9h de la mañana. Un temporal de levante había dejado más de 1 metro de nieve en todo el valle. No se veía nada igual desde hacía al menos 25 años. Era entre semana, pero por aquello de la regla de las 6", que algunos aplicamos sin piedad cuando hay que aplicarla, nos habíamos plantado en la Cerdanya a primera hora de la mañana y nos disponíamos a esquiar en La Molina. Además, lucía un sol radiante. Era el día con el que todos hemos soñado alguna vez.
Así estaba la cosa al llegar al núcleo de la estación
Entre la emoción y las prisas por ir a catar ese powder, un bolsillo de mi pantalón se quedó abierto. Y justo era el que contenía las llaves del coche. Unas llaves que cuando estábamos en la silla Comella pasando el final de Trampolí, decidieron salir al exterior para caer y hundirse en ese metro de nieve que teníamos debajo.
Un poco más arriba es donde se cayeron las llaves
Era una desgracia, porque tras unas bajadas y un primer intento buscando las llaves, nos dimos cuenta de que, con tanta nieve y tantas marcas en ella, sería poco más que imposible encontrarlas. Entre una cosa y otra ya eran las 12h y había dos opciones, lamentarse y arruinar el resto del que iba a ser uno de los mejores días de esquí en años o intentar aprovecharlo al máximo y ya veríamos cómo saldríamos de esa. Como habréis imaginado, me apunté rápidamente a la segunda opción.
Hace muchísimos años que soy socio del RACC y me han sacado de algún que otro apuro, así que tocaba volver a ponerlos a prueba. Tras una llamada, me ofrecieron la que, para mí, era la mejor solución posible. Un taxi iría a buscar el otro juego de llaves a mi casa en Barcelona y lo subiría hasta La Molina. En cualquier otra situación, sería un plantón de un montón de horas esperando. Pero con el paquetón de órdago que teníamos enfrente y la solucion al problema encarada, no teníamos nada mejor que hacer que esquiar, esquiar y esquiar hasta que llegaran las llaves.
Además de buena nieve y un día radiante, había buenos socios con los que hacer cosas interesantes. Y las hicimos, claro. Era EL DÍA.
Lo más épico de ese día fue poder bajar hasta la estación. Pasa cada muuuuchos años y quién sabe si lo podremos repetir alguna otra vez. Íbamos de la mano de Oriol Molas, que la había bajado muchos años antes.
Pero había mucho más que explorar ese día. Sin llaves, había excusa para seguir.
¿Quién se acuerda de las llaves con ese panorama?
Cuando ya eran pasadas las 4 de la tarde, y estábamos haciendo tiempo por Roc Blanc, llegó el taxi. La que estábamos haciendo, se convirtió en la última bajada. No podía haber sido más sincronizado. Fue como el colofón a una jornada muy, muy épica que, con esta mini aventura, todavía lo fue más.
Y es por cosas como estas por las que sigo siendo socio del RACC y le recomiendo a todo el mundo que lo sea. Porque un servicio como este no te lo dará la asistencia de ningún seguro de coche. Si tienes suerte, no tendrás que llamar nunca a ese teléfono que marque ese día, pero si una vez tienes un lío, sabrás que fue una buena decisión hacerte socio.
Aprovecho para agradecer a todos los que me acompañasteis en ese día y dedicasteis unos minutos a intentar encontrar las llaves. En especial a Iván, que estuvo mucho más que eso. Sin vosotros, no habría sido lo mismo.