Casi 700 metros de desnivel y 4,8 kilómetros de longitud dieron forma a un recorrido que estuvo trufado de saltos imposibles, caídas impactantes y, lo más importante, una rivalidad fraticida entre los participantes. Y es que, en ‘The white rush’, los esquiadores parten en grupos de ocho y no existen reglas. El contacto entre los ‘descenders’ es habitual. Todo ello, a una velocidad de vértigo, al filo de la navaja.
La prueba, que alcanzó este año su cuarta edición, está inspirada en una competición que idearon en los años 50 y 60 dos históricos del deporte blanco: Ernst Hinterseer y Hugo Nindl. Ambos prepararon un recorrido sin curvas peraltadas, ni puertas de paso, ni tampoco apretadas mallas de seguridad.
«Sólo mandaba la naturaleza, al igual que ahora», aseguran los organizadores. Los esquiadores pasan ‘a pelo’ todos los obstáculos propios de la montaña. No hay acondicionamiento previo, y eso es uno de los grandes atractivos de ‘The white rush’. Esquí en estado puro.
La descarga de adrenalina hace acto de presencia nada más arrancar la carrera. Los ocho competidores en cada manga toman la salida desde la terraza del hotel Berghotel. Una caída de más de tres metros de altura les saluda para abrir boca. Al llegar al suelo nevado, comienza la estampida. Todos se afanan, sin consideración hacia el rival más cercano, por alcanzar la cabeza y marcar el mejor tiempo posible que les otorgue el paso a la siguiente fase.
A mitad de recorrido, los deportistas deben atravesar un complicado túnel de cien metros de largo. La gruta natural, conocida como ‘Teufelsjoch’, tiene un acceso complicado y suele marcar diferencias en la carrera, pues una caída en el interior de la cavidad da al traste con todas las opciones de victoria. En esta prueba «no hay margen de error posible».
Volar sobre nieve
Tres minutos y medio después de dar la salida, los participantes comienzan a llegar a la línea de meta. Los primeros han cubierto el trazado a una velocidad media endiablada: más de 70 kilómetros por hora. Los que han dado con sus huesos en el suelo arriban a su destino con cara de decepción y el cuerpo dolorido.
La victoria final fue para el francés Fornos, ganador también en 2003. «Estoy muy contento de haber repetido triunfo. Le tenía muchas ganas a esta carrera», declaró poco antes de la entrega de premios. El segundo puesto fue para alguien de habla hispana. El argentino Óscar Sosa se quedó a muy poca distancia del esquiador galo. Ambos doblegaron a los máximos favoritos: los austríacos Philipp Ribis, Alex Fuchs y Herbert Loitzl, que corrían en casa.
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