a 154 kilómetros (1h.55 minutos). En este sentido, por lo tanto, la candidatura de la comunidad tiene ya la orientación encaminada.
Quedan más cosas que estudiar. Una, fundamental, es la viabilidad económica, la peligrosa relación entre el coste de unos Juegos y la utilidad real que tiene para la ciudadanía. En este aspecto la candidatura aragonesa está mucho más verde. Lo que hay por ahora son esbozos e ideas.
Aunque algunas cosas parecen ya claras. La Feria de Zaragoza tendrá una importancia capital en el proyecto. En sus instalaciones podrían ubicarse algunos pabellones cuyo uso posterior sería muy difícil en la ciudad. Así sucedería con la instalación del patinaje de velocidad, cuyo espacio se reconvertiría en un nuevo pabellón expositivo de futuro. El mismo planteamiento se hace para el hockey, que precisa de un estadio con capacidad mínima de 15.000 espectadores. Su uso se redefiniría en beneficio de las necesidades de la feria.
Iniciativa privada
Soluciones parecidas se han dado en Vancouver. A todo ello hay que sumar la iniciativa privada. Los Juegos canadienses han requerido una inversión de más de 1.700 millones de dólares canadienses. Al menos es lo que admite el Gobierno de ese país. En Turín, el sector público se gastó todavía más dinero. Este es uno de los aspectos más importantes. El del dinero. Y la clave radica en la implicación empresarial. Este será el verdadero reto para la candidatura aragonesa, que deberá contar con un músculo privado que a día de hoy está por ver. Aunque parece que ya se han concitado algunos intereses en torno a algunas instalaciones, sobre todo las de patinaje, es un incógnita en qué se materializan. En este aspecto, Barcelona, si logra desprenderse de la apatía general que rodea la idea de su alcalde, Jordi Hereu, tendría más potencial.
Vancouver puede ser un buen espejo para Zaragoza. Ambas ciudades tienen unos 700.000 habitantes. Aunque el entorno de la ciudad canadiense está más poblado. Roza los dos millones de personas. La referencia es por lo tanto positiva. Más si se tiene en cuenta que los Juegos son cada vez más parecidos. El Comité Olímpico Internacional promueve la estandarización. Por eso el éxito en ocasiones puede estar en los detalles. Como el apoyo ciudadano. Algo que no cuesta dinero, pero que es vital para ser sede de un evento así.
Vancouver tuvo 45.000 voluntarios. Zaragoza, con la experiencia de la Expo tiene ya mucho camino recorrido. Además en los municipios del Pirineo existe ya un caldo de cultivo, acumulado durante años, que garantiza el éxito en este sentido. Más complicado lo tiene Barcelona. Los ciudadanos todavía no están implicados con el proyecto. Pero llegado el momento lo estarán. Pensar otra cosa sería engañarse. Tarde o temprano el espíritu olímpico calará. Y eso Jordi Hereu y su entorno lo saben.
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