La sonrisa de Jose a las siete de mañana lo decía todo... una sonrisa de felicidad inundaba su cara mientras conducía de subida al pirineo a esquiar ¡un miércoles!
Sin prisa, pensando en lo que le venía, mientras consumía kilómetros repasaba como habían sido esas duras semanas de negociación con su jefe.
Primero fue tomar la decisión de arriesgarse a preguntárselo. Quería a toda costa tener un día libre entre semana. Su jefe se lo tomó con calma y a partir de ese día, Jose hacía todo lo posible por hacerlo todo un poco mejor y ganarse ese premio tan goloso.
Dejaba pasar unos días y soltaba...
-Jefe, ¡cada vez queda menos para el inicio de la temporada!
-Me lo estoy pensando, Jose - contestaba con una sonrisa.
Al final, a mitad de noviembre, el jefe le llamó a su despacho...
- Jose, ¿por qué quieres tener los miércoles fiesta?
- Verá jefe, como usted ya sabe, me encanta esquiar. En invierno es lo que hago y en verano solo pienso en ello- y prosiguió- Como usted sabe, esquiar es ingrato cuando subes solo los domingos. Las colas de subida, las colas en los remontes, la gente que te pisa los esquís o los encuentros con esos esquiadores que no quieres ir, te arruinan la mañana. La cantidad de gente que hay en la pista bajando, los monitores con cien niños detrás ocupando toda la pista, los surfis que no hacen nada más que rascar y rascar... las colas en el bar para pedir un bocata que es chicle y encima carísimo y luego la caravana de vuelta, jefe... es insoportable. Por todo eso y más, jefe, me gustaría tener fiesta los miércoles para subir a esquiar entre semana...
- Sea pues- contestó su jefe- a partir de la próxima semana, tendrás los miércoles libres, pero ojo, el sábado trabajas.
- ¡¡¡Sin problema jefe!!! ¡¡¡Mil gracias!!! - contestó Jose con ganas de darle un beso en la coronilla...
Enseguida montó un grupo de watsap con los quince colegas más esquiadores...
Muchos se entusiasmaron al principio, alguno se fue del grupo enseguida, pues ya dijo que no podría montárselo, pero los que quedaron fueron recibiendo un sinfín de mensajes sin mucho sentido, pero positivos de cara al objetivo de subir a esquiar los miércoles.
Les dio la brasa durante días pero a medida que se acercaba el gran día, muchos fueron cayendo y el resultado final fue que subió solo.
En el parking aparcó como nunca, al lado de las escaleras. Estaba exultante y se prometía un súper día de esquí. En la taquilla no hubo cola. Compró el forfait y se dirigió al primer remonte.
En la cola habían dos o tres personas y ni siquiera estaba puesta la línea de uno, la que él cogía siempre azuzando a sus colegas para subir casi todos juntos.
En la silla se sentó solo. Era una sensación relajante. Saco un cigarrillo y lo encendió sin tener que pedir permiso a nadie y se dispuso a contemplar a los esquiadores. No había nadie bajando aún. Era muy pronto y aun no se había llenado. Mejor para él.
La primera bajada prometía espectacular. Miró hacia abajo y no había un alma en pista. Detrás de él, a unas cuatro sillas, subía una pareja. Tenía tiempo de hacerse una selfie, enviarla al grupo y poner un emoticono contento.
Empezó a esquiar poco a poco, disfrutando de cada viraje, redondeandolos a poca velocidad, mirando sus súper esquís y pensando que podía tranquilamente no preocuparse por tener gente en pista. ¡Eso era esquiar!
En la segunda bajada esperó un poco a ver si alguien bajaba y se podía comparar con él... no tuvo suerte... las dos señoras que salieron del telesilla tres sillas por detrás de él se fueron directas al bar. Volvió a bajar mirándose los esquís.
En la tercera bajada había un grupo de niños con su profesor y Jose, en vez de bajar rápidamente para no encontrárselos, se quedó parado mirándolos mientras iniciaban su bajada. Diez curvas después, les pasaba, pero sin prisa... había pista, había espacio y él estaba esquiando tranquilamente.... demasiado tranquilamente...
Con el cambio de pista, al llegar al telesilla tenía delante un grupo de esquiadores como él, muy puestos, material al día e incluso uno iba con la botellita de agua en un canguro en la cintura. Todos muy pros... cuando se acercó a ellos en la no cola del telesilla, ¡Mierda! ¡Hablaban francés!... se arrepintió de haber pasado tanto del Francés en el cole... se frustró un poco y se quedó detrás de ellos viéndolos subir... solo. La subida le pareció muy muy larga...
Cuando llegó arriba estaba un poco triste y perdió cinco minutos hablando con el remontero de prácticamente nada y se sintió un poco menos solo. Pero el remontero no esquiaría con él.
Un par de bajadas despues, con los franceses unas diez sillas delante de él, Jose iba pensando que necesitaba poder hablar con alguien en las subidas, porque tanto mirar el paisaje, ya se sabía la mitad de los árboles de la derecha de la subida de memoria. Como no había prácticamente nadie, durante la subida no miraba ni buscaba esos sitios por donde bajar, por los márgenes de la pista para no pillar gente mientras bajaba, ni tampoco tenía otros esquiadores a los que ver bajando, o amigos con los que hablar de lo que iban haciendo durante las bajadas. Se le estaba haciendo todo muy largo... miro su reloj se sorprendió. Eran solo las diez y media y ya había hecho seis bajadas como si nada.
Siguió de lejos un rato a los franceses, por lo menos para ver a alguien esquiar como él, pero iban en grupo, paraban mucho y no quería que ellos se dieran cuenta que les estaba siguiendo. A media pista les pasó y esquió más lento a ver si tenía suerte y en la no cola del telesilla alguno se dirigía a él. Volvió a subir más solo que la una.
Sobre el mediodía se dirigió al bar, mucho más pronto de lo habitual. Tenía hambre y el tiempo pasaba lentamente. No había cola y su bocata de lomo y queso fue preparado con esmero... cuando estaba disfrutando tranquilamente de las vistas y de los últimos sorbos de la cerveza, viendo como deslizaban los pocos esquiadores que había, un saludo le sobresalto...
-¡Hola Jose! ¿Qué haces por aquí hoy?
Jose se volvió y reconoció de inmediato a un local bastante pesado que conocía desde hacía varias temporadas, pero ni sabía su nombre... se asustó. Era la última persona que quería encontrarse, pero tuvo que aguantar una insulsa conversación hasta que se armó de valor y se despidió diciendo que tenía prisa.
Se calzó los esquís y decidió cambiar de lado de la montaña para no encontrárselo de nuevo.
Sus bajadas seguían siendo solitarias y sus subidas todavía más. Para colmo se le acabaron los pitillos, pues no había previsto que podría fumar en cada una de sus subidas.
A las dos de la tarde la montaña se vació un poco más... muchos esquiadores volvían a sus casas. Jose no se lo podía creer. Estaba prácticamente solo y flipaba como se oía el ruido del remonte mientras entraba en los tornos. Nunca antes lo había apreciado.
Dos bajadas después se sentía solo y sobre todo abrumado por la soledad absoluta en la que estaba. Siguió esquiando solo, más que nunca y ya no sabia bien que hacer, si giros largos, cortos, medios... esquiaba en automático, algo que hasta ahora no le había pasado nunca.
En la siguiente subida, de nuevo solo, recordaba las esquiadas de los sábados de la pasada temporada y a medida que iba llegando arriba, le empezaban a parecer días perfectos.
Eran solo las tres y cuarto, pero tomó la decisión. Sería la última. Cuando llegó arriba se despidió del remontero y fue enfilando hacia el coche. Bajaba solo y le asaltó un pensamiento. Si se hacía daño, ¿quién le vería? Se agobió un poco más y esquió todavía más cauto hasta llegar al parking. Quedaban pocos coches.
El jueves por la mañana a primera hora, Jose entró en el despacho del jefe.
- Oiga Jefe, quiero volver a esquiar los sábados y volver a trabajar los miércoles...
- Pero Jose, no lo entiendo... ¿no tenías tantas ganas de esquiar solo?
- Prefiero esquiar mal acompañado que solo, Jefe...