Artículo personal sobre la montaña asturiana

LOADO sea Dios. Luchando contra todos los elementos, inanimados y con dos piernas, parece ser que se ha tomado en serio librar a los Picos de Europa de esa plaga dominguera de coches hasta donde entran las rodadas, pues tampoco se respetan los carteles de prohibición con uso exclusivo para nativos. Nuestras buenas gentes discurrieron sentados en la moqueta que era malo un tren hasta los Lagos, o un teleférico, y les estaba pareciendo tolerable que miles de coches incontrolados los llenasen de basura, transitando con toda su parafernalia de plásticos y vidrios, dejando las marcas de lo más infecto de la llamada civilización.

Permitían que los turistas se metieran en el embudo de Poncebos, sin más advertencias que la de un guarda, que dos kilómetros antes ya dice que no hay donde aparcar. Se conformaron viendo que la vecina Cantabria embolsa una cantidad enorme de millones con el teleférico de Fuente De. Miraron para otro lado, hasta fecha reciente, sin querer ver que la vecina León rentabiliza San Isidro, mientras que aquí se han gastado millones en una estación donde sólo hay nieve cuatro días al año, y que se va a quedar en nada cuando pongan en marcha el complejo de San Glorio, con cotas esquiables de más de dos mil metros. No habrá color.

Los de León y Cantabria entendieron que la cordillera y los macizos podían proporcionarles algunas vacas lecheras, como San Isidro y Fuente De. Aquí, las únicas vacas que tenemos por semejantes lugares, son las ratinas y casinas, y encima quieren repoblar de lobos para que se las coman. En realidad, para hacer algo sensato no hay que inventar nada a estas alturas: solamente copiar. Cualquiera que de una vuelta por Ordesa o por los ibones de las Maladetas, verá los entornos libres de coches, y los parajes cuidadísimos, puesto que por arrancar una flor te multan con treinta mil pesetas. Como debe ser.

¿Y qué dicen los ecologistas a todo esto? Nunca se sabe. En el parque de Isabel la Católica, según testigos, aparecieron muertos algunos pollos de ave, quizá por la sonoridad insoportable, o porque sus padres huyeron de los jaleos de una fatal semana. Eso sí, los ecologistas han conseguido acotar varios pasos en los montes, con pretexto de la presencia de osos pardos y berreas. Es como para mandar a alguien al carajo.

JOAQUÍN FUERTES para El Comercio.