Gredos, Avila.
Aunque lo he frecuentado menos de lo que desearía, uno de los lugares que más me “transmiten” es la Sierra de Gredos. Uno tiene, nada más llegar, la sensación de encontrarse en un lugar diferente, único, dotado de un carácter particular que por mucho que se compare no tiene igual. Aquí la piedra habla, mil historias que contarnos a poco que sintonicemos. Y si uno está dispuesto a escuchar jamás se marchará de vacío de aquí. Con este espíritu partimos el pasado viernes camino de la Plataforma de Hoyos del Espino, un fin de semana por delante y muchas ganas de empaparnos de horizontes. La Sierra no nos falló, nos recibió radiante, parecía sacada de lo más profundo de los relatos de Tolkien, nosotros le seguimos el juego, y allá que partió el sábado la compaña del mochilón a la busca del hobbit perdido.
Tras unas pocas horas de vivaqueo en la plataforma comenzamos la marcha camino de la Laguna Grande. El paso lento y la visión puesta en los prados vestidos de primavera que acompañan la subida a los Barrerones.
Tras superar el primer repecho se abre a nuestros ojos el inigualable espectáculo del Circo de Gredos, en cuyo centro se asienta la Laguna Grande, rodeada de picachos con curiosos nombres... Morezón, Casquerazo, Los Tres Hermanitos, El perro que fuma,...
Seguimos el camino ahora descendente, poco antes de llegar a la laguna tomamos una senda a la derecha, cruzaremos su desagüe rodeados de praderas y lagunillos.
Poco a poco tomamos altura rumbo a la portilla del Rey. A nuestra izquierda quedará el Gargantón, lugar paradisíaco que merece él sólo una visita relajada.
En la Portilla del Rey aprovechamos para descansar y comer algo. Al otro lado vislumbramos la cañada que alberga las Cinco Lagunas, donde pasaremos la noche, y cerrando el circo, tras la laguna cimera, el canchal que conduce a la Portilla por donde saldremos al día siguiente.
Descendemos entre un caos de bloques, siempre con la vista puesta en el maravilloso espectáculo que conforman el agua y la piedra.
Una vez abajo buscamos un lugar cómodo junto a la laguna superior, estamos en un lugar privilegiado y conscientes de ello dedicamos el resto de la tarde a disfrutarlo.
La mañana siguiente nos sorprende con un mundo pintado de acuarelas.
Tras el desayuno reemprendemos la marcha, primero la subida a la Portilla de Cinco Lagunas. Dura con las pesadas mochilas, pero que te ofrece oteaderos únicos donde sentirse parte del aire.
Al final llegamos a un amplio collado desde donde contemplamos la comarca de la Vera y las caídas del Almanzor hacia la Garganta Tejea. Siguiendo unos hitos nos encaminamos hacia el Venteadero, con la Galana esperándonos al fondo a modo de faro.
Encontramos la Galana solitaria, sus trepaderos y caídas nos impresionan, no tenemos demasiado claro la subida final a su cumbre y optamos por dejarla para otro viaje, con mas experiencia acumulada. Volvemos llevándonos de recuerdo unas fotos de la muesca que corta su arista sur y de la Laguna del Gutre medio helada a sus pies.
En el Venteadero Gredos nos vuelve a cautivar...
Dejamos a nuestra izquierda el Ameal de Pablo y la bajada por la Canal de los Geógrafos, para dirigirnos hacia la Portilla de los Cobardes. Seguimos unos hitos por el lado sureste del Cuchillar de Ballesteros, caminamos entre bloques y pequeños neveros. La marcha se hace algo pesada, aunque no impide que disfrutemos con el ambiente de la zona.
Tras superar la portilla seguimos por una estrecha repisa colgada sobre las canales oscuras, con algún que otro trepaderillo. ¿ ¡Cobardes!, porqué habrán puesto ese nombre a la Portilla?
Por fin estamos junto al Almanzor, para algunos compañeros es una cumbre largamente esperada y ahora está al alcance de la mano, aunque hay que trabajársela un pelín aún.
Finalmente nos repartimos como podemos entre las rocas y nos hacemos la foto de rigor, Pacote está radiante.
Debemos volver, aún nos queda toda la bajada hasta el Elola y de ahí a la Plataforma.
Primero bajar el trepadero y luego la portilla del crampón, ya sin restos de nieve aunque, sobretodo al principio, hay que tener cuidado con los resbalones.
Por el camino de vuelta no dejamos de maravillarnos con los contrastes que este lugar nos regala.
La llegada al refugio Elola nos marca prácticamente el final de la ruta. Celebramos los dos hermosos días que hemos compartido con unas buenas cervezas.
Y relajadamente hacemos la última parte de camino hasta los coches. Al Hobbit no lo encontramos, aunque si que tuvimos inolvidables contactos con otros habitantes de la zona. Algunos de ellos con bastante desparpajo.
Resumiendo, un lugar agreste y, dentro de lo que cabe, aún salvaje. Dos días disfrutando con unos buenos amigos del privilegio de sentirse vivo y rodeado de belleza. En fin espero que estas pocas fotos os den una idea de lo mucho que hemos disfrutado estos dos días.
Saludos