Saber dónde tiene uno el centro de gravedad y ser capaz de sentirlo en movimiento puede ayudarnos a esquiar con mayor eficiencia. De hecho, es una de las cosas que están entrenando muchos atletas de diversos equipos con objeto - simple y llanamente, - de interactuar mejor con el medio en el que se mueven. Pero ésto no solo sirve para los corredores, y todos podemos incorporar este "truquillo sensorial" a nuestro esquí, muy fácil y rápidamente.
Mi amigo Antoni Portas "en línea". Foto Andras Vég.
Algunos atletas imaginan que su centro de gravedad recorre el menor espacio posible entre los palos para levar una línea más rápida; de este modo no visualizan el recorrido que seguirán sus pies o sus esquís, sino el que trazará su ombligo. Así consiguen minimizar los movimientos innecesarios del torso, como puedan ser la extensión exagerada o un exceso de rotación. El truco (a poco que tengamos bien automatizados los gestos técnicos que tenemos que llevar a cabo con nuestras extremidades inferiores) funciona, y es muy fácilmente transferible al esquí de pista.
Existe un truquillo muy viejo que consiste en imaginar que llevamos un faro en el ombligo y que con él alumbramos la pista... bien, aunque este ejercicio servía para enseñar la contrarrotación, podemos rescatarlo del olvido y adaptarlo a nuestro esquí moderno, focalizándonos en esta parte de nuestro cuerpo y tratando de sentir la trayectoria que el centro de gravedad sigue cuesta abajo al esquiar.
Como nuestro aparato sensorial es bastante preciso y capaz, en seguida vamos a regular los movimientos de extensión y flexión de las extremidades, empleando solo la amplitud y la fuerza justa y necesaria. De esta forma, obviamente, ahorraremos energía y esquiaremos de manera más fluida y eficiente.
Feliz temporada y ¡Buenas huellas!
Carolo © 2007