"Era un edificio de categoría". El tiempo en pasado es el que emplea el presidente del Centro Excursionista Soriano para hablar del albergue. José Luis Catalán conoció la época dorada del inmueble, los felices sesenta y setenta, diez años donde el invierno se convertía en la primavera de los pioneros deportistas sorianos de alta montaña. Hasta 300 personas, procedentes de Soria y La Rioja, se desplazaban los fines de semana hasta la cumbre para deslizarse pendiente abajo. De un reconfortante café, previo pago, podían beneficiarse los usuarios del enclave. La primera taza caliente se entregó en mano en 1965, el año en que abrió las puertas el hospitalario centro. José Luis Calvo regentaba el lugar. El fue el primer adjudicatario.
Ya no recuerda la fecha exacta en la que comenzó a gestionar el servicio del inmueble. "Creo que era antes del 68", dice Calvo, quien regenta la tienda de Deportes Calvo, en la capital. Pero tiene perfectamente claro cual era el objetivo de la construcción: "Se pretendía generar la actividad deportiva del esquí". La popularidad contemporánea del esquí era una quimera cuando el desaparecido Paquito Fernández Ochoa reinaba en los eslalon. ¿Quiénes lo practicaban entonces? "Cuatro personas que tenían pasta", dice Catalán. El refugio tenía como destino ofrecerles cobertura contra las inclemencias meteorológicas.
Durante la presidencia en Diputación de Sala de Pablo se ejecutó el proyecto. Dos millones de pesetas contemplaban la inversión dispuesta para las obras. En ocho habitaciones, salón restaurante y bar se dividía el edificio de dos plantas y semisótano. Calvo conservaba la instalación abierta durante los 12 meses del año pero el invierno se erigía como la estación caliente. El antiguo gestor no le da vueltas a las causas que empujaron al ocaso y a la más absoluta ruina al edificio: la nula viabilidad económica del negocio de restauración. "No daba rendimiento y al final me harté de poner dinero", expresa el ex restaurador, que compatibilizaba entonces el trabajo con su ocupación como profesor de esquí. Ahora casi ha abandonado la práctica de este deporte. "Esquío una o dos veces al año". Calvo tiene 65 años.
No hay visos de que la instalación recupere su añejo esplendor blanco. Calvo entregó la toalla y dejó el camino libre para nuevos aventureros de la restauración, los cuáles llegaron rápidamente a la misma conclusión que el profesor. En octubre de 1975, un cartelón anunciaba que el refugio estaba cerrado "por traspaso". No hubo ya ningún Jack Nickolson que cómo en la película "El resplandor" se ocupara del mantenimiento del caserón.
Sin proyecto
La Diputación provincial, administración propietaria del refugio, no tiene en cartera un proyecto de uso para las instalaciones. Los tambores de esperanza para el albergue callaron a finales de 2005, cuando la Federación de Caza desestimaba presentar un plan para transformar el espacio en un museo cinegético. Los cazadores de palomas fueron los últimos que empleaban las instalaciones para guarecerse.
Paradójicamente, el ansiado túnel de Piqueras ha puesto, posiblemente, el último clavo al ataúd del refugio. La galería subterránea acaparará el tráfico y evitará una innecesaria ascensión. Calvo indica dónde está ahora el mejor sitio para instalar un bar o un restaurante. "Que pongan la cafetería al final del túnel".
Únicamente a curiosos y nostálgicos les merecerá la pena tomar la carretera y hoyar la cima de Piqueras. El bucólico paisaje que se contempla desde la cresta de la sierra desaparece cuando se traspasa el dintel del refugio. El escenario que el visitante tiene delante apenas difiere del que presenciaban diariamente los habitantes de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes. Tabiques derrumbados, basura por doquier, pintadas sobre las paredes... Un cúmulo de desgracias capaces de desalentar al abominable hombre de las nieves a reposar en el lugar.
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