Sólo quienes conocen y aman la montaña saben que, por lo general, en Agosto ya se dispone de casi toda la nieve que traerá la temporada y las frías temperaturas aseguran una base de hielo para el esquí y la marcha, lo que abre espacio a los deportes invernales. En agosto, además, llueve poco y si brilla el sol, los días son especialmente luminosos, lo que invita a subir bien abrigados a los faldeos y cumbres de la blanca montaña que nos acompaña desde la línea de la Concordia por el norte hasta el Cabo de Hornos, en el extremo austral.
En agosto, entonces, gracias a una incipiente cultura de montaña, volvemos la mirada a esa frontera gigante llamada Cordillera de los Andes. El mes calendario moviliza especialmente a los estudiantes para que la conozcan, primero en los libros y luego en vivo y en directo, y para que descubramos parte de los misterios que encierra este baluarte natural de 8 mil kilómetros de largo, con cumbres que superan los 6 mil metros.
Miradas así las cosas, un mes al año no es nada. Pero al menos es algo, ya que durante 30 días la atención pública se fija en un objetivo predeterminado por organizaciones culturales, deportivas y turísticas especialmente con el propósito de que, en el mediano plazo, esta afición se transforme en un estilo de vida y la Cordillera de los Andes deje de ser sólo un hito fronterizo, una referencia geográfica y un ícono paisajístico.
Pero para llegar a este punto es preciso conocerla y amarla. Conocerla, porque la montaña está llena de secretos y, por lo mismo, de riesgos. No admite imprudencias; rechaza las audacias; es inconstante en cuanto a clima y cambiante en sus escenarios. Por lo mismo, mientras más se la conoce, más se la respeta y se la admira. No en vano los montañistas dicen que “un día en la montaña vale por cien en el valle y mil en la playa”.
Un día, sin embargo, y a veces una hora, es la distancia entre la vida y la muerte, balance fatídico que en la mayoría de los casos se debe a errores humanos que pueden prevenirse.
Por eso es que la reciente tragedia de Antuco, la que costó la vida a 41 soldados y enlutó a Chile, nunca debió ocurrir y tal como lo reconoció el comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre, “se originó en una grave falta de criterio”, por sobre cualquier otra consideración.
Estas jóvenes víctimas -o cualquier civil que tenga conocimientos básicos sobre montañismo, ni siquiera como disciplina deportiva sino como un factor al que tomar en serio siempre- debían saber que junto con la nieve y el viento blanco viene la orden de buscar refugio en forma perentoria.
¿Se aprende esto y algo más en clases teóricas durante un mes dedicado a la montaña? Por supuesto que sí, porque el mejor lugar para recibir las lecciones que nos acompañarán toda la vida es la sala de clases. Después viene el conocimiento experimental, ese que debe llevarnos a ser “país de montaña” o “país de mar”, para hacer justicia a nuestra loca geografía no sólo con sentido romántico sino también económico y geopolítico.