La semana pasada hablábamos de que internet puede tener cosas negativas, aunque comparadas con lo positivo sean una menudencia si somos capaces de manejarlas con inteligencia. Quienes tengan más de 30 años igual se han olvidado y los que tengan menos es comprensible que no lo sepan, pero hasta bien entrados los 80 tener un ordenador personal era casi ciencia ficción, y lo de usar computadoras era cosa de científicos o militares… la típica actividad que se relacionaba inconscientemente con las grandes organizaciones, los tipos raros o los malos de las pelis.
Eso tan familiar que ahora mismo nos une pantalla con pantalla no es sólo un logro tecnológico, sino un logro social universal de dimensiones formidables. En la segunda mitad del siglo XX tuvo que haber todo un movimiento contracultural similar al Renacimiento para que estas tecnologías, tradicionalmente reservadas a las grandes corporaciones y a la inversión pública, pudieran pasar a manos de la gente normal. El que haya leído “Ponche de ácido lisérgico” recordará cómo Tom Wolfe describe a un científico extravagante, Stewart Brand, quien con su concepto de “Hágalo usted mismo” supo catalizar el cambio que se producía en las mentalidades occidentales mostrando que, con las herramientas adecuadas, no necesitamos de gran capital ni dependemos de enormes organizaciones para evolucionar. Que con el conocimiento y los útiles adecuados somos autónomos y, por eso, más libres.
En los sesenta, cuando yo nací, esto podía considerarse un brindis al sol de jipis voluntariosos, pero el nacimiento los ordenadores personales a través de una serie de modestas iniciativas individuales de cooperación, y el uso posterior de internet que el ordenador personal ha permitido, son la prueba de su acierto. Ejemplos como la filosofía del código abierto para la generación de programas informáticos, enciclopedias, biotecnología, aviones no tripulados o robots baratos de todo tipo son, creo, suficientemente significativos para el que sepa verlo. Ahora damos todo esto por hecho como si hubiera sido gratis, pero no hace tanto muchas voluntades individuales tuvieron que juntarse, creer en sus ideas e ir contra fortísimas corrientes sociales e institucionales para darnos lo que hoy disfrutamos.
Y aquí llegamos al esquí, un deporte cuyo conocimiento siempre se había transmitido a través de gurús que guardaban el fuego sagrado (los profesores, los comerciantes y los técnicos de todo tipo) y que, de repente, se vio en Internet a disposición de todo el mundo, coincidiendo con el mayor crecimiento mundial de practicantes en toda la historia de este deporte. La avalancha de información “desclasificada” generó desconfianza en un principio, pero con el tiempo todo el mundo comprendió que, compartiendo conocimiento, éste se expandía y generaba más necesidad de saber. Todos, de repente, ganábamos, pues resultó ser no tanto el reduccionista “hágalo usted mismo” como el “sepa qué puede hacer” y hasta dónde puede llegar con la ayuda adecuada.
No hay hoy eslabón de la cadena de la industria del esquí que no pueda encontrar fructuosísima información y, lo que es mejor, impagable colaboración con un simple dispositivo móvil y una conexión de datos. Desde los diseñadores de esquís, los directores de marketing o los técnicos de remontes de las estaciones, a los humildes aficionados en busca de un consejo para mejorar, todos tenemos hoy la posibilidad de multiplicar nuestro potencial ad infinitum interactuando con miles de personas en las cuatro esquinas del Mundo y, la mayoría de las veces, prácticamente gratis. Por mucho conflicto potencial o muchos peligros ocultos que todo cambio pueda siempre llevar aparejado - que los hay, sin duda - nunca habíamos estado en mejor momento.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2013