Hubo mucha represión en la comarca, y otros amigos de Gurriarán escaparon al monte. Pero él se libró a cambio de entrar a servir como médico civil y sin sueldo en el frente de los sublevados. Y eso que en Valdeorras lo habían apodado Negrín, porque conocían sus vínculos con el que había sido profesor suyo en Medicina y presidente de la República.
Gonzalo tenía sus ideas, vale, pero lo que más le interesaba era la ciencia. Desde los ocho años había estudiado fuera. Había coincidido en la Residencia de Estudiantes con Lorca y Dalí, y había conseguido becas para seguir preparándose en Estrasburgo. Era una gran promesa, recibía premios importantes ya antes de cumplir los 30, pero la postguerra lo confinó en su pueblo. Cuando fue depurado y logró colegiarse, abrió una clínica y no le faltaron pacientes, pero los falangistas vigilaban atentos por si daba un paso en falso. Recibía la correspondencia abierta, necesitaba pedir un salvoconducto para salir del municipio y no tenía pasaporte para viajar fuera de España. Cuando necesitaba respirar aire menos enrarecido, subía al monte, y aprovechaba las excursiones para curar a los huidos.
Hace 75 años, ya casi 76, se topó con otros cuatro montañeros (Antonio y Pepe Villaverde, Natalio Abad y José Barbosa), que venían de Vigo y, desde Manzaneda, habían visto a lo lejos el perfil nevado y más escarpado de Peña Trevinca. Les enseñó las sendas mineras por las que él había aprendido a llegar arriba, y después de unos cuantos encuentros y algunas cartas comprendieron que todos hablaban la misma lengua. "Se notaron el tufillo", explica el hijo del médico, el historiador Ricardo Gurriarán.
En primavera del 44, los amigos fundan el que hoy es el club montañero más viejo de Galicia. Había otro grupo anterior, el Celta, pero entonces era sólo una sección del equipo de fútbol, y todavía no se había constituido como club autónomo. Gurriarán nunca sería presidente de la entidad. Su carné de socio, con la bandera de Galicia al fondo, sería el número uno y el de su mujer, Pilar Rodríguez, el dos, pero se mantendrían siempre en un segundo plano para no perjudicar a un club que pronto llegó a los mil afiliados.
El hijo del estomatólogo aún conserva en casa el dibujo original del emblema de los trevincos. Un ciervo al pie de las montañas que diseñó para Gurriarán un topógrafo de la mina de Valborrás, cerca de Casaio de Valdeorras, donde el médico había trabajado asistiendo a los prisioneros de guerra condenados a extraer wolframio para Hitler.
Ricardo Gurriarán cuenta que su padre nunca habló en casa de la represión. De todos sus contactos se enteró cuando ya había muerto, leyendo las 5.000 cartas que guardaba, entre ellas las de Otero Pedrayo, mentor galleguista del club. Valdeorras era un foco de la guerrilla y estaba tomada por los militares, la resistencia aprovechaba la orografía abrupta de Trevinca para esconderse, así que el club montañero que daba escape a Gurriarán no podía haberse llamado de otra manera.
Mása información y fotografías en: Pioneros en Galicia: El Club Peña Trevinca
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