Hola queridos lectores, espero que hayáis sido buenos y os hayan traído muchas cosas los Reyes Magos.
En mi caso, y por primera vez, no he pedido demasiadas cosas. Me daba la impresión de que ya me iban a decir los Reyes que tengo de todo y que no necesito casi nada. Al menos casi nada de las cosas materiales que solemos pedir. Este año tan solo había pedido un bote para poder llevar agua esquiando. Y me lo han traído, no me he portado demasiado mal y, además, no tenía uno que me sirviera para llevarlo esquiando. Es un regalo sencillo, pero útil, que es de lo que se trata.
Hoy, ya después de haber pensado que realmente no me he portado mal del todo, me he hecho un regalo que tenía muchas ganas de hacerme.
He entrado en la nueva página-tienda de Carolo y me he comprado un par de sus nuevas recopilaciones. Les he estado echando un ojo por encima, pero estoy deseando meterme en la cama, leerlas y verlas en el Ipad. Tenía ganas de que sacara algo así, yo mismo (y muchos más) se lo había pedido en alguna ocasión.
Os dejo un enlace por si os interesa. El precio es muy, pero que muy, bueno.
Pero bueno, a lo que iba, lo que os quería contar hoy tiene que ver con un suceso que me ocurrió el otro día y que me hizo recapacitar un rato. Cuando esquías solo tienes momentos para pensar, y, a veces, los aprovecho.
Resulta que iba bajando, y disfrutando mucho, por una pista de El Tarter que se llama “Aliga”, muy famosa porque es una pista FIS en la que se celebran muchas competiciones internacionales. Como os digo, iba disfrutando de una nieve bastante buena, eran los días anteriores a las nevadas. Y, en medio de la pista, había un niño caído en el suelo. Tendría 11 ó 12 años, y no estaba, para nada, asustado. Simplemente no conseguía ponerse los esquís, así que paré y le ayudé. Como lo noté cansado esperé a ver cómo bajaba, y viendo que lo hacía con dificultad le pregunté qué le pasaba: “no veo” -me dijo-. Llevaba unas gafas muy oscuras y la visibilidad no era muy buena, era por la tarde y la pista es bastante sombría, realmente no vería muy bien el relieve. Así que le dije que se las podía levantar, que una bajada sin máscara, yendo despacio se puede hacer.
Así lo hizo y empezó a esquiar más fluido y bien, pero como no lo veía suelto del todo le dije si prefería que yo fuera delante, y como me dijo que sí, así lo hicimos. Llegando casi abajo del todo me dijo que estaba bien, y que podía seguir solo, que su padre lo estaría esperando. Como el chico iba bastante bien lo dejé seguir y me fijé que, efectivamente, iba bastante más suelto. Abajo hay menos pendiente y creo que estaba mucho más tranquilo.
En otras ocasiones he ayudado a más personas en la nieve. Seguro que todos lo habéis hecho alguna vez. También lo han hecho conmigo, ahora ya menos, pero al principio muchas veces. Recuerdo una señora que en una ocasión me dio un palo (un bastón, no con un palo en la cabeza). Era en Cerler, yo iba en un grupo, no sé cómo perdí el palo, tendríamos 15 ó 16 años y era el primer curso de esquí que hice, teníamos la suerte de ser jóvenes y despreocupados. La cosa es que la mujer se me acercó y me dijo “¿dónde está tu palo?”, “lo he perdido” -le dije-, me dio el suyo y siguió su camino.
Pues bien, cuando se fue el chico me quedé pensando ¿por qué lo he hecho? El mismo día me había parado a poner un palo de señalización que se había caído en una pista que estaba en mal estado, y recuerdo que hubo gente que se me quedó mirando. ¿Por qué hacemos esas cosas?
Pues como estaba solo, tenía que subir en la silla y toda la tarde por delante, le seguí dando vueltas a la cabeza. Somos buenos, pensé. Nuestra naturaleza es hacer el bien. Pero me pareció muy sencillo y, además, poco creíble. Queremos aparentar, pensé como segunda opción, pero me doy cuenta que muchas cosas las haces cuando estás solo, así que la deseché enseguida. Y seguí esquiando y pensando. Al final obtuve una respuesta, no sé si es cierta o no, pero es lo más razonable que se me ocurrió.
Es por egoísmo. Digamos que sería por un egoísmo a largo plazo, pero egoísmo al fin y al cabo. Me ayudaron cuando lo necesité, si yo ayudo y todo el mundo ayuda me volverán a ayudar cuando lo vuelva a necesitar. Si yo ayudo al hijo de otro cuando lo necesita, posiblemente otro ayudará a los míos y yo podré estar más tranquilo. Es una rueda en la que toda la sociedad está inmersa, se dice que de donde las dan las toman. Si nos dedicamos a ayudar nos ayudaran cuando lo necesitemos.
Hace unos años, bastantes años, cuando subíamos a esquiar entrábamos en una especie de “universo” mucho más amable que en el resto de la vida en general. Desgraciadamente eso se fue perdiendo con el paso de los años, y, sin embargo, ahora me da la sensación de que estamos volviendo a ser más amables, más tranquilos, más dispuestos a ayudar, a dar los buenos días, a ceder el paso en las filas, a dar las gracias,…
¿Qué os parece? Yo creo que sí, que es así y trataré de seguir ayudando, los esquiadores somos una comunidad fantástica y somos solidarios entre nosotros. Creo que lo hacemos un poco egoístamente, pero no me parece que eso sea malo si todos salimos ganando. Al fin y al cabo estoy más cerca de ir haciéndome mayor que de ir haciéndome joven, así que pronto necesitaré más que ahora la ayuda de todos vosotros. ¿Qué me decís? ¿Nos ayudamos?
Pues eso no se lo pedía a los Reyes Magos, pero sí que lo deseo para todos nosotros, para este año nuevo y para los siguientes.
A ver si me contáis qué os han traído a vosotros en los comentarios.
(*) Edito para añadir una cosa que creo que no está bien explicada por mi parte. Viene de un comentario que me hace Guillebueno, y que creo que es razonable. Esto es lo que le contesto:
Creo que es un poco complejo. Quizás no está bien explicado, o, siquiera, bien razonado. Quizás imbuido por el espíritu de los Reyes Magos me dejé llevar...
Yo creo en las personas. No tengo ninguna duda, y la naturaleza de una persona es buena en origen, eso es una cosa que pienso. El problema viene cuando actuamos en sociedad, que es prácticamente siempre. Ahí me doy cuenta de que el egoísmo es muy poderoso.
Como te digo, seguramente llevado por las buenas vibraciones de la Navidad, porque está nevando y porque la vida hay que disfrutarla, se me ocurrió que estamos, entre todos, recuperando unas buenas maneras que hace años teníamos (está claro que todos no las estamos recuperando, pero confío en que la mayoría sí ) . Y pienso que es más fácil para la mayoría de la gente darse cuenta de que hacer el bien ayuda, y que, de alguna manera, cada uno tendrá su recompensa a largo plazo. La recompensa podría ser, simplemente, la satisfacción personal de haber ayudado.
Quizás ayer no me expliqué bien. Podía haber añadido también eso: cuando yo ayudo a una persona, de alguna manera, me siento satisfecho. Esa es mi recompensa, y de ahí voy a lo del egoísmo: hago el bien porque me siento bien, eso es lo que salgo ganando.
Un saludo Guille, gracias por el comentario, que me ha hecho recapacitar.