Tras analizar las características del Brañillín como «espacio montañoso y atlántico» dentro de «la cordillera o la montaña de la divisoria», Martínez recuerda que hasta finales de los años sesenta del pasado siglo este enclave fue una braña vaqueira, organizada como cualquier otra de su entorno. Se trataba de un espacio con una importante «herencia de la naturaleza», pero también «aprovechado, organizado y construido por el hombre».
Desde tiempo inmemorial, el Brañillín respondió a las características de un enclave pastoril, merced a un aprovechamiento estacional que se limitaba a los meses de verano. En palabras de Martínez, «un paisaje de herbazales de diente fue el fruto de este espacio manejado por hombre, un espacio vaqueiru, donde los mayaos habían venido a sustituir a toda una primitiva floresta de bosquetes de abedules y acebos, de matorrales subalpinos, de enebros rastreros con arándanos y brecina y, en definitiva, eran la expansión favorecida por el hombre de los pastizales alpinizados».
Cincuenta años
Tiempo de cambios. A finales de los años sesenta del siglo XX, se produce un abandono progresivo de las camperas, lo que trae consigo una desorganización del espacio y del paisaje tradicional. Finalmente, entre 1968 y 1969, la compra de los terrenos de la antigua braña por parte de la Sociedad Deportiva Astur Leonesa del Pajares de las cimeras del Brañillín supuso una transformación radical, que vinieron a reforzar su singularidad con respecto al resto de espacios similares de la Cordillera.
La puesta en marcha de la estación de Valgrande-Pajares marca unas nuevas pautas de organización en el enclave que Luis Carlos Martínez relaciona con los importantes cambios que ha experimentado el conjunto de la región. Este fenómeno ha dado, según apunta Luis Carlos Martínez, una nueva valoración social al Brañillín, a sus condiciones ecológicas.
La antigua braña se convierte en un espacio de recreo a nivel regional. De enclave «vaqueiru» para las parroquias bajas del concejo de Lena a capital del esquí de Asturias.
El proceso se fragua a través de la urbanización de la Vega del Brañillín, con edificios residenciales, áreas de recreo y espacios de aparcamiento, amén de las 29 pistas de esquí y los diez remontes mecánicos por las laderas y los altos del Cuitu Negru.
La transformación del medio se denota en una adaptación que, según el geógrafo Luis Carlos Martínez, «no debe entenderse bajo el paradigma actual de deterioro ambiental, sino como una constante a lo largo de la utilización histórica del espacio, que si primero se manifestó en la humanización del espacio vegetal, a través del aprovechamiento tradicional de los pastos, ahora se hace evidente en las obras de construcción, preparación, mantenimiento y utilización de las infraestructuras para la explotación del recurso de la nieve para el esquí».
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